Laberinto
Por trabajo no pude asistir a la lectura de Jerome Rothenberg en Bellas Artes y cuando pude (fin de semana), un error en la reservación aérea me impidió llegar al homenaje que le hicieron en Ciudad Juárez. He aquí un preámbulo de lo que pensaba decir.
Rothenberg fue en mi vida de joven lector en inglés lo que Borges en mi vida de joven lector en español. En ambos descubrí no sólo a un autor único, sino a una entera literatura.
Entre los 50 y 60, Rothenberg pasó de poeta de la deep image —idea basada en Lorca— a principal impulsor de la etnopoética —la teoría, traducción y poesía basada en el diálogo entre la vanguardia occidental y la poesía primitiva, antigua, chamánica e indígena—; desde Ginsberg hasta el común de los lectores, las antologías de Rothenberg sacudieron a la contracultura literaria.
En los 70 y 80, Rothenberg exploró la etnopoética judía, y jugó (y fundó) técnicas posmodernistas. En los 90, comenzó a antologar la poesía radical romántica y post-romántica; moderna y post-moderna.
A la fecha, su ininterrumpida poesía es descomunal.
Aunque a veces su destreza para el performance opaca las implicaciones de su obra escrita.
Incluso en Estados Unidos —donde es uno de los líderes de la poesía innovadora— aún no se le entiende. Se le cree un poeta norteamericano. No se han dado cuenta —por aislados— que Rothenberg fue su primer poeta global.
De su prosa traduje un volumen —Ojo del testimonio. Escritos selectos 1951-2011 publicado por Aldus— y de su poesía vendrá otra antología.
De su relación con México, escribí un libro que ganó un premio y sigue inédito. En la actualidad estoy editando una antología de su obra para los propios lectores norteamericanos.
Hace poco en La vanguardia de España, se decía que Rothenberg debería recibir el Nobel. Concuerdo. Pero la Academia Sueca no es tan cuerda.
Hay mucho qué decir sobre Rothenberg. Me enfocaré en su relación con México.
Si a Kerouac lo influyeron las carreteras y cantinas, el paisaje y la droga de México, a Rothenberg lo influyó Ángel María Garibay y María Sabina, Octavio Paz y Laurette Séjourné. El México de Rothenberg es muy distinto al México de los beatniks.
Y Rothenberg fue el último gran poeta norteamericano del siglo XX en tener una relación significativa
—literariamente— con México. Una de las bases de la obra de Rothenberg fue la poesía prehispánica mexicana. No hay siquiera un poeta mexicano mestizo que haya aprovechado más la poética indígena que Rothenberg. Esto quizá moleste escucharlo. Pero es cierto.
Pasarán varias décadas para que en México y Estados Unidos, Rothenberg sea comprendido.
Quisiera decir más. Pero el espacio es aún más breve que el tiempo.
E incluso quienes conocemos toda su obra, apenas conocemos la mitad de su legado.
Viva Rothenberg.
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