sábado, 21 de enero de 2012

Strindberg, Usigli, Ibargüengoitia

21/Enero/2012
Laberinto
Iván Ríos Gascón

Rememorando a Rodolfo Usigli, Jorge Ibargüengoitia contó una curiosa anécdota sobre la creación y la responsabilidad estética que el autor de Dos crímenes, por su juventud e inexperiencia, le atribuyó al notable poeta, ensayista y dramaturgo mexicano: inscrito en Filosofía y Letras pero aún sin tomar clases con Usigli, Ibargüengoitia acudió al Teatro Ideal para ver la puesta en escena de Noche de estío. El recinto semivacío apestaba a orines, tenía una pésima iluminación y la tipografía de los programas era una suerte de impreso para martirizar al público cegato.

De las interpretaciones ni qué decir. Ibargüengoitia deploró a Miguel Ángel Ferriz y su sombrero tejano en el papel de Gran Elector, a Fernando Mendoza como presidente de la República y a Isabela Corona en el rol de la prostituta que anima el conciliábulo del que saldrá el próximo mandatario. Al término de la función, Ibargüengoitia estaba muy molesto. El teatro solitario, el hedor a orines, los focos mortecinos y el programa, estaba convencido, habían sido ideados por Rodolfo Usigli.

La percepción de que entre el autor, su obra, el montaje y la penosa sala había una grotesca complicidad, fue enmendada por Ibargüengoitia años más tarde, pero la sospecha resultó de lo más injusta con un hombre incapaz de arruinarse a sí mismo y, mucho menos, de estropear a otros.

En 1977, dos años antes de la muerte del autor de El gesticulador, la UNAM publicó en su colección Poemas y Ensayos coordinada por Juan García Ponce, una traducción de Vivisecciones de August Strindberg, que Usigli realizó a fines de los años sesenta, luego de un largo trajinar por librerías de viejo y de tratar con incontables bibliófilos, debido a que Strindberg escribió aquellos textos en el exilio y, convenientemente, en francés, porque en sueco Usigli no sabía ni decir “gracias”. En el prólogo, el traductor aventura ideas sobre la naturalización de ciertos escritores que abandonaron o hicieron una pausa en la lengua nativa para escribir en francés (“The french flu”, como la llamó Arthur Koestler), después discurre acerca de la inexacta y extraña prosa de Strindberg y culmina con su particular punto de vista sobre la traducción, un oficio en el que —aseguró— se debe abandonar cualquier principio estético e interpretar fielmente el original porque, de lo contrario, se estaría peligrosamente cerca de la fórmula traduttore/ traditore. Así, exculpándose de antemano por cualquier giro verbal oscuro o por una frase ininteligible, Usigli exploró los laberintos psíquicos de un Strindberg que exhibía su misoginia, su homofobia, su misantropía, su mal humor y su ironía con una franqueza casi palpable, un recorrido en el que lo más conspicuo es el espíritu recalcitrante que la pluma de Usigli extrajo del mayor pupilo de Swedenborg.

“Recuerdo de Rodolfo Usigli”. Así se llama el texto de Jorge Ibargüengoitia donde también cuenta que en el estreno de Jano es una muchacha, él y Luisa Josefina Hernández se rieron a carcajadas y fueron reprendidos en la siguiente clase, y evoca una entrevista del diario Novedades donde Usigli lo excluyó de la lista de oro de los jóvenes dramaturgos del país. Como es de suponer, Ibargüengoitia respondió con una nota virulenta en el mismo rotativo aunque, quizá, su mordedura más letal fue cuando creyó en el autosabotaje de Noche de estío. ¿O es que se puede ser traductor y traidor, incluso de uno mismo?

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