Laberinto
Bruno Estañol es un estupendo escritor de ficción, un magnífico ensayista y un excelente científico. Pero es, además, por si ello fuera poco, un hombre gentil, un escéptico optimista y un agnóstico seguidor de Epicuro que, con el tetrapharmakon en la mano, nos aconseja, gentilmente, un comportamiento sano para dejar de sufrir inútilmente: 1) liberarnos del temor a los dioses y al más allá; 2) liberarnos del miedo a la muerte; 3) buscar sólo los placeres necesarios, pues el placer correctamente entendido es fácil de alcanzar, y 4) superar el miedo al destino adverso y al dolor, que por lo demás dura muy poco.
Bruno Estañol es un humanista, un interlocutor espléndido que, en la charla informal, en el diálogo de amigos, reivindica el arte socrático del pensamiento, la duda, el humor, la límpida inteligencia y la honda sensibilidad que constituyen valores principales de la cultura.
Vengo leyéndolo y admirándolo desde hace muchos años, desde hace por lo menos 22, pues en 1989 lo descubrí gracias a su estupendo libro Fata Morgana, que me reveló a un escritor divertido, ameno y sobre todo inteligente, pues un escritor es inteligente cuando no se permite el lujo de aburrir a sus lectores.
En sus páginas, Estañol nos ofrece, como no queriendo, como al azar, buenos consejos filosóficos y vitales, como cuando en su relato “La realidad y el deseo” (homónimo del libro de poemas de Luis Cernuda), nos dice: “La primera regla que uno debe seguir en el arte de vivir es no confundir las realidades con los deseos; casi siempre la razón acude en auxilio de éstos”.
Es esencial comprender y adoptar la verdad epicúrea y esta regla fundamental del arte de vivir, porque los deseos locos se abren camino, con frecuencia, hasta en los muros más racionales, sobre todo en los artistas y en los escritores que no pocas veces confunden realidad y ficción.
Bruno Estañol conoce la mente del escritor, porque también conoce su propia mente, que es a la vez, de manera alternativa, científica y literaria, cuerda y loca, maravillosamente lúcida y extraordinariamente fantástica. La realidad casi siempre supera a la ficción, y esto nos lo viene mostrando en libros como Ni el reino de otro mundo (1991), El féretro de cristal (1992), La esposa de Martín Butchel (1997), La barca de oro (1998), Bella dama nocturna sin piedad (2003), Pasiflora incarnata (2003) y La conjetura de Euler (2005), que aparecerá pronto en traducción al inglés.
La ciencia, en su caso la neurología, ha servido a Bruno Estañol no para frenar su obra de ficción sino para ampliarla y agudizarla en la indagación de los enigmas de la mente. El proceder de sus personajes constituye la representación general del comportamiento humano. Su caso sigue precedentes ilustres como el de Santiago Ramón y Cajal, ejemplo de científico que también hizo literatura.
Nació en Frontera, Tabasco, en 1945. Neurólogo eminente a quien le debo haber corregido, así sea un poco, mi cerebro (lo que haga yo con él ya no es culpa suya), en 1999 publicó el volumen de ensayos La vocación condenada, que es el antecedente de la maravilla que ahora ha dado a conocer: La mente del escritor y otros ensayos sobre la creatividad científica y artística (2011), coeditado en un volumen estupendo por Ediciones Cal y Arena y la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco.
En las páginas de La mente del escritor brilla, espléndida, la agudeza de su autor. Nos explica, por ejemplo, que “Borges es quizá el mejor ejemplo del escritor de ficción con un cerebro especializado. El cerebro del escritor de ficción es comparable al cerebro de un virtuoso de la música. Es un virtuoso no sólo en los aspectos formales de la lengua, que no son pocos, sino en el aspecto más misterioso que es la invención, el encuentro o la re-creación de las historias”.
Los lectores que penetren en estas páginas abrevarán en una experiencia maravillosa de conocer cosas insospechadas sobre literatura, pintura, música, la memoria, la imagen, la palabra, la enfermedad, etcétera, en su relación con la mente, la creatividad, el cerebro, los impulsos nerviosos y tantas cosas más que nos hacen humanos y, a veces, inhumanos.
