domingo, 2 de enero de 2011

2010, algo para recordar

1/Enero/2010
Laberinto
Margarito Cuéllar

Que el Fonca haya ampliado su nómina de beneficiarios poetas no es necesariamente un dato confiable para determinar el estado de salud de la poesía. Vivimos tiempos de vacas flacas. La patria luce pobre en el campo de la poesía. Mantenerse en forma para alquilar una vaquita del Fonca, que garantice el alimento durante tres años, o más, parece tener más peso que el valor real de la poesía.

La poesía de hoy parece medirse a pasos de metal, y el metal, como se sabe, termina oxidándose. La egocracia invade las letras. Lo que menos importa es el lector: convidado de piedra. Se escribe para el visto bueno de los jueces, que también suelen desfilar —¡maldito dinero!— ante otras pasarelas. ¡Viva el rey, muerte a la poesía!

Muerto Paz, y antes Efraín Huerta, Jaime Sabines, después Marco Antonio Montes de Oca y hace unos meses Alí Chumacero, la estafeta de la poesía nacional se fue a pique. La sostienen la luminosidad de la obra de Rubén Bonifaz Nuño, la fuerza de la poética de Eduardo Lizalde, los trabajos de José Emilio Pacheco, la constancia de Juan Gelman, si atendemos a que la poesía no tiene país. ¿Quién da más?

Tejido poético

No todo el tejido poético está dañado. El pesimismo no nos arrastrará en las funestas olas del festín de año nuevo. En homenaje al olvidado Bergamín, habrá que ser apasionados hasta la inteligencia. La poesía puede ser, en el mismo texto, como ha dicho Cobo Borda, sarcasmo y júbilo, exaltación y repudio, compasión e ironía, verso y prosa.

Lo dijo Paz, hasta el hartazgo: “El falso poeta habla de sí mismo, casi siempre en nombre de los otros. El verdadero poeta habla con los otros al hablar consigo mismo”. Y espero no incurrir en sacrilegio si pienso que a veces nuestro Nobel mexicano se mordía la lengua.

Repaso lo que el viento del 2010 no se llevó y extiendo la mano al librero. Algunos títulos, no muchos, nos recuerdan el peso lopezvelardeano de la poesía. El minuto difícil, poemas reunidos de 1979 a 2007, de Luis Miguel Aguilar (UNAM, colección Poemas y Ensayos).

Si la nota roja del país salda cuentas con la memoria, y un acontecimiento borra el anterior con ánimo vertiginoso, alguna poesía reconcilia pasado y presente sin maquillaje ni falsos rubores. No en el ideario de que todo tiempo pasado fue mejor, ni en la premisa caduca de la reconciliación entre el ayer y el hoy, sino con la mira puesta en que historia y poesía, infancia y edad adulta son la herencia del poeta. Entre ese largo trecho, la voz que da vida a nuestros sueños y deseos.

Luis Miguel Aguilar nos deja en estas páginas el testimonio literario de una época que la vida diaria olvida con asombrosa rapidez.

Con Dime dónde, en qué país (Visor), Marco Antonio Campos reafirma no sólo el llamado de una vocación, la poesía, paradójicamente destinada al fracaso ante el impacto social, sino el sentido de la prosa, en la que se ventila un aire melancólico, que no quejumbroso, y una prosa poética limpia, certera, musical. ¿Dónde acaba el coloquio y dónde inicia el viaje? ¿Dónde termina el horizonte de una ciudad y en qué cuadro bufonezco hemos visto la degradación de este país?

El viaje de Campos es doble: al exterior y al interior. Ofrece una lectura que nos recuerda que, si bien la máscara es uno de los trajes de la poesía, hay un sentido de terrenalidad que no se ha perdido del todo.

Libro del abandono (Era) de Javier Acosta es un poemario curativo en dos sentidos. Por una parte es un principio de saneamiento del cuestionado Premio Nacional de Poesía Aguascalientes; por la otra nos enfrenta a una voz que desde la profundidad de la filosofía es capaz de armar un coloquio con el lector. El libro tiene opiniones encontradas. Juan Domingo Argüelles, Tomás Segovia y Antonio Cisneros encontraron en la obra un tono místico, paradójicamente escéptico (La Jornada Semanal). A Luis Felipe Fabre le pareció en cambio (Letras Libres) “un cuadernillo de ejercicios espirituales escritos con poca fortuna literaria”.

A mí me parece un trabajo bien logrado, aunque no en su conjunto. Hay momentos luminosos y otros opacados no por el sentido de escéptica religiosidad, sino porque el eco de las repeticiones se vuelve contra el texto.

Luis Jorge Boone es un poeta con potencial. Aunque reconozco que Los animales invisibles (Universidad Autónoma de Zacatecas), no me convence del todo. Sedujo en cambio a Carmen Villoro, Raúl Bañuelos y a Jorge Souza, jurados del Premio de Poesía Ramón López Velarde 2009. En cambio sugiero la lectura de Primavera un segundo (Universidad Autónoma de Coahuila), del mismo Boone, que reúne textos de 1998 al 2008. Ahí están Galería de armas rotas, Legión, Novela, Traducción a lengua extraña y algunos poemas sueltos.

Que la poesía de Lezama Lima, en su centenario, sea motivo de brindis: “Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses/ hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,/ pues el viento, el viento gracioso,/ se extiende como un gato para dejarse definir”.

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