Laberinto
El cuestionamiento más severo que se ha hecho a los intelectuales mexicanos este 2010 lo hizo Carlos Salinas de Gortari en su libro Democracia republicana. Ni Estado ni mercado: una alternativa ciudadana.
Salinas arremete contra figuras como Sergio Aguayo, Lorenzo Meyer o Jorge Castañeda. Sin embargo, con quien más se encarniza es con el historiador Enrique Krauze, a quien fustiga de encabezar “la lista de intelectuales orgánicos afines a los gobiernos neoliberales que han presidido el país durante los últimos sexenios”.
Salinas critica a Krauze desde el terreno intelectual. Lo acusa de tener una metodología inválida y aun ignorar “el significado preciso del término ‘oligarquía’”.
Insiste Salinas en etiquetarlo “intelectual orgánico”.
La noción de intelectual orgánico es del marxista italiano Antonio Gramsci, quien la apuntaló durante su encarcelamiento político.
Ojo: Salinas emplea el concepto como si “intelectual orgánico” significara algo negativo, donde “orgánico” fuese igual a integrado, comprado o nocivo. Ese uso es erróneo.
Gramsci quería decir algo distinto; en un cuaderno de 1932, contrapuso “intelectual orgánico” a “intelectual tradicional”.
El intelectual orgánico es aquel que nace en el terreno de una clase social en el poder o que puede tomarlo. Digamos, funcionarios gubernamentales con función preponderantemente intelectual (voceros, jueces, etc.) o, por ejemplo, líderes de la clase proletaria o activistas.
“Intelectual orgánico” en su definición gramsciana no posee una connotación forzosamente negativa, como parece creerlo Salinas, que usa la noción incorrectamente, como si siempre fuese un insulto.
Al ex presidente le hubiese sido útil advertir que Krauze más bien cumple con el perfil del “intelectual tradicional”, aquellos que él mismo ironiza “hacen gala de autonomía” y que Gramsci describe como aquellos que se asumen en una “posición autónoma e independiente del grupo social dominante”.
Lo que Salinas ve en Krauze es un intelectual “tradicional”, esos que Gramsci solicita que sean reemplazados por intelectuales orgánicos que los propios trabajadores deben desarrollar.
Los intelectuales tradicionales, según Gramsci, se imaginan por encima de los procesos históricos y no aceptan (o no percatan) su identificación con la hegemonía. De haber utilizado adecuadamente la terminología de Gramsci, Salinas hubiese tenido que clasificar a Krauze dentro de esta categoría.
Si, en realidad, Salinas escribió o dictó ese libro, su imprecisión intelectual merma su argumento. Aunque, claro, pocos se darán cuenta.
Si, por otra parte, tiene un ghost writer que compuso o ayudó a tejer este capítulo contra los intelectuales mexicanos, Salinas tiene que despedirlo por hacerse bolas con Gramsci.
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