lunes, 28 de noviembre de 2011

Los años veinte: periodismo y literatura

26/Noviembre/2011
Laberinto
Patricia Villegas

A Aurelio de los Reyes

En sus tendenciosas pero interesantísimas memorias, José Juan Tablada evoca los “cavernarios” duelos que a finales del siglo XIX protagonizaba un siniestro personaje del periodismo cuyo nombre era Límbano Domínguez.¹ Aunque firmaba algunas de las notas que aparecían en los diarios donde trabajaba (las más comprometedoras), pocas veces escribía artículos; su verdadero oficio era dar la cara a los inconformes y disgustados lectores que, ofendidos por los vejámenes de que eran objeto, acudían a la redacción de los diarios para reclamar lo que consideraban un infamante libelo publicado en su contra. Era la cotidiana sal de los periódicos mexicanos. La fama que don Límbano había adquirido como duelista solía desanimar cualquier protesta, pero cuando surgía la oportunidad pactaba el duelo a muerte, como que estaba en juego la satisfacción de la más grave ofensa. En cierta ocasión, hallándose en alguna parte del interior del país, por no encontrar armas adecuadas para un duelo, don Límbano propuso que él y su contrincante se encerraran en una cabaña y con hachas de leñador resolvieran sus diferencias. Al día siguiente, los testigos abrieron la puerta y encontraron a don Límbano desmayado sobre un charco de sangre y a su adversario muerto.

Era tal su pasión por los duelos que, una vez, en la redacción de El Partido Liberal (hablamos de un periódico y no de un partido), mientras esperaba a que saliera un amigo suyo para tomar el aperitivo y la comida, llegaron dos señores vestidos con rigurosa levita y sombrero alto. Desplegando toda la solemnidad del caso, dijeron:

—Somos los padrinos del señor Fulano y venimos a exigir una amplia satisfacción o en su defecto una reparación con las armas en la mano por los ataques que el Partido de ayer le ha dirigido a nuestro...

Don Límbano se puso de pie y aunque era completamente ajeno al periódico y ni siquiera había leído el artículo supuestamente ofensivo, se acercó hasta los arrogantes padrinos, los miró de arriba abajo y les dijo:

—Muy bien señores, díganle a su representado que yo no daré ninguna satisfacción, por lo tanto, que el ofendido elija las armas y ponga las condiciones.

Titubeantes ante la frialdad de su interlocutor, los padrinos le preguntaron su nombre. Lo hizo y luego, casi deletreando pero con gran firmeza, volvió a repetirlo.

Uno de ellos protestó tímidamente:

—Según entendemos, el autor del artículo es otra persona.

—¡Cuidado!, señores míos, con un mentís, porque en cuanto ventile este asunto con su ahijado, me arreglaré con ustedes.

Visiblemente desconcertados, respondieron que había un malentendido y que, apenas tuvieran bien averiguados todos los detalles del asunto, regresarían para establecer las condiciones del duelo. Jamás volvieron.

Lo importante de la pintoresca anécdota es que, con el cambio de siglo, llegó a México lo que se conoció como “el nuevo periodismo”. Más noticias obtenidas por reporteros de fuentes directas y menos despliegues literarios. Agilidad lógica y lingüística en la redacción de las notas y economía de palabras y hechos, así como una estructura diferente en la presentación global de diarios y revistas. En una frase: menos improvisaciones artísticas a cambio del profesionalismo y la especialización en el oficio periodístico. Rafael Reyes Espíndola fue el animador de este nuevo periodismo a través de El Imparcial, El Mundo y la revista El Mundo Ilustrado. Su perspectiva del periodismo lo obligó a reclutar escritores que tuvieran la voluntad de informar, hacer reportajes, divulgar la cultura y olvidarse de los escándalos, los ataques personales, las exquisiteces individualistas y, sobre todo, de la política opositora. El empresario tuvo que enfrentarse a muchísimos intelectuales y obreros organizados que preferían una prensa contestataria. Sin embargo, el férreo régimen porfirista fue cerrando los periódicos que tenían pretensiones combativas y esto, a la larga, facilitó el triunfo del nuevo periodismo.

