La Jornada
Javier Aranda Luna
Juan Gelman fue el
poeta de la rebeldía, el indignado sin tregua, el poeta que no creyó en
los matices porque éstos muchas veces permiten –las más– que reine la
injusticia, la explotación continúe y la muerte multiplique sus sombras.
Creyó más en la voz apasionada y sin matices. Voz que fue grito en ocasiones o silencio encendido.A diferencia de muchos de sus contemporáneos, su rebeldía duró hasta el final de sus días:
No expurgó sus poemas políticamente
incorrectospara algunos como los que dedica a Cuba o Fidel Castro. Tampoco evitó esos temas sociales que para otros hacen de los versos propaganda: las madres de la Plaza de Mayo, el dolor que infligió la dictadura argentina y la impunidad que aún permite a varios asesinos deambular por las calles de aquel país sin problema, el frío de los miserables, las momias del comunismo que más que buscar el cambio lo petrifican y la complicidad de los puros y sus matices con las cañerías del poder.
Conocí la poesía de Juan Gelman en los años en que se decretó, en muchas páginas de diarios y revistas, la asepsia del quehacer poético. Nada de temas sociales, nada de revoluciones, nada de líderes socialistas o comunistas. Se oía mal y estaba mal, cualquier atisbo de esos temas.
El canto de amor a Stalingradode Neruda fue anatema y el
No pasaránde Octavio Paz, se consideró un desliz de de juventud.
no poeticen la poesía, que no
paisajen músicas hechas para otra cosa.
Le fastidiaba la retórica que a fuerza de repetirse decía nada; la prosa perfecta cuya pulcritud sin sustancia la convertía en un artefacto verbal hueco y absurdo.
Rebelde de tiempo completo, hizo la crítica y autocrítica al quehacer poético mismo.
Se acercó al tango que le permitió contarnos cosas, al sefaradí para asirse a una patria, a los proverbios orientales y azotó las palabras para darles otro sentido. O mejor aún: para darles sentido.
Al sustantivo dictadura lo hizo verbo, vivimos
dictatoriadosrecurso que sorprendió al mismísimo Julio Cortázar y que también celebró.
Juan Gelman, me parece, logró devolver a los poemas lo que siempre deben ser: arquitecturas verbales que emocionen, sonoridad que conmueva, palabras vivas.
Gelman, dice José Emilio Pacheco, fue hasta el día de su muerte el poeta vivo más importante de nuestra lengua. Ya era irrepetible. Hizo suyo, como pocos, el lenguaje: le devolvió la transparencia.
De hoy en adelante el destino de Juan Gelman será, creo, el de un Lázaro perenne que al leerlo, resucite.
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