Laberinto
Heriberto Yépez
Desde el regreso de Rafael Tovar y de Teresa a Conaculta —que ya encabezó en los sexenios de Salinas y Zedillo— circulan en prensa e Internet un par de planteamientos: cultura para reparar el tejido social y la promoción de una industria cultural independiente.
Hablar de programas culturales
para reparar tejido social alude a espectáculos gratuitos o centros culturales
comunitarios (con cursos, eventos y acervos). ¿Es posible en México mantener un
proyecto así?
No. Se pueden hacer
infraestructuras simbólicas. Un festival aquí; un espacio allá. Granos de arena
en un pozo sin fondo.
Además, en México hablamos de
ese sueño como si no existiera ya una gigantesca red de espacios donde millones
de niños y jóvenes asisten durante varias horas, casi todos los días: las
escuelas.
Ahí es donde los niños y
jóvenes —y sus familias— podrían adquirir conocimientos y experiencias para
alejarles del subempleo, violencia y desesperanza.
Pero el sistema escolar
mexicano es un desastre y seguirá siéndolo con el regreso del PRInosaurio que
lo operó el siglo pasado.
¿Y la idea de una industria
cultural independiente? Pongamos el caso de las editoriales. ¿Por qué necesitan
el dinero del Estado para sobrevivir? Principalmente, porque no hay suficientes
lectores. ¿Por qué no hay lectores? Porque el sistema escolar que podría
producir millones de lectores no sirve. Las cifran lo prueban.
(Para colmo, la red de
bibliotecas públicas no funciona y, por ende, no compra ni resguarda los libros
que el país produce).
Escuchar las propuestas de
Tovar y de Teresa implica olvidar que las misiones que tiene en la mente ya
tienen una infraestructura que debería cumplirlas directamente: la Secretaría
de Educación Pública.
Desde su creación, Conaculta
opera como una especie de intervención gubernamental de disimulada emergencia, por ejemplo, inyectando recursos a la
cultura “alta” mediante apoyos y subsidios a la creación artística culta
(profesional y joven), y enlazando simbólicamente una parte de ella con otras
poblaciones.
Sin Conaculta, la cultura
“alta” estaría en la misma crisis que el sistema escolar. Muchas iniciativas,
creadores y espacios no podrían continuar o tendrían actividades mínimas y
rudimentarias.
Lo que dice Tovar y Teresa
refleja que la SEP —en cuestión de reparar el tejido social y promover
manifestaciones culturales— es como si no existiera.
Entonces, Conaculta, por un
lado, sustenta proyectos simbólicos, estratégicos o coyunturales con la
población general y, por otro, mantiene una variada infraestructura andando
para evitar que también la cultural alta se desplome.
Conaculta es una venda que, al
ayudar a la clase culta, oculta el completo fracaso popular de la SEP.
A nivel macrosocial, sin
embargo, Conaculta no puede servir ni como curita en la gigantesca herida
abierta del narcosistema.
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