domingo, 3 de noviembre de 2013

La imagen de Cernuda, hoy

3/Noviembre/2013
Confabulario
Antonio Rivero Taravillo

La atención sobre los grandes creadores suele moverse entre las fechas que delimitan los aniversarios de su nacimiento y muerte, esas balizas que guían a quien no tiene otra brújula. Si en el promedio del vivir de un ser humano ambas efemérides suelen distar un par de décadas (y más, con el aumento progresivo de las expectativas de vida), en el caso de Luis Cernuda se pueden fijar en 2002, centenario del nacimiento, y 2013, cincuentenario de su muerte. Un periodo no muy largo, como se ve, como tampoco lo es el número de días que distan entre el de su alumbramiento (un 21 de septiembre) y el de su deceso (el 5 de noviembre).

En el intervalo de 2002 a 2013 se ha avanzado mucho en el conocimiento de su figura. El centenario propició un buen número de publicaciones entre las que descuellan el Álbum y el Epistolario, con un trabajo encomiable de James Valender, de El Colegio de México; en fechas posteriores, quien esto firma agavilló cuanto se había publicado sobre el poeta sevillano, más fuentes hasta entonces ignoradas, y puso manos a la obra en escribir la biografía amplia que Cernuda exigía y con la que aún no contaba. Un defecto tiene esta, sobre todo en el primer volumen: cierta prolijidad; y una virtud, acaso: la exhaustividad, que si la puede hacer premiosa a veces, también puede premiar al lector más amigo del detalle. En cualquier caso, creo que en el segundo tomo (con edición en Tusquets México) se corrigió algo esa tendencia. Y hoy se puede establecer en qué medida los hallazgos de nuevos datos permiten forjarse otra imagen, algo modificada, del personaje que nos había sido retratado con anterioridad.

Además de su obra, generalmente muy apreciada, y de lo que él contaba de sí mismo como autor de ella en “Historial de un libro”, de Cernuda se sabía que fue un hombre de izquierdas, que participó en la labor de extensión cultural republicana a través de las Misiones Pedagógicas, que abrazó la causa antifascista y que al marchar al exilio en plena contienda, febrero de 1938, comenzó una penosa andadura por Inglaterra, Francia, Escocia, de nuevo Inglaterra y, ya en mejor posición, Estados Unidos de América. La estancia en Cuba fue un paréntesis gozoso, como el primer contacto con México, donde recuperaría la lengua, los amigos, y recobraría el amor. Luego, ya al final de su vida, impartiría dos cursos escolares y otro de verano en California. También es notorio que mantuvo una relación de amor/odio con su tierra nativa (Sevilla, Andalucía, España) e incluso con la adoptiva mexicana.

Pero tras este resumen, una mirada más detenida y a tenor de los testimonios descubiertos en fecha reciente permite establecer precisiones, matices.

La lealtad de Cernuda hacia el proyecto ilustrado de la República es indudable, y hoy se pueden pormenorizar sus viajes con el Museo del Pueblo; también su horror ante el alzamiento militar apoyado por elementos civiles, y el compromiso del autor de La realidad y el deseo con la legalidad vigente: tras una breve estancia en el Batallón Alpino en la defensa de la capital, pasó a actividades culturales en Madrid y Valencia, y participó en esa gran revista que fue Hora de España. En ella se publicó su elegía a Lorca con la censura de la estrofa que aludía a la homosexualidad del granadino, y revisando en los talleres gráficos pruebas de uno de sus números fue como conoció a Octavio Paz. Con todo, se hacía preciso a tenor de los testimonios disponibles llamar la atención sobre el hecho de cómo él mismo fue víctima indirecta del estado de terror que imperaba en la retaguardia por mor del temible SIM (Servicio de Información Militar), dominado por los comunistas. En este sentido hay que señalar cómo una y otra vez se cita desde la izquierda el emocionante poema “1936” de Desolación de la Quimera, en que se recuerda la causa justa defendida por un combatiente de las Brigadas Internacionales, pero se suele pasar de puntillas sobre los versos “Que tantos otros, pretendiendo fe en ella / sólo atendieran a ellos mismos”, y más sobre el homenaje en el mismo libro a Víctor Cortezo, el figurinista del montaje de Mariana Pineda que fue detenido por los “sacripantes del partido” (que no es otro que el comunista) y llevado a una checa.