A propósito de este libro, le pregunto a su autor: ¿Qué significa para ti la divulgación de la ciencia?, a lo cual responde: “Es una actividad muy importante. En los países más avanzados hay especialistas en divulgación de la ciencia y son muy apreciados. En ocasiones son científicos profesionales y en otras son periodistas con conocimientos científicos. Para mí es una oportunidad para dialogar en el idioma castellano con personas curiosas de diversos niveles culturales. Creo que la divulgación de la ciencia es particularmente importante para los niños y para los jóvenes”.
La mente del escritor ¿tiene más ciencia o más literatura? Me dice: “Creo que tiene más literatura que ciencia. La razón es que está escrito como un ensayo literario y no sólo como un ensayo de divulgación científica. Creo que también hablo más de literatura y de arte que de ciencia”.
Bruno Estañol comparte con nosotros, sus lectores, sus métodos y preferencias sobre la lectura y la escritura, además de gozosas confesiones como cuando nos dice que la escritura científica o técnica no es aburrida aunque algunos lo crean así, y añade: “Para mí ha sido equivalente a lo que ha sido el periodismo para otros escritores”.
Lector apasionado lo mismo del cuento que de la poesía, Estañol se considera esencialmente un escritor de ficción. Pero ello no obsta para que, a través del ensayo, científico o literario, explore ciertos ámbitos y algunos temas que no puede explorar en la novela y en el cuento. Por ejemplo, el vínculo entre la letra y la imagen o, mejor aún, la relación entre la música y la literatura. A tal grado esta relación le apasiona que acaba por dictarnos su epitafio. Escribe: “Quisiera que en mi tumba se pusiera el epitafio: Amó la música y las palabras”. Este amor por la música y las palabras se ha convertido en amor por la música de las palabras.
¿En qué género te sientes mejor: en el ensayo o en la ficción?, lo interrogo, y él contesta: “Me siento mejor en la ficción aunque a veces, lo debo confesar, el ensayo me atrapa porque me da una intensa curiosidad seguir investigando y pensando. Creo que en el ensayo hay que pensar más y en la ficción sentir más”.
Lo mismo en la ficción que en el ensayo científico, literario y filosófico, Bruno Estañol muestra que lo esencialmente humano es acertar pero también fallar, alcanzar las cumbres pero también desplomarse a los más hondos abismos, tocar el cielo pero también hundirse en el dolor del espíritu y la depresión de la mente.
¿No será que la ciencia es un arte?, lo provoco. Y él me dice: “La ciencia tiene su parte de arte. Tanto el arte como la ciencia comparten el hecho de que se necesitan destrezas manuales para hacerlo y tanto la ciencia como el arte son formas de predicción. Ambas hacen experimentos mentales. La ciencia también tiene su parte emocional aun cuando los científicos no lo reconozcan. El arte de las cavernas de Lascaux, Altamira, Atapuerca, requería de muchas destrezas y conocimientos técnicos. La técnica es anterior al arte y a la ciencia. La filosofía y la religión (que es una forma de explicación metafísica del mundo) son anteriores a la técnica. Se habla mucho de que la ciencia es descubrimiento y el arte es invención. No obstante creo que ambas comparten el descubrimiento y la invención”.
En el caso de Bruno Estañol, su literatura de ficción nos salva del aburrimiento, sus ensayos científicos y literarios nos abren horizontes de comprensión, y su sabiduría clínica nos ha dado a algunos la oportunidad de seguir escribiendo, leyendo y, sobre todo, viviendo, pues hay tristes escritores, y patéticos lectores, que aún no saben que hay vida después de la literatura.
Le digo: otra similitud entre el arte y la ciencia, es que hay artistas locos y científicos locos, ¿o será que se hacen los locos? Su respuesta no puede ser más estupenda: “La imagen del científico loco viene de Hollywood. Sin embargo no hay duda de que han existido científicos locos. El arte predispone más a la locura que la ciencia. La cantidad de artistas locos es innumerable. Por eso muchos autores, desde Platón, han postulado una relación entre la locura y el arte. La verdad es que hay algunos artistas que se hacen los locos, pero hay siempre otros peores: los que se hacen pendejos”.
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