Jornada Semanal
Xabier F. Coronado
Pocas novelas contemporáneas mantienen el impacto y la fortaleza que parece tener Rayuela
al cumplir cincuenta años de su publicación. La novela más difundida de
Julio Cortázar (1914-1984) fue publicada en el lejano verano de 1963,
época que fue preámbulo de cambios determinantes, sobre todo para la
literatura latinoamericana. Después de medio siglo, el laberíntico texto
de Rayuela resurge del ligero aletargamiento de los años
gracias a la oleada de notas de actualidad que se abrazan en
felicitación unánime por su cincuenta cumpleaños.
Si trascendemos esa corriente generalizada y,
después del tiempo transcurrido, releemos la novela, la primera
pregunta que surge es acerca de su vigencia tanto a nivel literario como
existencial. No cabe duda que Rayuela fue un texto innovador
que contribuyó a la transformación de la narrativa en español. Cortázar,
desde una ubicación y un planteamiento híbrido de autor
euro-americano, encontró la fórmula en una simbiosis efectiva que se
consolidó, durante las décadas siguientes, a través de un exilio
literario que escapaba de las dictaduras americanas rumbo a Europa.
Muchos de esos escritores buscaron las huellas de Oliveira y de la Maga
en las calles de la rive gauche, una referencia indispensable.
Quizás el ambiente del París actual y de la Europa
presente se asemeja, salvadas las distancias, al de aquellos años
previos al estallido del ’68, cuando no sólo la juventud, sino casi toda
una sociedad, reclamaba algo diferente. Las consecuencias de las
guerras, que habían destruido la vida cotidiana europea durante dos
tercios de siglo, habían hecho mella en muchos individuos. Algunos
tomaron conciencia de que la opresión surgía al consentir la repetición
de modelos sociales impuestos; entonces unieron fuerzas para intentar
un cambio…, otros optaron por una lucha individual que casi siempre
los arrojaba a callejones introspectivos oscuros y sin salida.
Las voces que nos hablan en Rayuela están
en esa búsqueda colectiva o individual por encontrar un sentido a la
existencia. Los miembros del Club de la Serpiente, cada uno desde su
posición personal, participan en el juego de Rayuela, desde
Oliveira o Morelli hasta la Maga, que es el contrapunto anhelado para
fluir en el vértigo del instinto y liberarse del estancamiento de la
razón. Así reflexiona Horacio ante la evidencia de la dualidad
personificada en su complemento femenino: “Hay ríos metafísicos, ella
los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada
en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el
impulso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los
busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada.”
Si releer Rayuela contesta la pregunta
inicial sobre su vigencia, también puede aclarar otras cuestiones
trascendentales que siguen sin respuesta en nuestra mente. En sus
páginas están las cicatrices de heridas abiertas en la lucha por
superar la angustia vital que nos invade. Si nos decidimos a releer sus
páginas, el autor nos obliga a tomar una decisión, la misma que hay que
enfrentar siempre que abrimos este libro: elegir entre una lectura
parcial, que abarca la mitad del texto; o total, con los capítulos
prescindibles que el propio escritor nos da licencia de no leer –como
ya proponía Pérez de Ayala a sus lectores en varias novelas.
Hay quienes abren las páginas de Rayuela y
toman la decisión de la lectura integral, algunos eligen la opción
lineal y otros, a pesar de que no concluyen ningún camino propuesto,
realizan su propia lectura. Porque Rayuela es una novela
esférica de plurales lecturas, un planeta de espejos que refleja
ideales literarios y filosóficos, un experimento que se puede
interpretar desde diversas perspectivas: “…pretendía hacer de su libro
una bola de cristal donde el micro y el macrocosmos se unieran en una
visión aniquilante”.
Para seguir hablando de Rayuela es
indispensable realizar el ejercicio de la relectura en cualquiera de sus
posibilidades. Debemos atrevernos a releer las páginas que Cortázar nos
deja escritas en este fragmentado libro, o a leerlas por primera vez.
Rayuela es un texto difícil porque no es literatura de consumo
sino filosofía literaria en su estado más sincero, un clásico en temas
existenciales que requiere, además de voluntad, oficio e inquietud,
toda la atención en cada página.
Rayuela es un camino ascendente desde lo
terrenal, un juego de búsqueda a saltos, a través de 155 capítulos que
se convierten en modelos para armar la estructura que lleva al
objetivo final: alcanzar el cielo; “…un mundo donde te movías como un
caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un
alfil”.
Cortázar plantea su versión del juego: una
búsqueda de la visión de casilla en casilla, de París a Buenos Aires
detrás de la Maga, de Horacio, de Morelli… Una senda personal, un
mapa donde se marca la ruta que explora un nuevo modelo de literatura.
La genialidad del autor está en dejarnos las fichas del juego para
obtener nuestro propio modelo.
En la opción integral, entre los capítulos 34 y 35,
hay una secuencia que Cortázar nos propone leer [87, 105, 96, 94, 91,
82, 99] y que sugerimos releer. Este intervalo de fuga es una muestra de
lo que se puede encontrar en la novela: un grupo de personas que
sobrevive en un marco urbano, que divaga o debate sobre la vida y el
sentido final de la literatura, individuos que desde sus propias
peculiaridades muestran las diferentes vertientes de la historia.
Rayuela es un viaje circular, hacia fuera y
hacia dentro, de forma y fondo, de lenguaje y realidad. Un texto
articulado que se retuerce en espiral movido por corrientes vitales de
energía. Para terminar, sólo resta decir que Cortázar, como Morelli,
“no se complicaba la vida por gusto, y además su libro es una
provocación desvergonzada como todas las cosas que valen la pena”.
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