sábado, 28 de agosto de 2010

Alfonso Reyes no tendrá posteridad

28/Agosto/2010
Laberinto
Heriberto Yépez

Para encontrar buenos libros hay que viajar al pasado. El arte de perdurar de Hugo Hiriart (Almadía, 2010) viola esta ley de la física literaria: es un clásico instantáneo.

Prescindiré de los ensayos posteriores, muy menores —¡alfonsinos!— a “El arte de perdurar”: una obra maestra del ensayo mexicano.

Esta obra de Hiriart no es paseo —la divagación es el mal mayor del ensayo mexicano— sino una teoría que explica por qué un autor perdura y otros se olvidan. El interés arrecia cuando Hiriart ejemplifica a Alfonso Reyes como autor que no tendrá posteridad.

Al extranjero hay que informarle que aquí Reyes es juzgado gran prosista, culmen del Canon. Lo alfonsino es uno de nuestros mitos.

Hiriart argumenta que Reyes erró al “cabalgar de tema en tema”, ¡erudición estulta! Y su estilo “era poco flexible y no le permitía descender ni a lo irracional ni a lo misterioso”. El estilo como té de tila.

“El arte de Reyes es refinamiento esteticista”. Prosar como pasatiempo atemporal. Hiriart lo sentencia: “su cortesía es extrema”. ¿Lo alfonsino? Diplomacia positivista.

Al contrario de nativas creencias, el estilo no prevalece. Lo perdurable reside en la visión vehemente del individuo. La pértiga de la posteridad es la fuerza. Lo métrico es siempre inferior a lo drástico. Quien entrevera ambos deviene clásico.

Hiriart explica por qué Borges, a diferencia, alcanzó la posteridad mundial: “Borges no es, como Reyes, cortés y civilizado; Borges es arbitrario, iconoclasta e imperioso… Borges dominaba el arte de escandalizar”. Reyes no es llamativo ni su página lo especula inolvidable o de caprichosa singularidad. Debido a su “seguridad conservadora” no resulta “claramente identificable”.

Aunque Hiriart no lo diga, lo alfonsino reposa en el pudoroso arte de la paráfrasis y el dilema diletante; vicio compartido por lo paceano y lo monsivíaco, la carencia de conceptos propios y, en consecuencia, el deleite en la orfebrería, los acervos y el circunloquio.

El ensayismo mexicano proviene del peso de la tradición bíblica —que exige el recurso de la glosa— y la concurrente ausencia de competencia filosófica.

Lo alfonsino es la cima de una ensayística donde no hay problemas sino asociaciones; no hay martillo sino convergencias; no hay parresía sino retórica.

En México —dominado por una República de las Letras estatuarias—, ser alfonsino es un elogio. Los ensayistas mexicanos cachorros aún divagan en sus ensayos, y sus reseñistas festejan esos paseos sin desazón o lance. Todo lo que quieren es ser amenos, traviesos, cultos y escribir bonito.

Inesperadamente para este círculo, El arte de perdurar consolidó lo alfonsino como un sosegado vituperio.

Están cayendo los ídolos mexicanos. En este siglo será claro que lo clásico es lo iniciático.

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