Empero, durante muchos años, los periódicos de Reyes Espíndola debieron sufrir el embate de otros diarios como El País, El Noticioso, El Nacional, El siglo XIX y La Patria que agrupaban a los viejos periodistas, para los cuales don Límbano Domínguez —y otros como él— eran un timbre de orgullo y personajes de primera necesidad para el desempeño del “peligroso” y “comprometedor” oficio periodístico. Desde luego, los matones como don Límbano estaban al margen de la política porque contra el Supremo Gobierno no había duelos ni armas que pudieran oponerse y ellos no tenían bandera ni más causa para defender que el honor de los periódicos. Con excepción de las publicaciones clandestinas —como las que imprimían los hermanos Flores Magón—, la prensa se llenaba de lisonjas para el régimen y con ello contribuía a la ambientación de la “paz porfiriana” que se enmarcaba en la “bella época”.

Reyes Espíndola era contrario a las ideas de los poetas que habían iniciado la Revista Moderna, una publicación que —según José Juan Tablada— brotó del escándalo que produjo hacia 1898 su poema “Misa negra” en el periódico de Chucho Rábago y Joaquín Escoto. El empresario era poco tolerante con la poltronería y los excesos de este grupo financiado por dos norteños locos (los “Chuchos”: Jesús Valenzuela y Jesús Luján) que tiraban su dinero irresponsablemente pagando los vicios de estos genios desubicados que se sentían avecindados en París y vivían renegando de la gran Tenochtitlan. No obstante, varios de ellos trabajaron con él en algunos de sus periódicos, Tablada especialmente. Reyes Espíndola no veía bien que sus redactores participaran en otros medios con una actividad que fuese más allá de la simple colaboración. Era el caso de Amado Nervo quien con gran discreción se apartaba del grupo que elaboraba la Revista Moderna; incluso había manifestado su temor de que en algún momento el Jefe se disgustase por mandarles su acostumbrada nota. Nervo era el director de El Mundo Ilustrado. Reyes Espíndola lo distinguía con su amistad y lo apreciaba por su enorme dedicación y su capacidad de trabajo. Nervo era una presencia constante en El Mundo durante el día y buena parte de la noche, una verdadera hormiga, silenciosa y laboriosa. Pero en algún momento esta tensión y la sobrecarga de trabajo rompieron su paciencia ejemplar. Fue con Reyes Espíndola y sin preámbulos le dijo:

—Rafael, vengo a despedirme de ti.

—¡Cómo! ¿Pues a dónde vas?

—Me voy a suicidar.2

Reyes Espíndola comprendió que no se trataba de un exabrupto. Nervo hablaba en serio y, para atajar sus impulsos suicidas, le contestó:

—Mejor, en vez de suicidarte, ¿qué tal si mañana te vas a Europa?

Al día siguiente, en las oficinas de la Revista Moderna, Nervo estaba para despedirse de sus amigos y ofrecerles sus colaboraciones desde París. Lo festejaron y lo despidieron con una buena comida y una larguísima sobremesa amenizada con todo tipo de licores digestivos. Sin embargo, le esperaba un amargo incidente. Cuando iba de camino a Nueva York (era la ruta comercial hacia Europa), envió a la Revista Moderna una primicia de su libro El Éxodo y las flores del camino. Reyes Espíndola juzgó injusto que el anticipo no se publicara en El Mundo Ilustrado y por medio de un cable le comunicó al poeta que el viaje a París no continuaría por su cuenta. Desesperado, Nervo escribió una carta a la Revista Moderna donde contó las consecuencias del incidente y su eventual desgracia. Jesús Luján, el mecenas de la publicación y de los bohemios que escribían en ella, afirmó que entonces Nervo continuaría su viaje hacia París por cuenta de la Revista Moderna. Obviamente, la revista no vivía de la publicidad, ni de sus suscriptores ni de sus ventas; tanto la renta de las oficinas en el lujoso piso de un edificio ubicado en la esquina de las actuales calles de Bolívar y Madero, como los elegantes muebles de caoba, piel y latón, así como la impresión de cada número, el pago de las colaboraciones a poetas y pintores y las borracheras diarias en las cantinas aledañas, todo salía de las bolsas de los Chuchos.3 Así que, en estricto sentido, Amado Nervo fue becado por la generosidad de este dispendioso patrocinador de la bohemia modernista.

