Laberinto
Heriberto Yépez
Recién apareció El arte nuevo de hacer libros de Ulises Carrión. El 30 de marzo, Álvaro Enrigue en El Universal saca una reseña llena de tropiezos.
Enrigue abre diciendo que le parece “divertidísimo” que un texto de Carrión sobre el fin del libro salga en un libro de “formato convencional”. La ironía podría ser medio divertida de no ser porque Carrión la explora para despedirse del libro dentro del libro.
Enrigue, ¿lo leyó?
Luego —por ninguneo, cerrazón o descuido— dice que el “personaje” Carrión“definitivamente no era un escritor” ni “tampoco era exactamente un artista”.
Quizá debió decir que Carrión no es el tipo de escritor o artista que él logra aceptar, ubicar o entender.
Dice que “para los que despertamos a los placeres de la cultura después del estreno de Star Wars”, Carrión es un “enigma” e inventa que “hasta ahora su trabajo se conocía sólo por Poesías, un libro–esquema de 1972 que Taller Dittoria convirtió... en un objeto editorial —casi un libro—”. Sí, “casi un libro”.
Carrión tiene una gran obra. Fue célebre internacionalmente; lo atestiguan catálogos, exposiciones, homenajes, traducciones, compilaciones, reediciones. Es Enrigue quien lo desconoce.
Otra falsedad es que Ediciones Hungría reeditó ¿Poesías? Enrigue se confunde. E–Hungría hizo un libro-objeto (con otro texto).
Curioso también que Enrigue vincule libros-objeto con Carrión, ¡cuando todo su libro es una crítica al “libro-objeto”!
Dice que Carrión no era “galerista” sino “socio” de Other Books and So, la galería que fundó (como el libro dice).
Apoda a Carrión “bocanada final del romanticismo” a pesar de que claramente es anti–romántico.
Atribuye a Tumbona la decisión de “publicar las ideas de Carrión” pero primero fue de Carrión en 1980, y para la actual edición, de Juan J. Agius, ¡como anota el libro!
Enrigue termina su singularmente errático texto sentenciando —ironía incluida— que “siempre hay que tener, debajo de la mesa, un archivo material, y para eso, sigue sin inventarse nada tan eficaz como el objeto que antes solo llamábamos libro”.
Lo intrigante es que el libro aboga por el archivo y la materialidad.
¿Por qué tantos errores?
Una posibilidad es que Enrigue alabe el arte de leer libros y, simplemente, los lea mal.
Y así atribuya sus paradojas a otros, desinforme a los lectores, finja reseñas.
Otra posibilidad —y quizá esta es la efectiva— es que Enrigue no leyó el libro impreso de Carrión.
Más bien leyó en línea el adelanto que sacó Laberinto la semana previa, con el texto que Enrigue comenta.
Por cierto, su cita de otro texto no corresponde a la versión impresa.
Vaya paradoja: Enrigue cree ironizar a Carrión y se pone de pie para elogiar la inigualable experiencia de leer libros impresos y, en verdad, checó Internet, como sugiere su info a medias.
¿Así leen los escritores? ¿Así analizan los críticos? ¿Divertidísimo?
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