Jornada Semanal
…le había parecido a Sigbjorn, mientras señalaba con
el dedo, que allí, borrosamente y por vez primera,
había una vaga señal de Oaxaca.
Malcolm Lowry,
Oscuro como la tumba donde yace mi amigo
Similar a lo que sucede con la ciudad de Cuernavaca, la Oaxaca de hoy no se asemeja mucho a la Oaxaca que conoció Malcolm Lowry; el hotel Francia ahora es un hotel de tres estrellas, la ciudad está congestionada por el tráfico de automóviles, la cantina El Farolito (ubicada en la esquina de la avenida Independencia y Mier y Terán) es ahora una Farmacia del Dr. Simi, etcétera. Sin embargo, la Basílica de la Soledad, con su maravillosa virgen piadosa, algunas hermosas calles del centro histórico, el asombroso convento de Santo Domingo y los increíbles templos de Monte Albán, siguen tan o más radiantes que cuando Lowry los visitó por primera vez a finales de 1937, cuando estuvo en la ciudad de Juárez en su primera escapada suicida para conocer el famoso mezcal de Oaxaca, luego de haberse se-parado de su esposa, la bellísima estadunidense Jan Gabrial. También es cierto que la ciudad y el estado en general siguen poseyendo un tremendo velo mágico que pende sobre sus montañas; desde que uno se empieza a adentrar en sus fantásticas serranías, comienza a darse cuenta de por qué los zapotecas, con su sabiduría ancestral, eligieron este lugar para construir sus ciudades más importantes; difícilmente existe una ciudadela en el mundo más hermosa que la de Monte Albán, donde el paisaje natural y las construcciones humanas tengan una correlación tan estrecha y tan inspiradora. Pero lo que más cautivaría el día de hoy a un viajero del siglo xxi que bus-cara las huellas de Lowry en Oaxaca, serían los pueblos que Lowry visitó en su infausta estadía en Oaxaca: Cuicatlán, Tomellín, (Tomalín en Bajo el volcán1) Nochixtlán y, por supuesto, el mítico Parián.
Durante su estancia en Oaxaca, Malcolm Lowry visitó múltiples cantinas de la ciudad. En una de ellas, de nombre La Covadonga, de pronto se le acercó un joven y le dijo en inglés: “Veo que está usted muy turbado con sus pensamientos, debería dejar de preocuparse.” Se trataba de Juan Fernando Márquez, quien había estudiado farmacéutica en la Universidad de México y dominaba varios idiomas. Iniciaron así una gran amistad, fueron a Monte Albán, bebían por las noches en el Farolito y en las mañanas discutían sobre filosofía en las oficina del Banco Ejidal. Lowry en varias ocasiones fue sacado de la cárcel por su amigo, e incluso le prestaba dinero para que pagara sus deudas en las cantinas; en una ocasión lo defendió de un grupo de enfurecidos borrachos que lo querían matar. Fernando trabajaba para el Banco Ejidal, entidad que se encargaba de llevar el dinero a los campesinos para que ellos cultivaran la tierra y luego pagaran sin intereses, y él tenía la peligrosa misión de fungir como jinete y mensajero, encargado de entregar los dineros cruzando pueblos y rancherías a caballo. En una ocasión, entre finales de enero y principios de febrero de 1937, Fernando invitó a Lowry a hacer algunas entregas a Cuicatlán, para de ahí dirigirse a Nochixtlán, pasando por Parián. Resulta que en el camino casi fueron baleados por paramilitares de derecha que estaban bajo las órdenes de caciques fascistas (raro en Oaxaca), quienes tal vez los ubicaron como emisarios del gobierno de Cárdenas. Seguramente, de esta experiencia a Lowry le surgió la idea de que el indio de su novela fuera asesinado por una de estas cuadrillas de bandoleros: “Asaltado con frecuencia por bandidos que criminalmente gritaban ¡Viva Cristo Rey!, blanco de balas disparadas por enemigos de Cárdenas apostados en los campanarios de reverberantes iglesias.” (Bajo el volcán.)