Con el paso del tiempo, ambas empresas, la de los Chuchos y la de Rafael Reyes, tendrían razón: a corto plazo, la de Reyes Espíndola conseguiría que la prensa mexicana alcanzara mayor profesionalismo y se modernizara; a largo plazo, la Revista Moderna sería una de las mejores revistas literarias que se hayan publicado en la lengua española. La primera empresa dejó mucho dinero; la segunda dejó mucho prestigio a sus colaboradores (muertos tempranamente por sus excesos alcohólicos) y a la literatura mexicana, pero fue ruinosa para Jesús Valenzuela y seguramente no tuvo utilidades monetarias.

Con el estallido de la revolución en México, el nuevo periodismo terminó de consolidarse. La necesidad de recopilar y procesar la información para venderla al exterior y la convivencia de los periodistas mexicanos con los extranjeros que cubrían las diversas fuentes, hizo que la prensa nacional se olvidara de los chismes locales, se profesionalizara y se modernizara. Más aún, con el inicio de la I Guerra Mundial primero, y después con la revolución rusa, la proliferación y el crecimiento de los diarios se convirtió en un imperativo. Sin la competencia de los medios electrónicos que surgirían años más tarde, los periódicos vivieron su edad dorada. La diversidad de las publicaciones produjo una de las épocas más interesantes en la historia de los medios impresos. En este contexto resurgieron los magazines, los semanarios, los suplementos dominicales y toda clase de revistas misceláneas.

Por su calidad literaria y por su constancia, había dos revistas que competían entre sí por ganarse a los lectores: Zig-Zag, dirigido por Pedro Malabehar y El Universal Ilustrado que, unos tres años después de haberse creado (mayo de 1917), comenzaría a dirigir Carlos Noriega Hope, en marzo de 1920. A su alrededor había revistas como Tricolor de Julio Sesto, Álbum Salón, Revista de Revistas, el Suplemento Literario de El Heraldo de México que dirigía Jorge de Godoy. Un problema laboral que propició una mortal huelga de la imprenta donde se estampaba la revista terminó con la brillante carrera de Zig-Zag y los autores que tenían su mirada fija en la Nueva España y gozaban con sus estampas coloniales quedaron desempleados. Noriega Hope invitó a algunos de los escritores y periodistas de Zig-Zag a trabajar con él en El Universal Ilustrado: Francisco Monterde, Rafael Heliodoro Valle, Cube Bonifant, Francisco Zamora, Porfirio Hernández, Gregorio Ortega y Arqueles Vela. Unidos a la plantilla de colaboradores habituales, entre los que destacaban Gilberto Owen, Celestino Gorostiza, Leonor Llach, Antonio Acevedo Escobedo, Celestino Herrera Frimont, Jorge Piñó Sandoval, Marco Aurelio Galindo, José D. Frías, Rafael Solana (“Verduguillo”), Fernando Ramírez de Aguilar, Demetrio Bolaños, Alba Herrera y Ogazón, Luz Alba, los humoristas Gustavo F. Aguilar y Xavier Enciso, los ilustradores Gabriel Fernández Ledesma, Fernando Bolaños Cacho, Duhart y Andrés Audiffred formaron uno de los equipos más notables del periodismo mexicano.

Hacia el comienzo de la década de 1920, con el auge de los medios impresos, entre las cosas que más se extrañaban del antiguo periodismo estaban las deliciosas crónicas, los cuentos y las novelas cortas de autores como Manuel Gutiérrez Nájera, Ángel de Campo (“Micrós”, muerto en 1908), Amado Nervo (muerto en 1912), Federico Gamboa (silenciado en 1913, después de su colaboración con el gobierno de Victoriano Huerta), Rafael Delgado (muerto en 1914). Sólo unos cuantos prosistas aparecían de vez en cuando en los diarios: José López Portillo y Rojas, Cayetano Rodríguez Beltrán o el cuentista J. Rafael Rubio. La crisis era evidente y la resentían especialmente los suplementos semanales pues se veían obligados a publicar traducciones de autores que, por herencia del porfirismo, eran casi siempre franceses. Con la idea de que el relato breve (de cualquier género) vive al amparo de los suplementos culturales y de las revistas literarias, y para estimular a los escritores mexicanos, en especial a los jóvenes, El Universal Ilustrado patrocinó un concurso para los creadores de prosa. Al final hubo que declararlo desierto y repartir el premio entre los cuatro finalistas. Sin embargo, Noriega Hope no se dio por vencido y suponiendo que en México había talento y “que algunos de los aún desconocidos eran escritores alérgicos a los certámenes literarios, recelosos del fallo de los jurados que procedían con precipitación o se mostraban parciales al conceder premios”,4 lanzó el proyecto de la novela semanal:

