domingo, 1 de julio de 2012

El caso Pasolini, un asesinato político

1/Julio/2012
Jornada Semanal
Annunziata Rossi

Se ha abierto en Roma una nueva investigación sobre la muerte del poeta Pier Paolo Pasolini, que este año habría cumplido noventa y fue masacrado el 2 de noviembre de l975 en el Hidroscalo de Ostia. La primera investigación concluyó con la condena del menor Pino Pelosi, apodado Pino la Rana, ragazzo di vita lumpen de un barrio de Roma. Según la versión de Pelosi, la noche del 2 de noviembre Pasolini había ido a la Plaza Cinquecento (estación Termini) para ligárselo y él accedió. Pino tenía hambre y el escritor lo llevó a comer al Tevere Biondo. Después, el poeta se dirigió en su Alfa a Ostia donde, consumado el acto sexual, habría surgido entre los dos un pleito que terminó en la muerte del poeta. Huyendo en el coche de Pasolini, Pelosi fue interceptado por una patrulla de carabineros, por exceso de velocidad. La documentación del coche reveló el nombre del propietario y luego su conexión con el asesinato del poeta, del cual Pino la Rana se declaró culpable. Pelosi no mostraba señales de pelea, sólo una mancha de sangre en un puño de su camisa y en el pantalón, y una escoriación en la frente provocada por un frenazo durante la persecución de la patrulla. No se tomó en consideración la imposibilidad de que un adolescente grácil como Pelosi hubiera podido masacrar al atlético deportista Pasolini. Por ineptitud, o intencionalmente, las investigaciones fueron llevadas con la máxima negligencia; el lugar del delito no fue acordonado y por lo tanto se dejó abierta la entrada a los curiosos que borraron las huellas que habrían permitido la reconstrucción científica de los hechos; el coche de Pasolini fue dejado a la intemperie sin tomar en cuenta lo que se encontraba en su interior, un suéter ensangrentado y una plantilla que no pertenecían ni a Pasolini ni a Pelosi; tampoco se prestó atención al documental que Sergio Citti, cineasta amigo de Pasolini, giró en el lugar del crimen al día siguiente de los hechos. La investigación terminó apresuradamente un año después con la condena del menor a nueve años y nueve meses de prisión, entre las dudas y sospechas de la familia, de Laura Betti, Citti, y de Oriana Fallaci (quien sostuvo que los asesinos de Pasolini habían sido dos hombres y, obligada por el secreto profesional impuesto por la ética periodística, se negó a revelar sus fuentes, por lo cual fue acusada de reticencia por el tribunal). Después de un rápido proceso, el tribunal cerró el caso del asesinato del poeta como una vulgar pelea entre froci (“maricas”). 
En 2005, un golpe de escena coloca de nuevo en primer plano el caso Pasolini y, esta vez, de manera definitiva. Después de treinta años del delito, el ya casi cincuentón Pino Pelosi se presenta en un programa de la RAI 3 para declarar que no había sido él quien mató al poeta. Los asesinos habían sido tres hombres meridionales, por su acento sureño, sicilianos o calabreses, que habrían atacado a Pasolini insultándolo de ser un sucio comunista, de fetusu (término dialectal siciliano para sucio o fétido) y golpeándolo con ferocidad hasta dejarlo agonizante. Pelosi, amenazado de represalias contra sus familiares si confesaba, habría huido en el coche de Pasolini, pasando sin querer sobre su cuerpo destrozado terminando así con su vida.
No se trató entonces de un delito entre froci, sino de un crimen político planeado para eliminar una voz demasiado incómoda para el Palacio, metáfora usada por Pasolini para llamar al poder. La retracción de Pelosi en 2005 viene a confirmar las dudas del homicidio político premeditado que muchos habían sostenido durante el proceso de 1975-1976. La importante revista bimestral Micromega dedicó la mitad de su número 6 del 2005 al asesinato de Pasolini, reconstruyendo minuciosamente los hechos que habían acompañado la muerte del poeta, situándolo en el contexto de los años setenta, años de feroz terrorismo, anni di piombo, años del plomo (título de la película que Margarethe von Trotta dedicó en 1981 a los paralelos años de terrorismo en Alemania), que conocieron la violencia y las masacres perpetradas desde finales del l968 hasta el l981 por las Brigadas Rojas, los NAR (Núcleos Armados Revolucionarios) y otros grupos de izquierda que, con sus atentados en serie, mantuvieron la península en el terror. Con la declaración de Pelosi se impuso la exigencia de una nueva investigación que, solicitada por intelectuales y políticos –entre ellos Walter Veltroni, quien presentó una interpelación al Parlamento– fue asumida en 2009 por el ayuntamiento de Roma.
