sábado, 17 de julio de 2010

Desconfianza

17/Julio/2010
Suplemento Laberinto
Armando González Torres

El otro día, en una tertulia amistosa, surgió el tema de la mengua de la confianza que sufre el juicio literario aparecido en revistas y suplementos. La confianza en el juicio literario ajeno se genera en pequeñas comunidades literarias donde se comparten aficiones y simpatías, pero la credibilidad de ese juicio se extiende cuando se vuelve público y capta el interés de aquéllos lectores no tan habituales que, en un contexto de incertidumbre y abundancia (sobreoferta editorial), requieren señales para evitar selecciones adversas (comprar un mal libro que pasa por bueno) y confían en la preparación y la buena fe de quien juzga o recomienda. De este modo, el círculo de la tertulia se extiende a través de escritores, críticos y otros formadores de opinión quienes ofrecen orientaciones de lectura para segmentos más o menos masivos de consumidores. Se supondría entonces que las presentaciones de libros, reseñas, homenajes, etc., significarían una apertura del círculo íntimo a más contertulios; sin embargo, lo cierto es que con frecuencia, en la crítica publicada priva la impostación, el comedimiento interesado o la crítica por consigna. Se explica, por eso, que el mundo oficial de la literatura sea tan aburrido, que las presentaciones se pueblen de elogios achacosos y que, en muchas reseñas, el dicho del crítico frecuentemente se confunda con la publicidad. De hecho, el tejido de una reseña elogiosa es asombrosamente previsible y parece existir un machote al que sólo debe agregarse un par de chistes y cambiarle el nombre. Es difícil creer entonces, como parece derivarse de los comentarios de la crítica, que vivimos una bonanza de genios, que cada novedad implica inéditas excelencias literarias, que hay autores blindados contra el error y que, para angustia de quienes no alcanzamos a asimilar la abundante producción, la pléyade de indispensables aumenta cada mes.

Puede decirse que la escena literaria siempre ha estado caracterizada por el doble discurso, el oficial y el coloquial; sin embargo, los incentivos actuales contribuyen todavía más a estimular el disimulo. La cohabitación entre grandes empresas editoriales y periodísticas, la escasez de cuadros y los conflictos de intereses en el medio crítico, la jerga infumable y la necesidad de parte de la academia de encontrar más que obras a debatir, feudos de estudio; el elogio como medio de ascenso, y la susceptibilidad de los egos literarios a la crítica son rasgos que fomentan la mentira y propician una falsa ilusión de esplendor creativo. ¿Cómo se puede devolver algo de espontaneidad y credibilidad al acto de lectura crítica? Acaso recurriendo al pugilato inteligente: ampliando los espacios del debate crítico (la polémica es rica intelectualmente y puede ser atractiva y rentable); estimulando formatos novedosos para las presentaciones y reseñas (un presentador en pro y otro en contra) y aprendiendo a curtir la piel y a no sentir cualquier reserva crítica como una cicatriz imborrable.

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