Un verdadero esfuerzo significa para El Universal Ilustrado esta nueva sección. No se escapará a nuestros lectores que el hecho de conseguir cada semana una novela corta de autor mexicano representa, por nuestra parte, un esfuerzo sencillamente colosal, ya que en México muy pocos cultivan con éxito este género literario.

En efecto, para Noriega Hope y para cualquier otro animador de la cultura mexicana de cualquier época, habría sido imposible cumplir semanalmente la oferta de publicar una novela inédita en el pequeño suplemento que medía “unos doce por dieciséis centímetros” y se publicaba todos los jueves. A pesar de eso, se sostuvo durante casi doscientas semanas, del 2 de noviembre de 1922 al mes de diciembre de 1925. El propio Monterde, quien refiere estas cifras, se contradice unas páginas adelante:

Tal fue el esfuerzo que Carlos Noriega Hope realizó, a lo largo de tres y medio años —de junio de 1922 a fines de diciembre de 1925— al sostener, contra viento y marea, el timón con que guiaba, dentro de El Universal Ilustrado, el suplemento literario que destinó a fomentar en México el cultivo del cuento y la novela corta.

Lo cierto es que, en la investigación hemerográfica, todo está por descubrir. Se conocen las novelas más importantes que dio este suplemento, empezando por la obra maestra de Mariano Azuela: Los de abajo. Había sido publicada en El Paso, Texas, en 1915, en una edición que pasó inadvertida y que, diez años después, seguía prácticamente desconocida. Según parece, la idea de volver a publicarla en una edición visible (en “La novela semanal”, por ejemplo) salió de una polémica aparecida en El Universal entre Francisco Monterde, Julio Jiménez Rueda, Victoriano Salado Álvarez y Nemesio García Naranjo. Fue ilustrada por Audifred y tuvo tal éxito que, un año después, se publicaría en Madrid con ilustraciones de Gabriel García Maroto. Ahí comenzó la fortuna crítica de Los de abajo.

También figuran (en el número 66) La llama fría de Gilberto Owen quien, andando el tiempo, sería uno de los mejores poetas de la generación surgida de la revista Contemporáneos, y La señorita Etcétera, del estridentista Arqueles Vela (en el número 7). Fue ilustrada por CAS (Guillermo Castillo) con un retrato en la portada hecho por Alfredo Gálvez. Seguramente, en el mundillo de las letras mexicanas, hubo un pequeño escándalo por esta inclusión, al grado que Noriega Hope aclaró que era mérito de la revista “no cerrar la puerta del Suplemento a todos los que no pensaran o sintieran como nosotros” y más adelante reiteró: “concédese a este ecléctico suplemento de El Universal Ilustrado el raro mérito de hallarse abierto para todas las tendencias, contemplando serenamente todos los horizontes.” Tal vez el haber participado en los manifiestos de 1921, lanzando “mueras” al cura Hidalgo y ensalzando el mole de guajolote, dejó una mala impresión de los estridentistas en los desazonados ciudadanos de la gran Tenochtitlan.