Pier Paolo Pasolini fue el más discutido de los intelectuales que Italia haya tenido en el siglo XX, y también el más completo: poeta, narrador, dramaturgo, crítico literario, ensayista, guionista, periodista polémico de primer plano en la prensa italiana, y gran cineasta. El poeta, llegado a Roma en l950, dejaba tras de sí una experiencia dolorosa: la muerte de su hermano inocente en la masacre de Porzus, las diferencias con el padre y el escándalo de su preferencia sexual. Había tenido una relación con un muchacho, quien le confiesa a un cura que, a su vez, violando el sacramento del secreto de confesión que el código del derecho canónico impone a los sacerdotes, la hace pública. El tabú de la homosexualidad que acomuna a católicos, fascistas y comunistas fue un golpe duro para Pasolini, expulsado por “indignidad moral” del Partido Comunista al que se había adherido en l947. “Mi homosexualidad –escribe– la he sentido siempre como un enemigo a mi lado, nunca la he sentido dentro de mí.” La discriminación, aunque más discreta en el ambiente comunista, continuará siguiéndolo inclusive en el ambiente intelectual (para dar un solo ejemplo, el poeta Eugenio Montale –notoriamente homófobo– lo detesta, y en una carta a Maria Luisa Spaziani lo llama con desprecio “pobre y pederasta”). 
En Roma, Pasolini descubre el “bajoproletariado” romano y dirige su interés a los ragazzi di vita, protagonistas de sus dos primeras novelas, que viven en el mundo primitivo y salvaje de los barrios pobres y desheredados de la periferia de la capital, un mundo salvaje, genuino y auténtico en su vitalidad (al que dedica su Trilogía de la vida: El Decamerón, Los cuentos de Canterbury y Las mil y una noches, que le procuraron al cineasta dieciocho querellas), comparado con el mundo de la alta burguesía económica (ignorante e “ideológicamente pequeñoburguesa”, como la llamará en Teorema). La relación amorosa con Ninetto Davoli, comparable sólo al enorme amor que lo ligó siempre a su madre, durará nueve años, hasta que éste lo abandona para casarse. Pasolini gritará su dolor en cartas lacerantes a sus amigos, e inclusive a la novia de Ninetto. Tendrá una vida sexual libre y desenfrenada, hecha de encuentros fortuitos durante sus batidas nocturnas. En l966 explica a su preocupado amigo Alberto Moravia: “Soy un gatazo turbio que una noche será aplastado en una calle desconocida.”
Sin embargo, el final trágico del poeta no llega del mundo lumpen; llega desde arriba, desde el Palacio, como ya he dicho, la metáfora que Pasolini utiliza para llamar al poder. Intelectual engagé, periodista que sigue los acontecimientos de los “años de plomo” hasta su muerte el 2 de noviembre de l975, que ejerce la denuncia con un valor y una pasión sin equivalente en el mundo intelectual de la izquierda, misma que reacciona, a veces, con fastidio ante los excesos del poeta friulano. Maestro de la paradoja y piedra de escándalo, Pasolini fue un personaje incómodo no sólo para la derecha corrupta, sino también para la izquierda del Partido Comunista, un bastian contrario (un “contreras”), corsario herético no por parti pris, sino por una pasión auténtica. Tolerado, pero la tolerancia, escribe el poeta, es más bien una forma de condena más refinada. Sigue con lucidez e inflexibilidad las evoluciones de la realidad italiana que llevarán, después de la segunda postguerra, a la “transformación antropológica” del pueblo italiano, una realidad que empieza a “olfatear”, y que denuncia desde l962 en un artículo de Vie Nuove, semanal del Partido Comunista: “Italia está pudriéndose en un bienestar que es egoísmo, estupidez, incultura, moralismo, coacción, conformismo a prestarse y a contribuir de alguna forma a la podredumbre de la democracia cristiana, una prolongación del fascismo, y peor todavía que éste.” Los italianos, escribirá años más tarde, se han vuelto un “pueblo degenerado, ridículo, monstruoso, criminal”. Triunfa el hombre medio: “un monstruo, un peligroso delincuente, conformista, colonialista, racista, esclavista, qualunquista ” que, de hecho, encarnará años después en el parvenu Silvio Berlusconi. 
