Laberinto
Santiago Gamboa
Escribo esta nota recién llegado de México,
donde vive Álvaro Mutis hace más de 50 años, convencido como nunca de que el
país azteca es la patria de los mejores escritores colombianos, y aquí me
refiero por supuesto a Gabriel García Márquez, a Mutis y a Fernando Vallejo.
Por eso siempre he creído que a México los escritores debemos merecerlo, y lo
repito pensando en Mutis, en su genial obra poética y en sus novelas
extraordinarias. Mutis contradice esa vieja idea de que las novelas escritas
por poetas son farragosas, como barcos que se hunden por exceso de adornos,
mármoles y porcelanas. Barcos que no logran salir del puerto. No es su caso.
Las novelas de Mutis son trepidantes, y el hecho de que su autor sea un poeta
opera de un modo muy fuerte sobre el lenguaje, sí, porque cada palabra es como
una flecha que parte y da en el blanco. Su escritura no es hipnótica, exclusivamente
lírica. ¿Y por qué? Porque incluso siendo un poeta es capaz de escribir frases
banales, sin las cuales es imposible escribir buenas novelas. Sus poemas, que
leí desde los 17 años, parecen tallados con navaja sobre marfil. Ni sé lo que
estoy diciendo, pero es por influencia de poetas como Mutis, que vengo leyendo
desde siempre.
Admiré de la persona muchas cosas: la
elegancia con la que se refería a su reclusión en la cárcel de Lecumberri
(donde leyó a Proust), el orgullo de haber tenido un mandato de arresto
internacional por haberse gastado la plata de la Esso en repetir la cena del
célebre cocinero francés Vatel en Bogotá, invitando a la francachela a poetas y
escritores en lugar de a banqueros. Su fuertísima voz. Su humor. Su
conocimiento de la poesía francesa, su elegante acento belga, su capacidad
sobrehumana para seducir, su elegante chaqueta azul marino en el puerto francés
de Saint Maló recordando a Chateaubriand ante su tumba. La seguridad con la que
una vez me dijo, en el Pont des Arts de París, señalando a la isla de Saint
Louis: “Mira esto, míralo bien, es la vista más hermosa que ha construido el
ser humano en toda su existencia”. Admiré también el modo en que se burlaba de
todos, incluido yo, mientras se tomaba un tequila en Tlaquepaque, pues su humor
unido a su vozarrón hacían verdaderos estragos. Una vez me dijo: “Tú eres el
mejor novelista de Chapinero”, que en el DF equivaldría a decir, “tú eres el
mejor novelista de la
Guerrero”, o puede que menos, y a pesar de las risas de los
demás comensales para mí fue un cumplido porque provenía del autor de Reseña de
los hospitales de Ultramar, y eso era ya mucho.
Mutis el monarquista, que a la invitación del
subcomandante Marcos para ir a La
Realidad respondió: “Cuando le devolvamos todas estas
haciendas a la corona española, hablamos” (se refería a los países de América
Latina). A este provocador entrañable, que vive en la calle Louis–Ferdinand
Céline de México DF, le mando un abrazo por su entrada a los noventa.
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