Milenio
Podría uno enunciar el o los motivos que se tienen para tomar en cuenta tal o cual obra, pero incluso si no lo hacemos el título y el autor siempre podrán argumentar a favor suyo.
Se vale estar en contra de todo el fin de año, hasta de las listas que recogen los “libros del año”. Se vale decir que son (como lo son) injustas y arbitrarias; y es pertinente decir igualmente que carecen de autoridad y hasta de buen gusto, pero con un poco de cordialidad y apertura podríamos decir también que no le hacen daño a nadie.
Acabo de leer un texto en El país, firmado por José Luis Pardo, que busca ser una refutación categórica de las listas. Lo compartí por un momento, pero pensándolo mejor creo que se da demasiados e innecesarios golpes de pecho. Porque siendo Pardo justamente uno de los que han hecho posible la famosa lista de libros de fin de año de Babelia, su argumentación suena a un arrepentimiento vano o al menos tardío, por algo que nadie podría reprocharle mayormente: la exposición de un criterio o de una perspectiva que se puede compartir o no, pero que siempre será útil para hacernos una idea del inmenso panorama librero.
Dice Pardo que “la lista es la humillación de la propia idea de crítica, pues lo esencial de la crítica es el análisis, la argumentación, a veces la ironía, siempre el matiz y hasta el tono y el timbre, mientras que quien pide una lista está pidiendo que cese toda argumentación y se deponga toda sutileza, quedando todo reducido a puntuación y orden numérico, sin más posibilidad de explicaciones…”
No veo por qué. Desde luego, la presentación cruda y burda de un listado podría no tener gran fundamento, pero si bien se ve el argumento central son los libros mismos. Podría uno enunciar el o los motivos que se tienen para tomar en cuenta tal o cual obra, pero incluso si no lo hacemos el título y el autor siempre podrán argumentar a favor suyo en manos del lector.
Y dice más el buen Pardo: “A la humillación de la crítica le sigue de cerca la humillación de las obras mismas listadas: dejando aparte lo que la lista supone de mezcla entre churras y merinas (¿qué puede significar, en cuanto a calidad, que un estudio de sociología aparezca antes o después de una novela de aventuras, que ésta supere a un manual de autoayuda o de inteligencia emocional, o que este último puntúe más o menos que un texto clásico del siglo XVIII o quede en mejor o peor lugar que la biografía de un jugador de futbol o de un cantante de moda?), la clasificación —como en los deportes— sugiere que quienes escribieron esos libros lo hicieron como parte de una competición, lo que una vez más reduce la calidad (la condición de “mejor”) a la cantidad: ganancias y pérdidas, como si la finalidad de la escritura y su posible excelencia no residiesen en la obra escrita misma, sino en los puntos que puede acumular, en las deshonras que puede causar a los derrotados o en los trofeos que puede exhibir ante el público. Yo me bajo en ésta, pues, y me declaro en rebeldía: ya no voy a hacer más listas”.
Pues qué pena que se baje del caballo, pero a mí me parece que siempre hay mejores y peores libros, y que por eso mismo es importante contar con un intento de guía, con unas cuantas (aunque discutibles) orientaciones y que mientras más listas haya, mejor. Insisto: no le hacen daño a nadie siempre que se presenten como lo que son: miradas muy personales que pueden o no encontrar reflejo en la lectura de otros.
Con esa convicción —que sin duda me da tranquilidad— propuse hace unos días en el programa de tv Carlos Puig, En quince, el siguiente listado:
1) Herta Müller, Todo lo que tengo lo llevo conmigo, Siruela.
2) Enrique Krauze, Redentores. Ideas y poder en América Latina, Debate.
3) Roberto Calasso, La folie Baudelaire, Anagrama.
4) Daniel Sada, A la vista, Anagrama.
5) Gregor von Rezzori, Edipo en Stalingrado, Sexto piso.
6) Julio Torri, Obra completa, Fondo de Cultura Económica.
7) Jonathan Franzen, Libertad, Salamandra.
8) Haruki Murakami, 1Q84, Tusquets.
9) José María Pérez Gay, La profecía de la memoria, Cal y Arena.
10) Tomas Tranströmer, Deshielo al mediodía, Nórdica.
11) Ignacio Solares, El Jefe Máximo, Alfaguara.
12) Edmundo Paz Soldán, Norte, Mondadori.
13) Michel Houellebecq, El mapa y el territorio, Anagrama.
14) Christopher Domínguez Michael, Profetas del pasado. Quince voces de la historiografía sobre México, Era.
15) Juan Gabriel Vásquez, El ruido de las cosas al caer, Alfaguara
Mi lista es muy sencilla y no tengo más que suscribirla nuevamente para quien quiera tomar en cuenta estos señalamientos (muy personales) sobre el universo del libro; es algo así como la llamada de atención sin pretensiones que puede uno hacer tumbado en un parque, observando el firmamento, a un acompañante (si se lo tiene): ¿Ya viste esa estrella?
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