martes, 10 de mayo de 2011

Gonzalo Rojas (1917-2011). Contra la muerte

1/Mayo/2011
Milenio
Margarito Cuéllar

Gonzalo Rojas nunca dejó de ser un niño asombrado ante el vértigo luminoso del relámpago. Más que el relámpago como aceleración y fuga, lo que llamó su atención fue la palabra misma, la sonoridad que la acentúa, no tanto el resplandor.

De 1936 es Cuaderno secreto, del que Rojas rescató algunas joyas leves que lo hacían recordar su natal Lebu o Leufu —en antiguo mapuche. “Puerto marítimo y fluvial, maderero, carbonífero y espontáneo en su grisú, con mito y roquerío suboceánico, de mineros y cráteres —mi padre duerme ahí—; de donde viene uno con el silencio aborigen”, dice Gonzalo.

El año de 1938 debió ser clave para Rojas. Neruda retornó a Chile un año antes, envuelto en la llamativa capa de la fama e iluminado por las estrellas y los sueños del hombre nuevo. Rojas, poco dócil a las doctrinas y a las poéticas —a no ser la piedra fundacional de las posvanguardias que él encabezó a lo largo del siglo XX—, se inició con el grupo Mandrágora o Generación del 38. Como todo hijo rebelde, renegó del origen, lo que se tradujo en liberar la sintaxis del hierro nerudeano, subir al paracaídas de Huidobro, decir adiós a la vigilia y al sueño del surrealismo, y alzar el propio vuelo.

Ese mismo año, la dolorosa muerte de César Vallejo le heredó a Gonzalo la miseria humana y le hizo descubrir que el tono es algo más que una palabra. Esto nos permite afirmar que Rojas es un poeta de oído. Sus poemas hay que oírlos, o leerlos en voz alta. De esa manera su ritmo y su música son más visibles.

Gonzalo bebió la tradición con Neruda, cuyas Residencias lo hicieron sentir el estremecimiento de lo genuino: “No entendí con seso lógico ese vislumbre del caos, esa ambigüedad que hacía trizas los espejos de la exactitud…”. Abrevó en la vanguardia, “fuente fresca”, de Vicente Huidobro, cuya densa sombra les exigía a los jóvenes poetas una idea de futuro distinta a la de los dos “animales poéticos latinoamericanos”, como decía Rojas.

Poeta sin prisas, la figura de Gonzalo Rojas se extendió de manera paulatina en el mapa de la poesía latinoamericana. Dejó que el ring de la palabra lo ocuparan otros. Su primer libro, La miseria del hombre, fue publicado en 1948, cuando el poeta tenía 31 años. Pasaron 16 años para que apareciera, en 1964, Contra la muerte. Once años después se editó Oscuro (1977), y después se agregaron Transtierro (1979) y sucesivas colecciones, siempre con textos inéditos en los que reafirmaba su vocación por lo sonoro, la sorna y los vientos nuevos: Del relámpago (1981), El alumbrado (1986), Materia de testamento (1988), Antología del aire (1991), Obra selecta (1997), Metamorfosis de lo mismo (2000) y demás.

CONTRA LOS LETRADOS

El poeta chileno se mofaba de los letrados. Por eso contesta con monosílabos cuando le preguntan por las “vacas sagradas” de su país. En 2006, en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, una compatriota suya le preguntó:

—Poeta, ¿por qué Chile ha dado al mundo a poetas como Neruda,la Mistral, Nicanor Parra, Huidobro y Rojas?

—Es circunstancial —contestó, y pasó a otros temas.

Volviendo a los letrados, Rojas no se demora en versar: Lo prostituyen todo/ con su ánimo gastado de circunloquios./ Lo explican todo. Monologan/ como máquinas llenas de aceite./ Lo manchan todo con su baba metafísica. El poema “Victrola vieja” repite la experiencia de saneamiento: Maten, maten poetas para estudiarlos./ Coman, sigan comiendo bibliografía…/ Dele con los estratos y la estructura/ cuando el mar se demuestra pero nadando./ Siempre vendrán de vuelta sin haber ido/ nunca a ninguna parte los doctorados./ Y eso que vuelan gratis: tanto prestigio,/ tanto arrogante, tanto congreso./ Revistas y revistas y majestades/ cuando los eruditos ponen un huevo.

La obra del poeta se orienta, desde el Sur, hacia los cuatro puntos cardinales. O más allá, si tomamos en cuenta que sus textos son referentes de galaxias, órbitas, del espacio sideral o las nubes. Y sin embargo nunca hubo un árbol más enraizado en el suelo que Gonzalo.

Otros de sus referentes son el amor, las mujeres y la belleza, donde lo fugaz permanece en el repertorio erótico de la voluptuosidad y el deseo. De este árbol nacen poemas como “Las hermosas”, “Acta del suicida”, “Eso que no se cura sino con la presencia y la figura”, “Cítara mía” y un amplio repertorio de textos lúdicos, ausentes del lloro y la ridiculez amatoria.

Poeta de lo terrenal, su erotismo no se queda en el desnudo de la mujer. Su sentido de lo erótico va más allá: placer y gozo, la carne creciendo en la debilidad de la hierba, las partes en el todo femenino, pérdida del paraíso, búsqueda de lo perenne, la belleza perecedera que en el poema aspira a ser eterna.

El signo de Gonzalo es la piedra, el carbón, el aire. No la academia ni los altos vuelos de la erudición. En vez de hablar de sí mismo le da la palabra a la poesía, al poema; su línea poética siempre está regresando al origen, a la sílaba, a la savia del lenguaje desde el árbol de la palabra.

Ya libre del paso de los años, más allá de los homenajes y los premios —Nacional de Literatura de Chile (1992), Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1992) y Cervantes de Literatura (2003)—, entre sus epitafios —recordemos que la muerte es otra de sus constantes— quizá sea éste el que más se acerca a un final, si no feliz, tampoco trágico:

Se dirá en el adiós que amé los pájaros salvajes, el aullido/ cerrado ahí, tersa la tabla/ de no morir, las flores: Aquí yace/ Gonzalo cuando el viento,/ y unas pobres mujeres lo lloraron.

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