El Universal
Es un abuso, pero cada vez que comienza un año creo que es conveniente hacerse propósitos que sean imposibles de cumplir. Lo contrario es un tanto incómodo pues el hombre que toma decisiones en enero tarde o temprano se arrepentirá de haberse dejado llevar por el entusiasmo: en noviembre volveremos a desinflarnos. El escritor granadino Manuel Montero ha escrito en un breve libro (El proletariado en apuros) que pasa la mayor parte del tiempo siendo estúpido. Leer sus palabras me despertaron el deseo imposible de intentar ser brillante aunque sea en un par de ocasiones a la semana. Sin embargo, creo que uno es más brillante cuando duerme y lo que en verdad quiero decir es que me propongo dormir más que nunca. En los sueños no hay ciencia ni cordura ni nada que nos amargue la existencia. Pero hay que saber soñar. Cada vez que comienzo a sufrir dentro de un sueño cierto misterioso mecanismo me despierta y todo comienza a darse nuevamente. Y así hasta que encuentro un sueño adecuado a mis expectativas. El atractivo de ser un hombre feliz mientras duermes es que ese bienestar no le hace daño a nadie. Eres un bulto que no se abre camino entre los vivos. El insomnio -lo repito siempre a mansalva- es la prueba de que la eternidad debe ser monstruosa, así que intentaré dormir más horas a la semana. No me avergüenza la mediocridad de mis propósitos. Y espero su perdón por dedicar este espacio a naderías.
“Soñar es más práctico que vivir” y “el soñador es el verdadero hombre de acción”, ha escrito Pessoa. ¿Qué clase de sueño será el año siguiente? El sueño de vivir 12 meses más. El deseo de no cerrar justo esa puerta donde quedaremos dentro por siempre. Manuel Montero -que no debe ser mala persona- dice en el libro antes citado que ha soñado ser Cervantes y que una vez despierto se ha decepcionado por no haber escrito una nueva versión de Don Quijote. Entonces se pone a mirar por la ventana. A mí, en cambio, lo que más me decepciona es despertar para encontrarme otra vez conmigo mismo. Pero eso no lo puedo cambiar. Es tanta mi mala suerte que en caso de existir la reencarnación, volveré a encarnar de nueva cuenta en mí persona; nada de revivir en una rata o en un apuesto actor de cine: otra vez en el mismo cuerpo destruido. Este pensamiento me deprime profundamente (entonces yo también me pongo a mirar por la ventana). El que sueña es nuevamente niño, dice Pessoa. Un niño que mira por la ventana después de que se ha dado cuenta de que pronto todo terminará. El único propósito que vale la pena hacerse en estas fechas es el de no dañar a las personas que no conocemos pues es posible -es enteramente posible- que se trate de gente buena que sólo quiere estar un tiempo más en esta vida. ¿Comprenderán este sencillo deseo los gobernantes que se pasean tan orgullosos de sí mismos? No lo creo: antes pasará una morsa voladora por encima de nuestras cabezas. Y cuando divisemos el vuelo de esa morsa podremos tener esperanza de que las cosas cambiarán.
El sepulturero entierra a la misma profundidad a los hombres buenos y a los malos: es un verdadero demócrata. Así que debemos esperar a que el sepulturero nos haga justicia. ¡Vivan los sepultureros! Además de dormir un poco más me prometo terminar de leer El doctor Zhivago y pasar de una buena vez su umbroso principio lleno de nombres rusos e impronunciables. Prometo imaginarme una vejez venturosa y prometo que no arquearé mi espalda a la hora de escribir. Y si todas estas tonterías se cumplen hay una esperanza de que la morsa vuele por nuestras cabezas. Esa será la señal de que en verdad un nuevo año ha comenzado.
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