El Universal
Los tomistas, que no son precisamente, los tomadores, sino una clase de escolásticos sostenían que los ateos lo somos por la debilidad de nuestra mente: somos tan débiles mentalmente que podemos ser ateos. Le comuniqué este razonamiento a la señorita predicadora que suele acosarme los domingos cuando salgo a comprar el periódico. Tengo la sospecha de que esta joven me espera tras el árbol de la esquina y finge salir a mi encuentro de manera casual. Qué vida tan desperdiciada la suya, suspiro resignado, casi tan desperdiciada como la mía. La señorita predicadora y yo pudimos entregar nuestro tiempo a acciones tan distintas y menos esforzadas que la literatura o la prédica de los libros sagrados. El tiempo hace lo suyo y mi amistad con esa mujer ha crecido de manera sospechosa. ¿Qué hacer con mi insomnio?, le pregunté hace un par de semanas, ¿es acaso que Dios intenta acostumbrarme a la eternidad? Ella es sumamente gentil e intenta responderme con argumentos plenos de gracia y sencillez. Me pide que lea no sé cuántos salmos o pasajes bíblicos. En respuesta le cito a Stevenson cuando en su Elogio de la pereza, dice que leer mucho nos quita tiempo para pensar. El ocio es una magnífica oportunidad para pensar, no para rezar. “Es usted un hombre bueno, pero se hace demasiadas preguntas, deje de pensar y comience a creer”, me dice mi joven amiga. Y yo continúo asestándole frases tan pedantes como: “Mi mente es demasiado modesta como para que la idea de dios pueda alojarse en ella”. Nada mejor para probar la inutilidad de las palabras que sostener una discusión con un ser convertido, sea éste religioso o ateo. Los escritores tendrían que someterse a esta clase de pruebas para volverse un poco más humildes y darse cuenta de que en ciertos temas las palabras caen sin remedio en el vacío. Esto lo sabía desde hace muchos siglos el sacerdote y asceta Pedro Damiano, quien había acusado al lenguaje de provocar grandes confusiones en la religión: el hecho de que el hombre tenga la capacidad de poner en plural palabras como dios o divinidad lo había, según Damián, llevado directamente al paganismo.
Los tomadores, que no son precisamente los tomistas, sino los aficionados a beber vino curamos el insomnio disfrutando de una buena botella, y dormimos y entonces somos mortales. He invitado a mi amiga predicadora a beber un trago en mi compañía un domingo por la mañana, pero me ha dicho que es abstemia. Me ha complacido tanto que no me haya recriminado, que no se haya sumado a ese maldito ejército de mujeres rompe pelotas que no dejan beber en paz a sus hombres. Son a estas mujeres a quienes Dios ha enviado para hacernos la vida más triste y amarga. Quien se atreve a quebrantar la felicidad de un ebrio merece que lo condenen a vivir y a morir en soledad. Cuántos hombres domados y reducidos a la nada por estas mujeres. Vuelvo a preguntarle a mi hermosa evangelista qué hago para curar mi insomnio sin beber y me dice que es ese un magnífico momento para leer poesía. ¡Qué extraordinaria sorpresa! Es verdad que este ha sido su consejo. No he querido decepcionarla alegando que las noches de insomnio son de una oscuridad impenetrable y que mi mente no acierta a encontrar ningún camino transitable y que mis ojos renuncian a la lectura porque desconocen el significado de casi todas las palabras. Sin embargo, hoy sábado en la mañana he escrito en una pequeña libreta las líneas de ese poema en el que Dámaso Alonso describe la experiencia de pasar tantas noches en vela. He aquí unas líneas que rescaté apenas intactas de mi destartalada memoria: “A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo, en este nicho en el que hace 45 años que me pudro, y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna. Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla. Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma”. Esto es lo que le diré mañana domingo a mi bella y demasiado arropada amiga, nada de citar la prueba ontológica de San Anselmo ni demás argumentos ridículos. ¿Qué sucederá?
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