Suplemento Laberinto
Las siguientes ideas fueron expuestas por el autor de Conversación en La Catedral en una larga entrevista para el programa de radio español El planeta de los libros*, con autorización de la autora las reproducimos a la manera de una disertación sobre el oficio del escritor y su necesidad de inventar vidas y mundos en un acto de insumisión ante la realidad. El escritor también alude a los premios literarios y habla del Nobel, sin saber que se haría acreedor a él.
En los años 50 la literatura era de minorías, y todo un sector social veía en la literatura una actividad marginal, de gente de vida bohemia. Y eso es lo que a mi padre lo alarmó, la idea de que yo pudiera ser un vago y hasta una persona poco viril, en ciertos sectores de gentes muy prejuiciosas y algo estúpidas había la idea de que escribir poemas era un indicio de homosexualidad. Y por eso me pusieron en el colegio Leoncio Prado, pensando que una formación militar me vacunaría contra la literatura. Y ocurrió más bien lo contrario, gracias a esa experiencia me dio el tema de mi primera novela [La ciudad y los perros, 1959], así son las paradojas de la vida.
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Creo que el acto de escribir indica una cierta insatisfacción del mundo, de la vida. Creo que si uno inventa otras vidas, otros mundos, valiéndose de la palabra y de la imaginación, de alguna manera está diciendo que este mundo, tal como es, no le basta, que hay que enriquecerlo, prolongarlo, darle una mayor sutileza o coherencia. Creo que ese tipo de actitud de inconformidad con el mundo está en el origen de la vocación literaria y probablemente de toda vocación creativa. La idea misma de crear es una manera de dar testimonio de lo insuficiente que es la realidad para colmar totalmente los deseos humanos. No creo que con los años y con la práctica de mi vocación esa actitud de insumisión, diríamos privada, más bien secreta, haya desaparecido. Ahora bien, las razones por las que una persona entra en entredicho con el mundo son múltiples, pueden ser sociales, personales, altruistas o también muy egoístas. Pero no concibo una vocación artística, y más concretamente literaria, sin una cierta insumisión ante la vida tal como es.
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Para un autor es muy difícil dar un juicio de valor sobre sus propios libros. Como decía Borges: Cuando uno se mira en el espejo no sabe cómo es su cara. Para mí cada libro ha sido una aventura particular que me ha tomado un determinado tiempo, determinadas experiencias, esfuerzos. Y aunque algunas veces uno acierta más, y otras menos y otras no acierta, es muy difícil hacer ese juicio porque uno no tiene la perspectiva suficiente. Lo que sí es importante es que para mí cada novela ha sido una aventura, y por eso a todas ellas les guardo mucho cariño y mucha solidaridad, aunque me doy cuenta de que uno no puede lograr siempre lo mismo, en cada cosa que trabaje por más esfuerzo y empeño que ponga en ello.
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Crecí en un mundo en el que se creía todavía que los intelectuales podían ejercer como conciencias cívicas, ser mentores de ideas. Es el papel que asumieron escritores como Jean-Paul Sartre en Francia. Pero en nuestra época no se cree ya en el escritor como conciencia de su sociedad, el escritor es uno más entre otros.
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A veces es muy difícil olvidarse de la política cuando uno coge una novela o un libro de poesía, nosotros somos gentes apasionadas y tal vez en el fondo sea muy difícil separarlas. Cuando he escrito he intentado no convertir de ninguna manera una novela en un vehículo de propaganda política. Cuando quiero defender o criticar ciertas ideas, escribo un artículo o doy una charla. Creo que la literatura tiene que enraizarse en una problemática más permanente que la actualidad política. Muchas veces he escrito novelas inspiradas en hechos políticos, pero en esos casos he procurado que reflejen una problemática más permanente que lo puramente político.
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Creo que un escritor no debe hablar del Premio Nobel y debe procurar no pensar en ese premio ni en ningún premio, creo que mientras se dedique más a pensar en su trabajo le irá mejor como escritor. Si los premios llegan, bienvenidos; y si no llegan, también, es un tipo de preocupación que arranca al escritor de lo que es lo primordial para él.
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