Durante esta travesía, de pronto el escritor inglés perdió accidentalmente el caballo y, antes de que intentaran conseguir otro, Fernando le ofreció tomar el suyo y corrió detrás de ambos por más de veinte millas a campo traviesa. Lowry le vivió por siempre agradecido, porque también lo acompañó en la pena de haber perdido a su esposa, lo curó de sus enfermedades y le dio valiosos consejos que le servirían para toda la vida. Juan Fernando le dijo en alguna ocasión, refiriéndose al alcoholismo: “La enfermedad no está sólo en el cuerpo sino en aquello que solía llamarse alma.” Lowry siempre le consideró su mejor amigo, sin embargo, cuando regresó a buscarlo a Oaxaca en 1945-1946 con su segunda esposa, resultó que, trágicamente, su amigo había sido asesinado en un pleito de cantina, tal como había muerto el Cónsul (su héroe trágico en Bajo el volcán). Se habían visto por última vez en El Parián, y tal vez por eso Lowry decidió inmortalizar el nombre del pueblo donde vio por última vez a su amigo y también le dedicó el título de su siguiente novela: Oscuro como la tumba donde yace mi amigo.
Cuicatlán es un pequeño pueblo pintoresco con una hermosa montaña roja como telón de fondo, una pequeña iglesia y un simpático mirador. El canto de unos insectos conocidos como “catanes” suena todo el tiempo y de ahí deriva su nombre, que significa, “lugar del canto”. Nochixtlán es un pueblo ya bastante populoso, hay bancos, plaza, mercado, y la moderna súper carretera que pasa cercana le ha traído cierta prosperidad. En contraste, Tomellín es un pueblo desolado y triste debido a la ausencia definitiva del ferrocarril que fue privatizado y luego desmantelado, lo cual significó su agonía. Sólo quedan por ahí algunos vagones abandonados y una estación del tren en ruinas. Pero el premio mayor a la desolación se lo lleva el poblado de El Parián. Enclavado en un pequeño valle en la sierra de Oaxaca, Parián es hoy un auténtico pueblo fantasma. Sus montañas aledañas parecen paredes que por las noches obstruyen al pueblo de cualquier rayo de luz de luna; sería difícil encontrar un lugar más lúgubre y melancólico; no hay nadie en la calle, no hay un solo negocio abierto, sólo se escucha el soplido del viento. La mayoría de las casas, construidas de adobe, están totalmente en ruinas, la estación del tren abandonada, las vías se observan con dificultad entre las hierbas ya muy crecidas. Curiosamente Parián, más que lowriano, es un lugar absolutamente rulfiano; sólo falta que el viento susurre: “Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen.”( Pedro Páramo.) Incluso, como si fuera película del oeste, algunas puertas se escuchaban rechinar volviendo la situación entre espeluznante e irrisoria al mismo tiempo. Para un observador externo, el tiempo que pasas en Parián parece un instante, aunque para sus escasos pobladores seguramente el tiempo se ha detenido por completo… otra dimensión.
Casualmente, hay una cantina, cerrada desde luego, que increíblemente lleva por nombre El Farolito, justo atrás de ella hay una barranca que conduce al río, y por si fuera poco, para hacerlo coincidir más con el Parián de Bajo el volcán, éste fue un pueblo con tradición política y militar importante desde antes de la Revolución. En el Parián oaxaqueño están todos los elementos del Parián de Bajo el volcán; la cantina al borde de la barranca, la policía secreta, el peligro, el mezcal, la soledad, sin embargo no había sido explorado en este sentido.
