domingo, 10 de febrero de 2013

'La invencible', libro de Vicente Quirarte. Retrato de un padre creador

10/Febrero/2013
Milenio
Jesús Alejo Santiago

Tenía 56 años cuando se despidió de sus alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; 56 cuando eligió el puente y decidió su destino y el de sus hijos, porque a pesar de haber transcurrido tres décadas del hecho, aún permanece en el interior de ellos, en especial de Vicente, la necesidad de volver hacia atrás y reflexionar sobre lo que pasó y lo que ha pasado en todos estos años.
“Quise escribir un libro que me fuera útil y que le fuera útil a los demás. Cuando me decidí a escribir una historia sobre la muerte de mi padre… sobre la muerte, la herencia y la vida —porque finalmente también es un libro acerca de la vida—, quise hacer un libro que fuera un viaje de regreso, no un viaje hacia el dolor, para traer esa figura paterna y volver con ella, inclusive, a lo que no se vivió en el momento”, cuenta Vicente Quirarte a propósito de la aparición de La invencible (Joaquín Mortiz, 2012), un acercamiento a la vida de su padre, Martín Quirarte, pero también a la propia, y, al mismo tiempo, una reflexión acerca del proceso creativo.
Dicen que en toda nostalgia hay necesariamente dolor; aquí no se nota dolor, pero sí nostalgia…
Traté de no hacer un libro chillón, aunque sí un libro que hiciera chillar. Uno a veces se emociona y cuando sucede no logras transmitir la emoción. Ahí sí, mi gran maestro fue Rubén Bonifaz, un hombre que escribía textos con una garra y con un contenido tremendo, pero en quien jamás notabas emoción cuando lo leías.
¿Una reflexión acerca de la relación con tu padre?
Y con la figura paterna en general. Es un libro muy personal, pero también quiere ser una reflexión de los que han tenido un padre creador. La primera parte del libro se escribió hace 20 años, durante un ciclo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. En ese momento fue una imagen más del maestro, más de ese padre distante, pero después me di cuenta que tenía que meterme con cosas mucho más personales.
¿Es difícil ser hijo de un padre creador?
Es maravilloso y es muy difícil, porque el artista es necesariamente egoísta, es un hombre que no tiene esta capacidad de entrega que pueden tener otros padres. Pienso en Eusebio Ruvalcaba, hijo de un gran violinista, hombre de genio, sublime, lo que de alguna manera nos une: nuestros padres eran hombres muy creadores y también muy antisolemnes, muy cercanos a la vida en otras cosas. Pero, por ejemplo, el padre de Eusebio sí jugaba frontón con él en su casa. Hay creadores que sí pueden combinar la felicidad cotidiana con la creación y hay otros que no.
¿Cómo miras a tu padre ahora?
No lo miro con un reproche por ese desapego. Él no tenía otra manera de ser; era su manera de reaccionar, de encerrarse para poder crear. Necesitaba ese aislamiento. Hay seres que no lo necesitan, él sí.
Sin embargo, reconoces que mucho de lo que hoy eres se debe a eso…
Sí, sobre todo su integridad. Además, y no es que me haya obsesionado por eso; se ha dado de manera natural, pero he ido llenando los huecos que él dejó, para decir que sí se pueden hacer cosas que él pensaba que no eran posibles de lograrse.
Él no era muy amigo de sí mismo: decía las cosas por su nombre, por eso se echaba a muchos enemigos encima, pero también eso es admirable. No quiero ser como él, pero admiro a alguien que tiene el valor y la integridad para decir “prefiero quedarme sin nada, pero ser fiel a mí mismo”.
De alguna manera influyó en tu ingreso a la escritura…
A pesar de él, porque le hubiese gustado que sus hijos nos dedicáramos a cosas más útiles y mejor remuneradas económicamente.
En La invencible resultaba muy importante hablar del proceso de escritura…
Sí, porque para mi padre dejar de escribir era morir. El libro quiere ser una exploración sobre los otros caminos que existen en lugar de enfrentar esa dualidad tan dramática. Me acuerdo de un cartón de Mafalda, en el que ella le dice a Miguelito: “Mira el letrero: es mejor morir de pie que vivir de rodillas”. Entonces él le contesta: “¿Sería muy vergonzoso subsistir sentados?”.
Ese es el planteamiento del libro: no encontrar la mediocre medianía, sino hallar otras formas de plenitud. Esa decisión última de mi padre nos marcó mucho, pero nos dimos a la tarea de hallar otras alternativas. Mi maestro Bonifaz lo decía: “Todo ya se ha dicho, lo dijeron los antiguos, pero se puede decir de otro modo lo mismo’”.
Retrato de tu padre, reflexión sobre la escritura, pero también un perfil personal…
Sí, es una manera de ver a mi padre a través de mí. Mi padre está vivo en mí y eso lo aprendí al día siguiente de que él murió: me di cuenta de que la muerte es algo muy relativo, porque ya no está esa presencia, pero te acompaña de una manera muy particular.
¿El libro era una manera de reconciliarte con él?
Claro: el aislamiento, el egoísmo del artista, había que mencionarlo, pero eso no le resta fuerza al cariño y al respeto que le tuve, y que creció con el paso de los años. Siempre estoy muy atento a no repetir: me encanta la vida familiar, disfruto repartir el tiempo, estoy convencido de que sí hay que entregarse a la creación, pero no a costa de la felicidad de quienes amas.
“Me parece que eso le pasó a mi padre, empezando por él mismo, porque no se amó lo suficiente para salvarse.”
Se trataba de una herida…
Era una herida que se ha cauterizado con el paso de los años y ahora que soy más viejo que mi padre, me doy cuenta de una cosa: soy un superviviente de ese naufragio.

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