El testimonio de Carmen Antón, actriz de La Barraca, vierte luz sobre aquellos días valencianos y el episodio también lleno de riesgos de la pérdida de las claves secretas de una embajada, que pudo haber costado un disgusto, si se hubiera considerado aquello espionaje, a Concha de Albornoz, gran amiga de Cernuda. Las memorias de Antón, Visto al pasar, fueron publicadas en una editorial gallega en 2002, año del centenario del poeta; es por ello que escapó a las recapitulaciones biográficas aparecidas entonces. Sin embargo, me fue de gran ayuda para el primer tomo de la biografía que obtuvo el Premio Comillas en 2007. Y sirve para, lejos del todo blanco o negro, destacar una gama de grises. Pues con las ideas políticas de Cernuda hay que tener en cuenta lo que él veía necesario en lo referente a su nostalgia de España: un poema en este sentido debería siempre tener el contrapeso de otro en el que asomara su lado más crítico hacia su país. Él mismo lo hizo en Desolación de la Quimera, donde el homenaje al anónimo luchador por la República está pocas páginas después del dedicado a Cortezo.

Dos días después del cincuentenario de la muerte de Cernuda se conmemorará el de Camus. Salvando las enormes distancias, el carácter independiente de Cernuda, su ansia de libertad por encima de toda cosa, y conciliado ese afán con una idea de justicia ajena a totalitarismos, lo aproxima, si bien no buscó él protagonismo social ni político, al autor de El primer hombre; como el más ortodoxo Rafael Alberti, con su mujer María Teresa León, sería (ya sé que no se puede extrapolar la poesía al pensamiento filosófico, ni un país a otro) un equivalente estalinista de Jean-Paul Sartre y su pareja Simone de Beauvoir. Cernuda emitió juicios severos sobre el doctrinarismo de Alberti en el capítulo que le dedicó en Estudios sobre poesía española contemporánea. Hay allí una pista para demostrar su alejamiento del comunismo, algo en lo que va paralelo a Paz, y ambos a Camus.

Pero también matiza la imagen que teníamos de Cernuda la correspondencia inédita que mantuvo con Salvador de Madariaga, que hallé en el archivo de este y pude incorporar junto con otros materiales desconocidos al segundo tomo de la biografía. En esas cartas aparece un hombre que sin renegar de sus anteriores ideas filocomunistas se hace consciente, en la distancia del exilio, de la importancia de la historia de su país, y hasta celoso de su integridad territorial lo mismo frente al separatismo que frente al imperialismo británico (así en una nota que envía a Madariaga, catedrático de Oxford, acerca de una reivindicación de la colonia inglesa de Gibraltar). También ahí se ve, y de una manera sorprendente, cómo gracias a su compatriota (biógrafo de Cortés y autor de una novela sobre la conquista española, El corazón de piedra verde) Cernuda adquiere conciencia de lo que es México, y un interés por el país que será una constante en su atención hasta que en 1952, jugándose el todo por el todo como quien tomó Tenochtitlán, “quemó las naves” y decidió vivir en la capital de lo que había sido la Nueva España.

Fue fundamental también para trazar el retrato de cerca del Cernuda mexicano reconstruir la vida de los dos grandes amores del poeta: el español Serafín y el mexicano Salvador (a uno le dedicó, tras la ruptura, Donde habite el olvido y al otro la secuencia “Poemas para un cuerpo” de Con las horas contadas). Antonio Bertrán me auxilió en ello, y hoy conocemos más de las interioridades de Cernuda, que dicho sea de paso sólo deberían interesarnos como ángulos desde los que mejor apreciar su poesía. “Que no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo”, escribió en Los placeres prohibidos en una declaración que puede ser todo menos marxista (siendo también cualquier cosa menos conforme con el capitalismo). Ya ahí manifiesta su reivindicación de la libertad, y su ejemplo de poeta que admite su homosexualidad y escribe con naturalidad de ella ha ayudado a muchos otros a reconciliarse con su orientación más íntima, como él mismo se halló conforme tras la lectura de Gide recomendada por alguien que lo conoció bien: su profesor, y maestro fuera del aula, Pedro Salinas. La relación con Serafín deja la duda de si volvieron a encontrarse en el Distrito Federal, adonde este se exilió. La de Salvador, el verdadero carácter de la misma, que pudo haber sido sólo platónica.

Son 2002 y 2013 de esas conmemoraciones contra las que se revolvió Enrique Vila-Matas en Para acabar con los números redondos. En el lapso, una biografía y más ponencias, estudios, artículos. Y más que vendrán sin duda, perfeccionando lo escrito, porque la altura, y hondura, de la poesía de Cernuda harán que —no me cabe la menor duda— la atención sobre él se mantenga más allá de esta planilla de las fechas redondas.

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