Tampoco se sabe mucho de los días en que Lowry visitó este poblado en compañía de su amigo Juan Fernando. Los biógrafos sólo mencionan que en este poblado se despidió para siempre de su amigo, pero es evidente que estuvo bebiendo algunos días aquí, extrañando a su mujer y llorando por ella, y seguramente de aquí también se le ocurrió incluir en su novela la siguiente referencia: “Un abismo casi perpendicular llegaba hasta el fondo de la barranca. ¡Qué lugar tan oscuro y melancólico! En Parián, Kubla Khan.”2 La relación que Lowry hace con Xanadú, al sustituirla por Parián, es extraordinariamente precisa, porque en Kubla Khan fue escrito por Coleridge al despertar de un sueño que le produjo el uso del opio, y en él se describe a una región remota y antiquísima, un poema de una resonancia extraordinaria y de una serie de imágenes míticas fantásticas, así que compararlo con Parián resulta en uno de los aciertos poéticos más grandes de Lowry.
El Parián es tal vez un lugar tan terrible e infernal como Lowry lo imaginó: “Parián parece tener algo siniestro.” (Bajo el volcán). “Así es que a media noche, me fui en el Plymouth a Tomalín para ver a Cervantes, mi amigo tlaxcalteca, el gallero del ‘Salón Ofelia’. Y de ahí vine a Parián, al Farolito donde estoy sentado ahora, en un cuartito vecino a la cantina, a las cuatro y media de la madrugada, bebiendo ‘ochas’ y luego mezcal y escribiéndote todo esto en una hoja de papel que robé en el Bella Vista la otra noche.” (Bajo el volcán)
Definitivamente Lowry tenía mucho de profeta y su visión apocalíptica del mundo es cada vez más espantosamente real. Pero, bueno, el hecho es que El Parián existe, aunque es un pueblo fantasma, de-tenido en una burbuja del tiempo. Desafortunadamente, su cantina El Farolito, aunque romántica, “no estaba en Parián sino en Oaxaca, en parte, por supuesto, ya que en parte era El Bosque en Oaxaca y La Universal en Cuernavaca”.
Lo importante de todo esto es que a raíz de este viaje con su amigo Juan Fernando, Lowry obtuvo el material necesario para ir construyendo su novela e imaginar a su héroe indígena muerto por estos rufianes. Lo más probable es que haya tomado notas, como solía hacerlo, y que después las rehiciera durante su estancia en Canadá. La forma que le fue dando a la geografía y la historia de México es como una especie de fotomontaje, nunca un error; una especie de México donde deliberadamente algunas imágenes se sobreponen a otras, fundamentalmente las de Cuernavaca y las de Oaxaca. O tal vez sea más claro como lo explica William Gass: “Lowry no está describiendo un lugar, lo está construyendo.”
Una más de las maravillas de México es que durante el siglo xx haya inspirado a grandes escritores, nacionales y extranjeros, a escribir sus mejores novelas: Bajo el volcán a Malcolm Lowry (1947), Pedro Páramo a Juan Rulfo (1955) y Cien años de soledad a García Márquez (1967), por mencionar sólo a algunos cuyos temas fluyen entre la realidad cotidiana y los fantasmas que habitan esta tierra, espectros a quienes es fácil percibir entre los incontables muertos que viven en México desde hace cientos o miles de años, y que todo parece indicar que seguirán sobrepoblando los panteones en su camino a “Aquel glorioso Parián, yermo donde el hombre jamás tenía sed…”
Notas
1“ Había, por supuesto, ciudades reales llamadas Tomalín –o, por lo menos Tomallín– y también Parián, el último lugar en donde había visto a Fernando, saludándolo con la mano en la plataforma del tren, con una botella de mescal, después de su alocada aventura en Nochitlán; (sic), pero aquellas quedaban en Oaxaca, mientras que en el libro estaban en un estado mítico llamado Parián cuando el verdadero estado era Morelos, y a veces Morelos y Oaxaca.” M. Lowry, Oscuro como la tumba.
2 El poema de Coleridge es de un misticismo impresionante, pero se debe degustar en inglés para poder paladear toda su resonancia; el original dice: “In Xanadu did Kublai Khan/ a stately pleasure-dome decree:/ Where Alph, the sacred river, ran/ Through caverns measureless to man/ Down to a sunless sea.”
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