Pasolini vive ese infierno, pero no a la manera de Italo Calvino, con quien a veces polemiza. Calvino escribía: “El infierno está aquí. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es más arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio de ese infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.” En el país que se sostiene sobre lo ilícito, Calvino se siente con la conciencia tranquila; él es honesto y, en un artículo de l980, hace una apología de la honradez en un país de corruptos (una postura parecida a la que sostuvo recientemente, en enero de 2012 y con demasiado énfasis, Umberto Eco, quien defiende su honor y el de Italia frente a un público que aplaude frenéticamente). Al contrario, Pasolini entra en pugna, sin preocuparse de su reputación, y reprocha: “Yo soy uno que vive las cosas de las que ustedes hablan, y que ustedes no viven.” A menudo, en Italia se compara a Calvino con Pasolini, los dos escritores más representativos de la literatura italiana de la segunda mitad del siglo XX. A las historias de “papeles y de tinta” de Calvino, vienen opuestas frecuentemente las “historias de carne y de sangre” de Pasolini. Ambos aman la verdad y, de manera diversa, denuncian la difícil situación política y social. Pasolini no sabe ni puede refugiarse en un espacio “puro” e incontaminado de la corrupción como Calvino, apartarse del infierno y conformarse con ser íntegro, honesto en un mundo corrupto. Son dos temperamentos opuestos. Por temperamento, Calvino estaba alejado de cualquier extremismo y había asimilado la lección de estoicismo derivada de Eugenio Montale, que había sido también el legado de Benedetto Croce, el Croce moralista, el de los escritos menores de moral y de vida práctica: una moral toda terrenal, estoica y sin ilusiones.
Pasolini es campeón de la paradoja y piedra de escándalo. Siempre a contracorriente, ataca en su poema “Villa Giulia” la protesta juvenil de l968. Él simpatiza con los policías, hijos de pobres, en contra de los “hijos de papás”, y ve la confrontación del ’68 entre los estudiantes burgueses y los policías como una lucha de clase, lo que suscita la indignación general de los intelectuales de izquierda, entre ellos su amigo Alberto Moravia y Franco Fortini. En l973, acepta la invitación a colaborar con Il Corriere della Sera, después del viraje a la izquierda de su director Piero Ottone, a quien el año anterior Pasolini había enviado una carta insultante: “Querido inefable Ottone, ¡sería hora de que te avergüences por lo que ‘haces’ escribir a tus deshonestos redactores sobre Vietnam! Es un acto vergonzoso que sólo los siervos y los que como tú no poseen ninguna dignidad moral tienen la impudencia de hacer.” Y termina la carta llamándolo “trivial y obscena puta”. No obstante, Pasolini acepta y empieza una intensa actividad periodística publicando artículos implacables, en los que toca sin pelos en la lengua todos los aspectos de la cruda realidad de los años del terrorismo (ahora recogidos en Escritos corsarios y Cartas luteranas). Amado y odiado, criticado por la derecha y también por la izquierda, constantemente perseguido por procedimientos judiciarios, por inmoralidad, por vilipendio a la religión de Estado, por pornografía. Pasolini es, sin embargo, la conciencia crítica de la parte sana de Italia. No hay aspecto negativo de la realidad italiana que le pase inadvertido. Critica a la Iglesia que “se ríe” del Evangelio, al Partido Democristiano, una asociación de delincuentes, continuación del fascismo histórico, cuyos poderosos políticos –“máscaras fúnebres bajo sonrisas radiantes”– son responsables de la “transformación antropológica” del pueblo italiano, cuya conciencia ni siquiera el fascismo totalitario había logrado modificar, responsables, con la connivencia de la mafia, de la degradación paisajística y urbanística de Italia (denunciada también por Calvino), responsables a través de la televisión –explosión salvaje de la cultura de masas– de la homologación de la lengua italiana y la vitalidad lingüística de los dialectos, lo que no había logrado el fascismo. Pasolini termina sus acusaciones proponiendo un proceso en contra de los crímenes de los democristianos (sobre todo Andreotti, siete veces presidente del consejo y catorce veces ministro –protagonista de Il Divo, la película de Paolo Sorrentino– quien, como se sabe, salió siempre indemne de los procesos en su contra).
