Laberinto
Letras Libres de octubre publica “Los intelectuales y la democracia” de Ricardo Cayuela, jefe de redacción, crónica del amasiato de intelectuales y gobierno.
Cayuela narra cómo el régimen revolucionario integró a intelectuales y cómo la alianza se reorganizó con 1968 y Echeverría.
Según Cayuela hay tres modelos del intelectual en democracia: “Malraux, el integrado; Sartre, el apocalíptico, y Camus, el independiente… México se llenó de pequeños Malraux”.
La tesis de Cayuela se cae cuando toca nuestra época. Tras la idea del intelectual integrado como regla nacional, su crítica implota.
Sin duda, Cayuela es crítico. Describe los vicios integracionistas. Pero al llegar al presente, su crítica se concentra exclusivamente en la oposición; contra los intelectuales lopezobradoristas. El foco sobre las políticas antidemocráticas de los últimos cuatro sexenios se apaga.
Salinas, Zedillo o Calderón ni siquiera son nombrados. 1994 no aparece ni como fecha. Aludirle echaría el mito de Paz, “nuestro Camus”.
No se puede decir que Cayuela o Letras Libres sean acríticos. Pero tampoco que sean disidentes.
Al contrario, sus blancos de ataque —AMLO, su predilecto— son los mismos blancos de ataque del gobierno.
Hay necesidad de una cuarta categoría, la actual: los intelectuales desintegrados.
El intelectual desintegrado es figura ambivalente. Por un lado, ya no lo dirige el centripetismo (paternal) del viejo intelectual —ser Prometeo o Hermes—: hay avance democrático, ciudadanización de la crítica junto con el desgaste del intelectual orgánico o rebelde, en suma: fin del intelectual protagónico.
Por otro lado, la desintegración del intelectual implica que algunos residuos de su vieja figura perviven.
Conserva remanentes de su función crítica pero ha perdido la brújula; si uno lee Letras Libres, digamos, es claro que se opone a la oposición pero no es claro si se opone al régimen. Esa parte de la crítica es uno de los fragmentos perdidos en la desintegración.
Paz nunca fue realmente independiente. Fue luminaria de Salinas y Zedillo. Participó de la descalificación de 1994 como Novo había participado en la de 1968.
Nunca criticó a Televisa. ¡A Azcárraga lo creía blakeano! Entre otros disparates y anti-lucidez.
Paz le otorgó el beneficio de la duda al régimen priista finisecular. Murió reintegrado al poder. Su grupo jamás ha hecho autocrítica.
Para no hacerla apuntan a Obrador, presa fácil, en quien reconocen vicios y desdibujan su propio autoritarismo. Letras Libres: I AM AMLO disimulado.
Él los salva de ver su propio dogmatismo.
Heroizan a Paz-Krauze y se abstienen de separarse de funcionarios concretos y poderes fácticos.
La clave: los críticos desintegrados se dan el lujo de ser críticos y evitan el inconveniente de ser disidentes.
La dictadura perfecta continúa.
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