Laberinto
Irene Selser
Nos íbamos a ver esta semana, a mi regreso de
un viaje que también tiene ver con “el otro barrio”, como llamaba Juan Gelman a
la muerte. La última vez que hablamos por teléfono fue el 30 de diciembre,
cuando me contó su decisión tomada de no hacer nada más que seguir viviendo en
lo que terminaba de corregir su último poemario, enfermo pero vivo porque, como
también me dijo en su departamento de Atlixco un mes antes, una mañana que me
invitó a tomar un café, “lo que a mí ocurre últimamente es cada que cada día
estoy más joven”.
Juan murió rodeado de los suyos como su admirado
Don Quijote, después de haber tomado la decisión de no violentar su cuerpo
y atenerse solamente a los cuidados paliativos en lo que “la señora” acortaba
la distancia entre él y “el otro barrio”. Ya sabía que nadie, contrario a
su impactante poema “Final”, de la antología Animales del Azar (2012) iba a poder poner un dedo para
que él no se fuera “por un agujerito”, después de haberse comido “toda la rabia
del mundo/ por antes de morir/ y después se quedaba triste triste/ apoyado en
sus huesos”.
Ya, pues, “te abajaron, hermanito”, amigo y
maestro, compañero de páginas en sección de Fronteras del diario Milenio,
donde ni siquiera el recibimiento del Premio Cervantes de Literatura te impidió
ese mismo jueves de 2007 escribirnos un divertido pero muy profesional correo:
“Lo cervantístico no quita lo columnístico, aquí
envío mi columna para este sábado aunque el teléfono de la casa no ha dejado de
sonar desde la mañana, cuando me avisaron del premio. Un abrazo”.
Fue gracias a ese vínculo semanal desde hace más
de una década que mi amistad con Juan y sus pedazos “mojados en ternura”, como
dice de sí mismo en “Final”, trascendió del análisis de la noticia
internacional a la poesía, y cuando se me atoró de nuevo la escritura por
la enfermedad de mi hermana Claudia (¡que ahora podrá conversar a gusto con su
también querido y admirado poeta en “el otro barrio”!) y le confesé a Juan
que “lo único que quiero hacer es bailar salsa, como le prometí a ella”,
él nunca dejó de acompañarme desde el teléfono cuando hablábamos a propósito de
sus columnas sabatinas con un “¿y cómo va la poesía de la danza?”.
Juan de cuerpo entero, aunque a la vista algo
fatigado, contándome esa mañana de sol en Atlixco sus últimas novedades
literarias, sus libros en París, el nuevo libro en Buenos Aires y a un costado
de él, en la biblioteca de la sala, todas las ediciones posibles del Quijote,
su compañero fiel o, por qué no, su alter ego al punto de que, como se sabe hasta el
propio rey de España le dijo a Gelman que le pareció ver entrar al mismísimo
hidalgo de La Mancha
cuando se saludaron en la ceremonia del Cervantes, Gelman con su alta
y delgada elegancia, acompañado de su imprescindible Mara y de todos sus
nietos, nacidos algunos en su Buenos Aires querido, la ciudad donde nació y a
la que le escribió versos “previamente llorados”, “sentado al borde de una
silla desfondada”.
Esa ciudad que le dio la Vida pero que también le
enseñó la Muerte,
cuando los militares argentinos, hijos de puta como pocos en América
Latina, asesinaron a su hijo Marcelo, también militante y poeta, y con él le
arrebataron seguramente la mitad de los sueños. De ahí que tendremos que
vigilar “a ver dónde brotan sus manos”, las de Juan ahora, “empujadas por su
rabia inmortal”. “Porque, sabés
Irene, cada primero de noviembre, cuando yo llamo a Macarena para saludarla por
su cumpleaños, ese día también me lleno de lo otro”, me dijo Juan, en alusión a
la historia de su nieta, finalmente hallada en Montevideo por ese abuelo
incansable e insobornable que también fue —junto a Mara— Juan Gelman, buscando
durante dos décadas a su nieto o nieta que, estaba seguro, había nacido en
cautiverio tras el secuestro de Marcelo y de su esposa Ana Claudia García,
embarazada, capturados juntos tras el golpe de Estado de marzo de 1976 y
finalmente asesinados.
“Hay que aprender a resistir”, nos recomienda
Juan en su inaugural poema “Mi Buenos Aires querido”, donde “también aquí
nacieron hijos dulces míos/ que entre tanto castigo te endulzan bellamente”.“Ni
a irse ni a quedarse, a resistir”, insistes en enseñarnos, Juan querido,
“aunque es seguro/ que habrá más penas y olvido”.
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