sábado, 29 de enero de 2011

Telegramas a un joven escritor

29/Enero/2011
Laberinto
Luis Arturo Ramos

Afirma siempre que odias el poder en cualquiera de sus disfraces (chamba, beca, grupo, cargo o etcéteras equivalentes); pero abstente de señalar a quien se beneficia de él.

•El poder es abstracto, sus beneficiarios concretos.

•Precisa los elogios, generaliza los ataques. De generalizaciones está empedrado el camino hacia donde quieras llegar.

•Mantente al margen del poder; pero no tan lejos que no te alcancen sus beneficios ni pueda pedirte una opinión pública.

•La distancia más corta entre el poder y el escritor no es la línea recta. Es más, en tal geometría no existe la línea recta.

•Advierte que si sustituyes “escritor” por el nombre de algún otro oficio, varios telegramas siguen vigentes. Recuerda que siempre podrás dedicarte a otra cosa.

•Habla sin pena de ti mismo. El escritor, como los strippers, suele vivir de hacer públicas las partes privadas.

•Trata de ser irónico. La ironía ha salvado más vidas (literarias) que la penicilina.

•No titules tu columna “La estatua iconoclasta” o tu editorial Corpus delicti. Yo los usaré algún día. (Éste, por ejemplo.)

•Cuando vayas a solicitar, no una beca sino la beca, investiga primera quienes la otorgan. Haz lo mismo si se trata de el premio.

•Si Dios es creación humana, los Jurados también. Esto se vuelve evidente cuando el ganador resulta más grande que los jueces.

•No te envanezcas si te dan el premio o la beca. Tampoco entristezcas si no lo obtienes; pero sobre todo, nunca abandones el impulso de concursar aunque tengas que dejar de escribir.

•No creas que ser jurado te convierte en dios; a veces sólo eres juguete de quien los vuelve dioses.

•Frecuenta a los miembros de tu generación e invéntate las razones que la justifiquen como tal. Te sugiero la edad, los temas, la filiación política o las preferencias sexuales.

•La literatura no es cuestión de principios sino de finales. Texto que no remata bien, vale mal, por buenos que hayan sido sus principios o primeras intenciones.

•Ya que habitas la República de las Letras, averigua quién es el presidente, quiénes los ministros de justicia y quiénes los coordinadores de las principales fracciones parlamentarias. PD. No olvides a la chiquillería.

•Si viajaras 100 años al futuro y no encontraras señales de tu paso por la literatura en la enciclopedia, ¿seguirías escribiendo cuando volvieras a tu tiempo? Un sí o un no, resulta irrelevante. Escribe porque te da la gana.

•De los libros habla bien, mirando siempre a quién. Y mal, también.

•Acude a fastos y celebraciones literarias; pero desdéñalas de palabra o gesto. De preferencia lo segundo, porque el gesto tiene la virtud de convertirse en su contrario cuando conviene.

•Pronuncia los nombres de Lacan o Derrida como si los hubieras leído. Escríbelos siempre con corrección.

•En las encrucijadas, evade el problema con un rotundo “no lo he leído” o un precavido “lo estoy leyendo”.

•Pero sobre todas las cosas, joven amigo, recuerda siempre el dicho de Apuleyo: “No porque el médico diagnostique la enfermedad, queda libre de padecerla”.

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