domingo, 20 de mayo de 2012

Nostalgia por el entusiasmo

20/Mayo/2012
Jornada Semanal
José María Espinasa

Como lector pertenezco a una generación que vivió el eco del entusiasmo despertado por Cien años de soledad en los años sesenta. A fines de los setentas ese entusiasmo tenía algo de espera, la expectación por los nuevos libros del escritor –que fueron llegando, varios de ellos extraordinarios– y la intuición de que el lapso que va de la publicación de Pedro Páramo a Cien años de soledad se había acabado nuestra cuota de obras maestras. Ahora, que se celebran los ochenta y cinco años del escritor, los cuarenta y cinco de la publicación de la novela, y el lanzamiento de esta en su edición digital me hizo pensar en ese entusiasmo y sentir, aunque sólo hubiera vivido el eco, cierta nostalgia. Y quise revivir algo de ese entusiasmo a través de algunos textos que contribuyeron a él, por ejemplo, el diálogo con el novelista de Aracataca en Los nuestros, de Luis Hars.
Hay críticos, invadidos por el resentimiento, que creen que el entusiasmo es un lastre para su labor y han perdido la capacidad de celebración. Creen que su labor es hacerla de policías literarios y terminan tiñendo su incomprensión de rigor moralista para disfrazar su insensibilidad ante el texto y, dicho sea de paso, ante el entusiasmo. Después de aquellos años milagrosos del boom el entusiasmo no ha tenido buenos momentos. La desconfianza se transformó en escepticismo y el público dejó de celebrar el talento y depositó su capacidad de elegir lecturas en la publicidad. Ya se ha demostrado que el boom, en tanto fenómeno mercadotécnico, provocó el protagonismo de los agentes de imagen y la transformación del escritor en una marca. El crítico, aletargado por el resentimiento, no supo cómo reaccionar ante ese desplazamiento. Por eso, Los nuestros (Luis Harss) es un libro en cierta forma irrepetible, aunque se haya repetido de mil maneras.
El azar de las lecturas me llevó a releer a Ernesto Volkening, notable crítico colombiano, gracias a un volumen de textos suyos –Gabriel García Márquez: “un triunfo sobre el olvido” – publicado por el FCE Colombia, cuya edición y prólogo estuvo a cargo de Santiago Mutis Durán, uno de los mejores poetas colombianos de la generación nacida en los años cincuenta, y extraordinario editor. Se trata de un libro ejemplar: mesura, información, estilo, precisión, capacidad de entusiasmo y ojo atento a los peligros de un más que probado talento. Los textos fueron escritos como reseñas en algunos medios colombianos, en especial en la revista Eco, reseñas de ésas que hoy ya no hay en español, con tiempo y espacio para reflexionar, incompatibles con la crítica telegráfica actual. Sin las pretensiones de descubrir el mar, Volkening sabe en cambio describir el oleaje. Escritas al calor de la aparición de los libros, son lecturas serenas y admirables, con eso tan poco común que es el sentido común.
Muestra el libro que el entusiasmo también puede ser inteligente y lúcido. Cien años de soledad es un libro extraordinario, pero fue también extraordinario su contexto y la reacción que provocó en los lectores, esa explosión en cadena que llevó el libro a los rincones y lectores más apartados del planeta. Y ese contexto lo volvió algo simbólico. Ahora, con la edición digital el símbolo se renueva. Una de las cosas que el libro de Volkening hace es restaurar el contexto literario colombiano en que se da la novela y en general toda la obra de Gabriel García Márquez. La sombra que proyecta el entusiasmo puede ocultar parte de la riqueza literaria. Por ejemplo, señala la importancia y calidad de dos novelistas seguramente desconocidos para el lector mexicano: José Félix Fuenmayor, muerto el año anterior a la publicación de Cien años de soledad, y J. A. Osorio Lizarazo. Agrega páginas adelante a Manuel Mejía Vallejo, un poco más conocido, aunque no lo que debiera, entre nosotros y habría que mencionar, diría yo, a Héctor Rojas Heraso, autor de Celia se pudre.
Tener antecedentes no disminuye el talento ni la genialidad, simplemente da sentido a su aparición. Volkening mismo es un caso atípico de crítico. Nacido en Amberes de padres alemanes en 1908, emigra con su familia a Bogotá, Colombia, poco antes de la segunda guerra mundial, y se volverá un crítico influyente y un notable traductor. En 1974 publicó –¡en Monterrey, México!– Los paseos de Lodovico. Su condición extraterritorial lo lleva a tener un ojo avizor para la literatura de Colombia, país que hace el suyo en esa lectura. La nostalgia por el entusiasmo que dio su arranque a estas notas encuentra en el acompañamiento crítico que se ha hecho de la obra de García Márquez un motivo de felicidad. En los textos de Volkening la crítica está a la altura y no se pierde en mezquindades.
Y así el entusiasmo ahora es por partida doble: el lector no sólo puede acceder en este volumen a una ensayística en armonía con la obra del narrador colombiano, sino “descubrir” (las comillas apenas disimulan mi ignorancia, los lectores de Eco conocían al crítico y en Colombia algunos de sus libros circulan aún, pero en México pocos hablan de él) a Ernesto Volkening. ¿Desde aquellos dorados sesenta cuántos entusiasmos han surgido parecidos? Podría pensar en la unánime aceptación en lengua española de la poesía de Gonzalo Rojas en las últimas décadas de su vida, y también, aunque de carácter distinto, en la atención que ha merecido Roberto Bolaño, pero creo que son de signo distinto. Tal vez lo más cercano sea el entusiasmo despertado por los textos de Enrique Vila Matas, casi como un elemento de reconocimiento entre cierto tipo de lectores, mismos que son sin embargo minoritarios. En resumen. Ese entusiasmo no se ha vuelto a dar, pero sería un poco absurdo decir que es irrepetible, aunque algunos signos nos llevarían a pensarlo.
Así el libro de Ernesto Volkening, titulado Gabriel García Márquez: un triunfo sobre el olvido es precisamente eso: un triunfo sobre el olvido, no porque estemos siquiera cerca de olvidarnos de García Márquez sino porque nos recuerda que el entusiasmo es posible.

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