La lista de las novelas publicadas es de sumo interés para los estudiosos de la cultura mexicana del siglo XX. Basta mencionar que en el número 19 hay una novela de Manuel Gamio que lleva por título Estéril, y que en el 55 nos encontramos con una novela de Daniel Cosío Villegas, Nuestro pobre amigo. Nadie en nuestros días habría imaginado a estos dos personajes como novelistas. En el número 28, Federico Gutiérrez publicó La novela de Alicia, un relato que trata sobre el sonado caso de Alicia Olvera, la mujer que asesinó en defensa propia y que fue absuelta gracias a la habilidad de su abogado Querido Moheno. También puede ser interesante conocer los relatos del cineasta Juan Bustillo Oro que se publicaron bajo el título de La penumbra inquieta (Cuentos de cine). Y todavía de mayor interés para los aficionados a las divas de la farándula nacional será enterarse que Mimí Derba, cuya efigie en el imaginario colectivo está grabada como la actriz madura que caracteriza a las madres realistas y severas, mandonas pero comprensivas —por ejemplo, como madre de Jorge Negrete—, esa actriz que en sus años mozos competía exitosamente en el Teatro Lírico con María Conesa y Consuelo Cabrera, la que casi con seguridad fue la primera directora de cine que dio nuestro país, ella, María Herminia Pérez de León Avendaño, Mimí Derba, publicó dos novelas en El Universal Ilustrado, en los números 45 y 52: La mejor venganza y La implacable. Es un dato que se les ha escapado a los especialistas. Ni siquiera a un biógrafo como Ángel Miquel, o al cuidadoso colega de la Universidad Veracruzana, Octavio Rivera, les llegó este dato que fue moneda corriente para los viejos escritores como Francisco Monterde (tan corriente que no le dieron importancia). Sin embargo, esta mujer “con dos partes de Afrodita y una de Minerva” —como decía el poeta Alfonso Camín— tuvo mejor repartida la inteligencia de lo que habíamos creído al agregar estos dos títulos a su libro de relatos publicado por F. E. Graue en 1921: Realidades [Páginas sueltas]. Con esta bibliografía y con su trabajo como argumentista en las películas que hizo la compañía cinematográfica que ella misma fundó en 1917 —en asociación con el camarógrafo Enrique Rosas—, la figura de la actriz se engrandece enormemente.

Están por descubrirse más curiosidades en “La novela semanal”: ¿se cumplió la promesa hecha en el número 34 de publicar una selección traducida del Diario íntimo de Pierre Loti?; ¿qué tal estuvo la selección y la traducción de poetas norteamericanos y franceses que hizo Salvador Novo en los números 42 y 43?; ¿los relatos de María Esperanza Pardo (La soñadora y otros cuentos) tienen alguna relación con el movimiento estridentista, dado que fue Arqueles Vela quien hizo la presentación editorial?; ¿hubo alguna intención feminista en la línea editorial? ¿Pinopiaa (Diosa de piedra), una obra inscrita en la tradición zapoteca cuyo autor es Fernando Ramírez de Aguilar, representa el comienzo de la literatura indigenista en nuestro país? Por lo pronto, es prioritario resaltar la figura de Carlos Noriega Hope quien dejó nuestro mundo a los treinta y ocho años de edad. A los veintiséis, con su intención de estimular la narrativa mexicana, sin darse cuenta, estaba remediando la amputación de prosistas que había dejado el “nuevo periodismo” con su política de eliminar el exceso de artistas literarios que abundaban en los periódicos decimonónicos. Con una inmensa virtud: el ejercicio de la tolerancia y la apertura para todas las corrientes del pensamiento. Sería bueno repasar el homenaje que sus amigos le hicieron en el INBA en 1959, revisitar su obra literaria y aquilatar su labor periodística.

1 José Juan Tablada, La feria de la vida, Botas, México, 1937, p. 410 (son dos volúmenes; el otro se titula Las sombras largas. Hay dos ediciones modernas en el CONACULTA y en la UNAM).

2 Cfr. Rubén M. Campos, El bar. La vida literaria de México en 1900, UNAM, México, 1996, p. 86.

3 Otro patrocinador de la bohemia modernista fue Constancio Valverde, empresario y magnate del transporte público. Organizaba banquetes pantagruélicos por el solo gusto de escuchar las conversaciones de los escritores, los pintores y los músicos que convocaba a su enorme casa.

4 Francisco Monterde, “Prólogo” a 18 novelas de “El Universal Ilustrado” [1922-1925], INBA / Departamento de Literatura, México, 1969, p. 9.

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