En enero de l975, el siempre a contracorriente Pasolini se declara en contra del aborto, al que considera un asesinato porque existe una vida prenatal, y que él mismo vive feliz su “inmersión en la vida prenatal”; sin embargo, no se opone a su legalización, que deja libre a la voluntad de la mujer, como subraya su amiga Maria Antonietta Macciocchi. Recurriendo a paradojas, cuestiona el aborto que deja vía libre al coito, y afirma que ya que la reproducción se considera un delito ecológico en un mundo superpoblado, el coito heterosexual se ha vuelto inmoral, feo y contra natura, ergo la homosexualidad se vuelve moral. En un artículo del mismo año, “El vacío del poder”, denuncia la desaparición de las luciérnagas, que se han vuelto ya un recuerdo lacerante del pasado. Pasolini lanza su crítica más feroz contra el nuevo fascismo: el consumismo. Escribe: “Existe una ideología real e inconsciente que unifica a todos: es la ideología del consumismo. Uno adopta una posición ideológica fascista, otro una posición ideológica antifascista, pero ambos tienen un terreno en común, que es la ideología del consumismo.” Y concluye que el gran mal del hombre no consiste en la pobreza ni en la explotación, sino en la pérdida de su singularidad bajo el imperio del consumismo. La nostalgia de Pasolini por el mundo agrícola y paleoindustrial, su defensa de la tradición, de las raíces que expresa en el poema “Un solo rudere” (Io sono una forza del passato/ Solo nella tradizione è il mio amore) un sentimiento que inclusive Calvino considera retrógrado.
Las últimas pesquisas han confirmado que el asesinato del poeta fue político. Desde 1972 Pasolini, mientras colaboraba con la prensa y rodaba sus películas, empezó a escribir su novela Petrolio, una novela de las masacres, y éste fue el libro que decidió su eliminación. En un capítulo del libro titulado: Lampi sull’eni, Pasolini indaga el caso Enrico Mattei, presidente del eni (Ente Nazionale degli Hidrocarburi), quien había desaparecido en un avión que explotó en el aire y que, oficialmente, fue considerado un accidente. Mattei, hombre político excepcional, buscaba para el país fuentes energéticas más baratas y se había enfrentado al monopolio de las “Siete Hermanas”, como él llamaba a las grandes sociedades petroleras extranjeras. Para filmar El caso Mattei, Francesco Rosi había pedido que investigara el caso al periodista Mauro de Mauro, quien desapareció en 1970 eliminado por la mafia. ¿Quién lo ordenó? Seguramente la cia en acuerdo con la mafia. Pasolini indaga el caso y, sobre todo, la figura ambigua de Cefis (bajo el nombre de Troya), el más interesado en la desaparición de Mattei, de quien ocupó inmediatamente la plaza, y regresó al acuerdo con las siete sociedades petroleras. Ahora bien, el capítulo dedicado por Pasolini al eni desapareció misteriosamente la víspera de su muerte.
La investigación sobre Pasolini llevó, además, a una nueva pista: detrás del delito estaría el hurto de los carretes de Salò, lo que obligó al poeta a filmar de nuevo las escenas durante quince días. Los ladrones buscaron antes extorsionar al productor del filme, Grimaldi, quien se negó. Luego ofrecieron su restitución gratuita a Pasolini, quien el 1 de noviembre fue a la estación Termini no para ligarse a un muchacho de la vida, sino para cerrar las negociaciones, cayendo en la emboscada que le costó la vida.
Ahora esperamos que las conclusiones de los tribunales recompongan la memoria del poeta asesinado.

 

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