Laberinto
Juan Vicente Melo
Escrito
y publicado en 1960, este texto, que nunca antes se había recogido en
volumen alguno, forma parte de La vida verdadera, una breve antología
con el sello del Instituto Literario de Veracruz, de carácter
celebratorio y no menos esencial para comprender la visión desgarrada de
José Revueltas
Primero es una especie de caos: el asunto esencial de la historia y aquellos otros motivos y con- secuencias —ramas paralelas y hermanas— que con él se gestan, el ritmo (ese ritmo que tiene la prosa de José Revueltas, progresivamente sostenido, a veces incisivo y cortante, interrumpido siempre por un momento imprevisto, un ritmo no del todo ajeno a aquellos “pujantes, dinámicos, táctiles,
visuales” de su hermano Silvestre, el músico admirable; ritmo, en suma,
eminentemente musical), los colores, y la palabra —la palabra enlutada,
aterradora en su ácida verdad, en su grandeza miserable,
en esa muerte que lleva encima como signo único de vida— danzan y
combaten por hacerse ver y oír —por nacer— en un universo de tinieblas,
en un mundo que se va formando y afinando, múltiple y diverso y disonante, mundo de muerte y desastre en el que todo, sin embargo, apenas comienza.
Colores y personajes, asuntos y ritmos, y las palabras —vivientes mientras no son dichas— son como piedras calcinantes e hirientes que ordenan y organizan el terrenal edificio que Dios ha construido fuera de las po- sibilidades del hombre, la inhumana habitación en que todo intento de comunicación —es decir de
vida— resulta inútil, imposible. De pronto la luz se hace (una luz
mortecina y lúgubre) y aquel caos inicial se disuelve —hacia delante,
hacia atrás— y las criaturas arrancadas del
momento límite en que José Revueltas las sorprende, se ponen a vivir
frenéticamente, trastornándose en la situación vital que supone su existencia en la particular historia
que nos es contada, destruyéndose antes de cumplir su más inmediata y
elemental función, su objetivo primero y último, su definitiva razón de
ser: el milagro —poder y gloria— de la comunicación. Cada uno de los ocho cuentos de José Revueltas incluidos en Dormir en tierra (decimosexto volumen de Ficción, colección de la Universidad Veracruzana al cuidado de Sergio Galindo) nos revela que la condición esencial del ser humano reside en la soledad, en la absoluta, profunda, total imposibilidad de comunicación. “Lenguaje de nadie”, las palabras mueren al vivir, son la muerte misma, la invencible frontera que separa a los hombres. Amputadas, las criaturas de
Revueltas arrastran el minuto voraz, el fuego impotente de su soledad
que contamina todo lo que toca. No el anhelo de la muerte sino el silencioso incendio preside sus nombres y figuras; no la resignación sino el derrumbe, lento y total, de toda esperanza de vida verdadera. La rebelión es inútil porque la mudez ha aniquilado la tierra consistente de su razón. En ese mundo en que la magia es inadmisible, se mueven suspendidas en un tiempo sin sueño que corre en el vacío; dominadas, manejadas por el sexo, por un insaciable apetito carnal, regresan al caos primero, intentando la última y fatal comunicación que solo se cumple en el completo abandono de toda palabra: en la muerte.
(Los escritores de la más reciente generación veían a José Revueltas como un escritor “que fue”. La indiferencia y el silencio acompañaban
a los jóvenes lectores respecto de su figura, y los críticos -en
considerable desventaja con respecto al talento de los primeros y a la asiduidad de los segundos- aprendieron a reverenciar como letra muerta al ejemplar autor de El luto humano, Los días terrenales y Dios en la tierra, distraído, pervertido o esterilizado por las películas pomposas de Roberto Gavaldón. Con envidiable lucidez y con una calidad crítica
poco común en nuestro medio, José de la Colina ha puesto en claro,
otorgándoles su justo valor, las virtudes literarias, el fondo, la forma
y el trasfondo de los cuentos de José Revueltas en quien ve,
luminosamente, el camino que deben seguir los jóvenes escritores
mexicanos. Dueño, paradójicamente, de un lenguaje propio y profundamente comunicativo, Revueltas ha logrado con Dormir en tierra, el mejor libro de cuentos escrito en México en los últimos años).
Este volumen presta espléndido material para estudiar ese mundo tajado que separa a los hombres, cuarto cerrado en el que el moribundo traspasa, como “planeta de fuego, dios furioso sin límites”, el círculo lloroso de “ese mar de los cuatro seres de su carne y de su sangre que lo rodeaban como una túnica, mortaja humana incomprensible”, es- perando su palabra, la impronunciable, “el último signo de vida” que, reconfortante y luminoso a la vez, dé testimonio de esa envoltura terrenal. Y si en ese cuento —“La frontera increíble”— única- mente el moribundo comprende que la patria, el territorio, la habitación de los todavía vivientes está limitada por la palabra, en “La palabra sagrada”, el admirable relato que inicia el libro, se logra esa comunicación mediante la única que es justa, la que marca, indeleble, a toda mujer. Mas también esos dos cuentos nos advierten de la absurda y grotesca escena en que transcurren sus torpes relaciones: el cuarto cerrado del moribundo que es una prolongación de la infantil habitación en la que Alicia toma conciencia de su ser. Y en ambos vemos también cómo sus acciones y palabras son consecuencia de sucedidos anteriores que se
hermanan con los propios, que los esclarecen y justifican. (Recuérdense
los accesos histéricos de Alicia y los gemidos de la tía Enedina; las
úl- timas palabras de Cristo en la cruz y el tránsito del moribundo anónimo en la oral circuncisión de vinagre.) El silencio tenso, poblado de ruidos casi
fantasmagóricos, que inunda por los cua- tro costados a los personajes
de “Los hombres en el pantano”, se vuelve, en “Lo que solo uno escucha”, melodías que no serán escritas, inútil trascendencia de un violinista agonizante. Y esa guerra inhumana, a veces salvada por telegráficos signos de comprensión, terminará en la muerte ridícula (“El lenguaje de nadie”), en la anónima consumación del amor (“Noche de Epifanía”), en la oreja arrancada por la boca furiosa del niño que no distingue dónde está la muerte y la vida, desesperada mordida que intuye la impotencia auditiva (“Dormir en tierra”). La muerte total de “La frontera increíble” es idéntica a aquella, transitoria, que experimenta el contramaestre al dormir, por única vez, en tierra con la mujer acuática y a aquella otra, no menos transitoria, del mismo contramaestre en el mar despoblado de signos humanos.
Escrito con pasión, Dormir en tierra devuelve a la literatura mexicana a José Revueltas. Y lo devuelve con vigor, íntegramente. De él se puede decir, con auténtica justicia, que es un escritor viviente.
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Juan
Vicente Melo (Veracruz, 1 de marzo de 1932–9 de febrero de 1996) formó
parte de la “Generación del Medio Siglo”, integrada también por Juan
García Ponce, José de la Colina, Inés Arredondo, José Emilio Pacheco,
Tomás Segovia, Carlos Monsiváis, Salvador Elizondo, Vicente Leñero,
Sergio Pitol, Eduardo Lizalde, Gabriel Zaid y Huberto Batis.
Médico, escritor y crítico musical, fue colaborador de la Revista de la Universidad de México, la Revista Mexicana de Literatura, México en la Cultura y La Cultura en México, entre otras publicaciones. Sus obras comprenden las novelas La obediencia nocturna (1969) y La rueca
de Onfalia (1996), y los volúmenes de relatos La noche alucinada (1956), Los muros enemigos (1962), Fin de semana (1964) y El agua cae en otra fuente (1985).
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