sábado, 24 de marzo de 2012

“La traducción es una forma de movimiento”

24/Marzo/2012
Laberinto
Ernesto Jiménez Olín

Homenaje y herencia asumida de El surco y la brasa. Traductores mexicanos, de Marco Antonio Montes de Oca y Ana Luisa Vega, Traslaciones. Poetas traductores 1939-1959 (FCE, 2011), preparada por la poeta, ensayista y traductora Tedi López Mills, establece criterios más estrictos en cuanto a los límites temporales. Explica a este respecto en la “Aclaración”: “quise, por una parte, reordenar un final arbitrario para que fuera un principio necesario y, por la otra, fijar un ejemplo; es decir, instaurar el rito de otra costumbre”.

El reordenamiento comienza con José Emilio Pacheco y culmina con Alfonso D’Aquino. Hay que destacar el par de apéndices que aparecen hacia el final del volumen, el cual ofrece una numeralia útil al lector en la que se dan a conocer los idiomas traducidos y los autores y poemas compartidos en los dos volúmenes.

Es claro que la elección del título de su antología refleja una posición ante el trabajo del traductor, a la manera de las “versiones” de Paz y las “aproximaciones” de Pacheco.

Lo que quise transmitir con la palabra “trasladar” es que la traducción es una forma de movimiento; de mover un texto hacia otro lado. Ese es el sentido literal de “traslaciones”. No quise ponerle un título poético como El surco y la brisa, sino uno más abstracto y al mismo tiempo muy descriptivo. Me hubiera encantado ponerle “versiones” o “aproximaciones”, pero ya no se podía.

Curiosamente, revisando números de la primera época de Vuelta me encontré que Salvador Elizondo, al escribir sobre El surco y la brasa, emplea precisamente el término “trasladar” cuando habla de traducir. Repito, yo no quería un título largo, sino algo eficaz y breve.

¿Considera a la traducción como una forma de creación?

Sí, la traducción es una forma de creación pero también es un procedimiento mucho más claro que el de la creación porque en la creación tú no tienes un original; tú inventas el original. En el caso de la traducción hay un original que vas a convertir en una especie de sombra. No tienes toda esa gama de posibilidades que tienes en el caso de la creación, donde el texto es totalmente tuyo. De algún modo sale de una nada pero de la que finalmente tú eres el dueño.

En el caso de la traducción, tú no eres el dueño; eres un vehículo, una especie de mediador entre tu idioma y el idioma del original. Uno está más maniatado en la traducción que en la creación, pues tiene que ser más obediente con el original y eso crea un poco de angustia. Por eso digo en mi prólogo que hay una carga moral en la traducción porque tú puedes infringir, tú puedes hacerle daño al original al traducirlo mal o al manipularlo. De algún modo está en tus manos y hay que tener cierto cuidado.

Traslaciones resulta un trabajo necesario que tenía que hacerse desde una perspectiva histórica para darle continuidad a lo realizado en El surco y la brasa. El mapeo que se hace de los autores incluidos confirma la universalidad de la literatura mexicana.

Puede verse también como un canon generacional de los poetas nacidos en los años cuarenta y cincuenta. Sería interesante comparar si se traduce en México más poesía que en España o Estados Unidos o Chile o Perú. Yo tengo la impresión de que aquí se traduce mucha poesía y que ése es uno de nuestros buenos hábitos.

Y además habría que decir que el poeta suele traducir poesía, cosa que no sucede tanto con el prosista. El prosista no suele escribir novela o cuento y al mismo tiempo traducir la obra de otro. En cambio, en la poesía traducir es parte del trabajo del poeta. Lo vemos en los Contemporáneos, en Octavio Paz, en José Emilio Pacheco…

¿Tuvo claros desde el `principio los límites cronológicos en cuanto a los traductores?

Así es. La recopilación de Montes de Oca cubre un periodo mucho más amplio que va de Alfonso Reyes a Carlos Montemayor. Yo decidí acotar: comienzo con José Emilio Pacheco, que nació en 1939, y termino con Alfonso D’Aquino, que es de 1959; son veinte años de traducción. Además, en El surco y la brasa hay narradores, ensayistas y dramaturgos traduciendo poesía. Creo que en las generaciones que incluyo no es tan común encontrar a un prosista que traduzca poesía como lo hizo, por ejemplo, Salvador Elizondo con El naufragio del Deutschland de Gerard Manley Hopkins.

Mi plan original era que Traslaciones fuera una colección en el Fondo de Cultura Económica. Que éste fuera el primer volumen y que el siguiente, que abarcaría de 1959 a 1979, estuviera a cargo de otra persona.

Algo que por lo demás sería necesario…

El problema consiste en que es muy difícil hacer este tipo de libros por los derechos. Son libros muy complicados en este sentido. Es un trabajo minucioso y muy caro. Yo no sé si el Fondo se anime a continuar el proyecto, pero sería muy interesante conocer lo que traducen los escritores de los años sesenta y setenta.

En el prólogo hace una cita de John Dryden a propósito de las tres formas de traducir poesía: la literal, la versión y tomar el original como pretexto para crear poemas en español. Como recopiladora, ¿cuál considera que es la técnica que predomina en Traslaciones?

Yo creo que es una mezcla de procedimientos. Finalmente todo se resuelve en el momento en que uno está ante el texto que va a traducir. El mismo texto te da las reglas y el procedimiento. Hay poemas como el Tiro de dados de Mallarmé o los poemas de Manley Hopkins que no son literales ni siquiera en su propio idioma. En su propio idioma hay que traducirlos a una versión más simple para comenzar a leerlos de tal manera que hay una triple lectura. Cada texto te propone un procedimiento. El traductor no tiene que llegar con un aparato teórico, ni tiene que llegar con una serie de reglas sino descubrirlas en el texto que va a traducir.

Si hay una futura reedición de Traslaciones, ¿se incluiría?

No, y más por una regla de objetividad que moral. Cuando haces una antología es mejor no incluirte porque al hacerlo incorporas un elemento subjetivo y se opaca un poco lo que quisiste hacer. Se me han hecho algunas observaciones sobre traductores que faltaron como Rodolfo Mata y Aurelio Asiain, que no entraron por los límites temporales que me impuse, pero lo que sí lamento son las ausencias de José María Espinasa y Rafael Vargas, que fueron olvidos y espero que en una siguiente edición se puedan incorporar. Y también está la ausencia de Elizabeth Bishop, una poeta a la que yo admiro muchísimo. Verónica Volkow hizo las traducciones y la menciono porque sí estuvo considerada, pero la cuestión de los derechos hizo imposible su inclusión.

En el prólogo habla también de los “policías de la traducción”. ¿Llegó a ponerse el traje?

Cada que leo traducciones se me impone la personalidad del policía de la traducción. Podemos decir que siempre se descubrirán errores, pero también están las elecciones, un asunto mucho más subjetivo. En la solución que elija el traductor uno puede estar en desacuerdo, pero nunca hay que olvidar que son elecciones. Los errores están en traducir una palabra por otra que no es.

Para el libro yo no hice ninguna corrección. Lo único que hice fue leer las páginas y los traductores las revisaron antes de que se publicaran. Realmente fue una labor muy gratificante el haber preparado el libro. Si yo vi o no errores, eso quedará en el misterio.



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