sábado, 18 de febrero de 2012

“Soy un autor de lo lumpen”

18/Febrero/2012
Laberinto
Juan Carlos Villanueva

Enrique Bunbury es una especie de saltimbanqui de personalidades que van de lo soberbio y huraño a lo espontáneo y acogedor, una ruleta rusa que a la menor provocación, según su parecer, desata esa bestezuela que habita dentro de él. Licenciado Cantinas, su más reciente disco, explora nuevas y heredadas cadencias como el vals, el tango, la salsa y otros géneros de raíces estadunidenses.

Bunbury se ha reinventado, es padre de familia (su hija Asia Ortiz nació el 4 de febrero de 2011, cuando su pareja Jose Girl y él estaban de gira) y ahora procura usar paracaídas en sus vuelos al infierno interior. “Cuando creas canciones sueltas un grito de rabia y empiezas a analizar tus glorias y fracasos”, dice Bunbury en entrevista. “Mi vida cambió con la llegada de mi hija, cobró un nuevo significado. El miedo te hace sentir rabia, dolor y angustia. En cambio, ahora entiendo cómo el amor es liberador”.

Escuálido, irónico, con una mirada extraviada y sorbiendo té de manzanilla, Bunbury ignora una botella de Jack Daniels que coquetea junto a un tequila Don Julio. “Es importante saber controlar el deseo, el miedo y nuestros excesos”, dice. “Este negocio de la música es irónico. Me sigo sintiendo como un ente extraño, como fuera de este planeta, pero he aprendido a lidiar con mi personaje. Ya no soy el hombre que colapsaba en los tiempos del disco Freak show. Ahora me siento más concentrado y puro. No quisiera pensar en mí como un tipo adicto al ser incomprendido, a la apetencia por ser el loser. No sé, creo que mi música puede transmitir una mirada de afecto por esos personajes perdedores, pues creo que el lado oscuro del ser humano termina siendo el más apetecible e inspirador. La melancolía y lo oscuro siempre van a contar con más seguidores, pues son sentimientos que unifican, que invitan a la identificación”.

En su más reciente disco, Licenciado Cantinas, el músico nacido el 11 de agosto de 1967 descubrió lo sentimental e inspirador que puede ser cantar a Agustín Lara, o lo delicioso que es interpretar a Julio Jaramillo: “Aunque en realidad, más que a Jaramillo, prefiero recurrir a las raíces del criollismo. Por ejemplo, la canción ‘Ódiame’ tiene el impacto de las interpretaciones de Los Embajadores Criollos. Conocí esa canción por Jaramillo, pero escuchar a Los Embajadores fue algo conmovedor. Precisamente, en este disco procuré que las canciones tuvieran una instrumentación elaborada y compleja”.

Licenciado Cantinas es un puñado de canciones que Bunbury ha guardado desde hace diez años. “Recuerdo que cuando edité Flamingos (entre 2001 y 2002) pensaba lanzar este disco, pero mi sello me mantuvo en calma. Creo que ha salido en un momento más relajado de mi vida. Cuando hago un disco, considero que cada una de las canciones que interpreto y compongo se vuelven irrepetibles e inexorables, como cuando alguien se hace un concepto de ti y no hay manera de hacerle cambiar de opinión, de reescribir la historia”.

Pero Bunbury también es como ese lobo estepario que se rinde a la lujuria, a la rabia y a las perversiones, combustible de creatividad que usa como metáfora para despotricar contra la política y la estupidez social. “Me gusta ser incendiario, soy un autor de lo lumpen. Hay canciones en las que parece que hablo sobre una puta pero en realidad hablo acerca de la política. Por ejemplo, en ‘Anidando liendres’ [del disco Viaje a ninguna parte] pareciera que hablo de mis hazañas con una puta pero es una canción política y social”.

De Vietnam a Cuba, de Cuba a México, de México a España, ese fue el viaje que ha definido su carrera desde El tiempo de las cerezas (2006) hasta Hellville de luxe (2008) y Las consecuencias (2010). “Estos viajes definieron mi personalidad. Fue necesario parar un poco en 2005, con la disolución de El Huracán Ambulante, la banda que me acompañó como solista por ocho años, pues fueron momentos de locura. Necesitaba explorar esos abismos para poder visualizar un futuro profesional en el que afrontar nuevos retos. Cuando volví de Cuba decidí desintoxicarme de mí mismo y ponerme a trabajar al lado de Nacho Vegas con el álbum El tiempo de las cerezas. Ahí inició una nueva etapa en mi vida. ¿Hacia dónde voy ahora? No lo sé, mi vida se ha tornado diferente, y no dudo que mi composición haya sido afectada por tanto cambio. Definitivamente, mi disco estará condicionado por la paternidad. Creo que existe una luz de la cual puedo tomar camino. No digo que ahora vaya a ser un compositor del júbilo y gozo, sería algo muy narcisista y lo menos necesario es volverse hacia ese tipo de arte onanista”.

A Bunbury le aqueja el declive de la música. “Sé que es necesario vender para continuar con el arte, pero ¿hasta dónde se puede llegar?”, dice. “Los músicos verdaderos trabajan en cruceros. La música se ha desperdiciado en complacencias de disqueras y medios de comunicación. El mal gusto por el arte es un problema globalizado. La industria quiere hacernos clones de Ricky Martin y Juanes. Parece una norma que ahora los cantantes deban ser esbeltos, ojiazules y bien parecidos. Pero ¿dónde queda la poesía de Leonard Cohen, de Tom Waits? Lo que importa ahora es ver qué lugar ocupas en la venta de sencillos de iTunes. En cambio, aspiro a algo de poesía y belleza en mi obra”.

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