domingo, 2 de enero de 2011

El poeta frente al espejo

2/Enero/2010
Jornada Semanal
Guadalupe Calzada Gutiérrez

Quiero tocar la almendra de tu esencia/ la intangible verdad de tus raíces/ y el venero constante de matices/ que revela el poder de tu existencia.
Elías Nandino,
Triángulo de silencios

Recordar la obra de Elías Nandino sin aludir al grupo los Contemporáneos sería difícil; aunque muchos estudiosos lo separan de esa generación de escritores, los artículos publicados en la revista literaria y la cercana amistad con Salvador Novo y Xavier Villaurrutia desde la época de juventud, cuando acababa de llegar de Guadalajara para estudiar medicina a Ciudad de México, es algo que no se puede omitir. El grupo Contemporáneos nació con la revista literaria de este nombre y unió a una generación de escritores por un período de tres años (1928-1931). Sus principales miembros fueron Jaime Torres Bodet y Bernardo Ortiz de Montellano –quienes la dirigían y editaban–, José y Celestino Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta, Salvador Novo y Gilberto Owen. Carlos Pellicer y Elías Nandino, aunque no pertenecieron totalmente a este grupo, participaron con algunas colaboraciones. Si bien la revista nació cuando los “ismos” estaban en plena efervescencia, el grupo no adoptó totalmente las tendencias culturales del momento; su empeño de modernización se refleja en cuanto a la renovación de la literatura pero sin transgredir las normas del establishment. No obstante que escribían sin el carácter agresivo que distinguió a las revistas que surgieron en esa década en América Latina, y que estaban cambiando la literatura y la cultura, el grupo Contemporáneos tuvo gran importancia en la vida cultural del México de los años veinte; esta generación se dio a la tarea de dar a conocer las nuevas corrientes literarias y poéticas; traducían obras inglesas y francesas; escribían teatro y poesía con las tendencias actuales, sobre todo la francesa, y aunque su escritura no tuvo el carácter agresivo o la tendencia política de ese momento, sí resalta en su poesía la importancia de lo inmutable y eterno. Un par de ejemplos: “Muerte sin fin”, de José Gorostiza, y “Canto a un dios mineral”, de Jorge Cuesta, sólo por no citar las obras de Villaurrutia, Owen y Novo.

Nandino nació en Cocula, Jalisco. Su primera infancia la pasó en su pueblo natal, pero su deseo de estudiar medicina lo llevó a Ciudad de México. Durante su vida de estudiante pasó dificultades económicas, pero también conoció a los que serían amigos entrañables: Villaurrutia y Novo. Médico de profesión, Nandino desarrolló su obra poética simultáneamente a sus estudios. Su poesía no es la que ofrenda un hombre a una mujer: es poesía frente a un espejo, erotismo que se traduce en “sed de otredad”; sobresalto, una herida que refleja desamor y ausencia, es el enfrentamiento a una fractura: la paradoja del deseo y el sosiego, tal como se puede sentir en el siguiente verso: “No es tu cuerpo: lúbrico venero,/metal vibrante de tu sexo vivo,/ hoguera de tu beso convulsivo;/ lo que con manos de ansiedad espero.” El erotismo de Nandino se manifiesta en la experiencia corporal, en los placeres y displaceres del sexo. Para él, el tema de la muerte no fue una obsesión; abordaba la muerte desde su perspectiva erotismo-vida-muerte. Pensaba en el erotismo como la sensación escindida para quebrar la soledad o el abismo que hay con el otro; la no correspondencia, el desencuentro: “Muerte sin fin que sufre el alma mía/ esparcida en un cielo de zafiro,/ para llegar al mundo en que deliro/ y hacerte renacer de cada día.” En la biografía Elías Nandino: una vida no/velada, de Enrique Aguilar, publicada en 1986, el autor muestra a un hombre jocoso, desinhibido ante su homosexualidad. Si bien Aguilar se basa en algunas entrevistas que le realizó al poeta, cuatro años después, en 2000, Nandino publica su autobiografía Juntando mis pasos, para “autodefenderse” de Aguilar, a quien califica de “un macho que piensa con los testículos”, argumentando que el escritor sólo se centró en su vida sexual, dejó de lado su obra poética y no muestra con fidelidad lo expresado por él. En la presentación de Juntando mis pasos, Nandino declara: “Los poetas tenemos una cosa: en un poema podemos realizar el deseo de un cuerpo. La creación poética te trae a la ficción de la posibilidad de tener un cuerpo entre tus manos.” Reconoce públicamente la labor del poeta Enrique López Navarro, quien le ayudó a mecanografiar el texto porque ya estaba casi ciego y sordo. En la autobiografía, Nandino hace patente su dolor por una “anormalidad del homosexual”, sus experiencias sexuales con niños de su edad, las prácticas zoofílicas, los abusos sexuales que los sacerdotes cometían con él y sus experiencias homoeróticas. Presenta a su padre como un macho violento, egoísta y mezquino. Juntando mis pasos está conformada por cuarenta y un capítulos, una nota aclaratoria y un prefacio. También añade un “Poema prefacio” donde se siente la melancolía, la soledad y el sufrimiento por su impotencia sexual, aunada a los problemas visuales y auditivos que padecía. Pero si, como se dice, el erotismo es un impulso vital que purifica el alma y la aleja de la sexualidad, Nandino mostró lo contrario y, casi al final de su vida, se lamenta: “Mi orgasmo en frío, como gotas de llanto en medio de una tormenta. Y hubo noches de hasta cuatro tormentas. Era un celeste infierno.” En 1972 escribe: “Había perdido los ojos en las yemas de los dedos para ver en las entrañas de los cuerpos, adivinar con el tacto el tamaño de los tumores.”

Para Nandino la sexualidad no era solamente el acto sexual, era ceremonia, rito erótico, placer y muerte. Una búsqueda del cómplice para otorgarle placer: “Durante mi vida amé como nadie. Tuve una capacidad de amor inmensa. Por eso creo que soy hombre; más hombre que cualquiera, porque, si no ¿entonces cómo pude dominar a tantos con los que tuve que ver?” Nandino fue un erotista religioso; unió el cuerpo y el corazón para conocer lo que únicamente puede explicarse a través de signos y figuras. Siguió los impulsos de su naturaleza primitiva para jugar con los límites de su propio ser.

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