lunes, 30 de agosto de 2010

Ya no te necesito

30/Agosto/2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

“Ya no te necesito”, dice a su madre un niño de cinco años después de enfadarse con ella. Y la madre casi enloquece en el relato de Arthur Miller que tiene el mismo título: Ya no te necesito. Y me pregunto ¿cómo no tuve yo esa misma convicción cuando era un niño? De ninguna manera, imposible, en mi caso habría sido totalmente distinto. Quiero decir que a los cinco años necesitaba más que nunca de mi madre. Después, cuando me convertí en un adolescente ella me dijo: “Eres un arrogante y vas a terminar mal”. ¿Y qué puedo hacer? No lograré hacerme un hombre humilde de la noche a la mañana. “Pinche Mongolia Exterior”, me repito siempre que cometo un disparate o que tengo que ceder ante una persona que quiero. ¡Qué odiosas resultan las personas que uno ama! Se debe tener tanto cuidado con ellas como si fueran cáscaras de plátano. De lo contrario: al suelo. ¿Por qué nombran Miss Universo a una persona si no hemos visto aún a la viejas de otras galaxias?, se preguntaría Filiberto García, personaje central de El complot mongol, esa novela de Rafael Bernal a quien sólo hemos tenido oportunidad de leer en una diminuta porción del planeta Tierra. Todas las concursantes son la misma cosa, tienen las mismas medidas, son hermosas y dicen los mismos disparates. Qué cosa tan extraña es el universo que se deja representar por una terrícola. ¡Pinche Mongolia Exterior!

¿Ya no te necesito?, pero si ni siquiera podía amarar los cordeles de mis zapatos a los nueve años. Y entonces, ¿de dónde proviene la arrogancia? Además cultivo el desaliño. Me provocan una honda tristeza todos esos que tienen demasiado cuidado en su persona. He estado a punto de soltar las lágrimas cuando anteayer he visto a un hombre con los zapatos limpios y lustrosos como aluminio. Y los trajes sin arrugas. Y las combinaciones perfectas entre pantalón, camisa y saco. Es en verdad desquiciante toda esta farsa. Tengo deseos de llorar. ¡Pinche Mongolia Exterior! Una pareja de amigos que vive en Londres desea adoptar a un niño mexicano. Ella es oaxaqueña y él es inglés. Tienen años intentando sortear los trámites necesarios. Como respuesta han recibido en su casa a decenas de visitadores de una institución federal que van a Londres sólo para comprobar si los aspirantes a padres son honorables (los gastos que causan estos viajes corren por cuenta de mis amigos). Los visitadores no avalan todavía la adopción, pero van y vienen de Europa. Qué buena vida esta de determinar la calidad moral de las personas. Me alegra no tener hijos. Me los imagino gritando a coro: “¡Ya no te necesitamos!”.

Debo terminar este artículo antes de que la depresión me sepulte a profundidades que ni el mismo demonio conoce. Me ha escrito una joven amiga que desea estudiar periodismo. Me dice que en su escuela 30 alumnos aspiran a trabajar en televisión y sólo ella desea hacerlo en un periódico. Ella se ha vuelto ahora una especie de alien, una intrusa que viaja en un cohete espacial (su salón de clases) en busca de la fama. Y además esos chicos no quieren leer, no saben qué es eso, no comprenden siquiera por qué existen todavía ficciones, me dice mi amiga a quien he recomendado una lista de 20 novelas breves. Y como nuevo viejo que soy me pregunto: ¿Que han hecho con todos estos niños? ¿En qué momento los destruyeron de esa manera? De inmediato me arrepiento: ¿qué me importa? El mundo comienza a serme totalmente ajeno y eso es lo más parecido a una liberación. ¡Ya no los necesito! Tal será desde ahora mi sentencia de batalla. A ver si es cierto, cobarde, ya te veremos en una cama de hospital llorando y pidiéndole a tu madre que vuelva.

Una terrícola que es reina del universo, unos burócratas que viajan a Europa a expensas de un niño, un ejército de párvulos que quieren salir en televisión, un hombre que bolea sus zapatos hasta borrarse el dedo meñique del pie, un hombre que come fruta para estar sano, qué mundo me ha tocado vivir: ¡pinche Mongolia Exterior!

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