domingo, 20 de noviembre de 2011

En la casa de Martí y de Lezama

20/Noviembre/2011
Jornada Semanal
Hugo Gutiérrez Vega

Para Taimyr

La casa de José Lezama Lima, situada en las afueras de La Habana vieja, es actualmente un museo dedicado a preservar la memoria del genial autor de Paradiso y de La muerte de Narciso. En los muros cuelgan las fotografías del poeta fumando su eterno puro y rodeado de los amigos y compañeros del Grupo Orígenes, su cómodo sillón parece estar en espera de que retorne su voluminoso y genial ocupante; algunos libros –entre otros, la primera edición de Paradiso–aparecen por los distintos rumbos de la casa. Sé que no puede ser verdad, pero percibí el aroma del tabaco que habitaba la mano del maestro. Me detuve un momento para leer unos párrafos del ensayo que el padre Ángel Gaztelu, miembro distinguido de Orígenes y amigo personal de Lezama, de Eliseo Diego, de Cintio Vitier y de Fina García Marruz, escribió sobre el poema central de Lezama, La muerte de Narciso. Un verso me hizo recordar a mi hermano, el gran poeta José Carlos Becerra. Así dice Lezama: “Ya el otoño recorre las islas no cuidadas, guarnecidas/islas y aislada paloma muda entre dos hojas enterradas.” José Emilio Pacheco y el señor Zaid titularon la poesía completa de José Carlos: El otoño recorre las islas. Fue, sin duda, muy acertada su decisión. El poeta tabasqueño, que vivía en nuestra casa londinense, nos contó que había mandado a Lezama, antes de salir de México, su libro, Relación de los hechos y que esperaba con gran ansiedad la respuesta de quien, junto con Octavio Paz, era su poeta más admirado. José Carlos salió de viaje rumbo al “continente”, recorrió España, Francia, Italia y, en la primera curva del camino que une a Nápoles con Brindisi, su viejo automóvil se desbarrancó y el poeta murió de inmediato. Frente a sus ojos apagados brillaba la amanecida del Mar Jónico. Grecia era la meta final del viaje. Quería recorrerla y hablar con Ritsos y con Elytis. Una semana después de su muerte llegó a nuestro flat de Arthur Court la esperada carta del poeta cubano. La abrimos y gozamos lo que nuestro hermano hubiera gozado si la muerte no se le hubiera cruzado en su camino, pues la carta de Lezama era abierta y gozosamente laudatoria. El maestro había tardado en contestar por la sencilla razón de que el libro de José Carlos se había apoderado de su atención y de su entusiasmo. En la edición de Era se publica la carta de Lezama y, según me informó el director de la casa, Israel Díaz Mantilla, lezamiano integral, entre los libros que quedaron en la recámara del poeta se encontraba un ejemplar de Relación de los hechos.

Los entusiastas muchachos del periódico La Jiribilla, publicaron el ensayo de Gaztelu que leí en la sala de la casa de Lezama. Dice el sacerdote que el poema nos “descentra de lo real y nos lleva a su país de creación, fantástico país de fábula y mitología”. Esto sucede desde que se lee el primer verso: “Danae teje el tiempo dorado por el Nilo.” Seguimos leyendo el poema y se apodera de nosotros un deslumbramiento sin fisuras: “Huidos los donceles en sus ciervos de hastío, /en sus bosques rosados.”

La visita a la casa de Lezama fue una parte fundamental de nuestro viaje a Cuba. Quedan en mi memoria los generosos y cordiales asistentes a mis charlas sobre Rulfo, Azuela, Yáñez, Vasconcelos, Muñoz y Martín Luis Guzmán, que se llevaron a cabo en el salón de actos de la Fundación José Martí; la visita al impresionante memorial del apóstol; unas charlas fructíferas con Fernández Retamar y con Eder Morales; las reuniones con Gabriel Jiménez Remus, nuestro excelente embajador en Cuba que tantos esfuerzos ha hecho para mejorar las relaciones con la querida isla, relaciones que fueron perfectas hasta el imbécil “comes y te vas” del impresentable Fox. Todos los amigos cubanos nos dieron las mejores muestras de su amistad franca como la mano tendida del apóstol Martí. Recuerdo con enorme afecto a la joven poeta y cuentista Taimyr Sánchez Castillo, que fue nuestra constante compañera de idas y venidas, de visitas y de contemplaciones de ese malecón habanero incesante y hermosamente derrotado por el mar. El otoño ya recorría las islas cuando dejamos La Habana. Entre las nubes se asomaba el perfil de esa isla de poetas y luchadores sociales; de esa isla que no se rinde y que, por encima de todo, afirma los valores humanos de la dignidad y de la independencia.

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