Revista Nexos
Daniel Sada
1. En lo posible trato de no ser un autor de ideas fijas ni incurrir en monólogos autocomplacientes sobre arte y literatura; estoy dispuesto a aprender siempre de todo y de todos. Sin embargo, en mi opinión, hay asuntos esenciales y una inmensa gama de sutilezas que necesito distinguir cuanto antes. Sobre estas últimas hago constantes modificaciones, al grado de no permitir que disminuya mi capacidad de asombro; por lo común quisiera ver las cosas como si se tratara de una primera vez. En cuanto a los asuntos esenciales, no tengo más remedio que defenderlos durante toda mi vida, incluso a contracorriente y aun cuando estén amenazados por eventualidades de toda índole. En este sentido, me asumo como un personaje trágico o como un romántico incorregible.
2. Para escribir prefiero las mañanas porque siento que puedo imaginar más cosas, también porque experimento mayor frescura, además de que me concentro de mejor manera y con un ánimo creciente. Cuando era burócrata ejemplar escribía de cuatro a siete de la mañana. Así pude acabar dos novelas y un libro de cuentos. Por contraste, en lo relativo a la escritura, odio las tardes y las noches. Ese tiempo lo dedico a la lectura y a la convivencia. Pero tampoco soy tan determinista: puedo pasarme horas entretenido en una sola página y sin ningún sentimiento de culpa. Cuando siento que escribo por desesperación o angustia, o por mero oficio, suelo bloquearme y prefiero hacer otra cosa. Para mí escribir es un acto gozoso, lleno de matices y hallazgos, porque el total entusiasmo se me impone aun cuando tenga que abordar situaciones siniestras o ideas perversas. Si he de sufrir con la literatura, opto por una actividad más terrenal y concreta. En un tiempo fui comerciante en La Merced. Fui muy feliz
3. No envidio a nadie, solamente admiro o ignoro. Cuando siento que me corroe la envidia, procuro hacer un acto de contrición y arrepentirme de inmediato. Si un libro no me gusta, no hay razonamiento en el mundo que me convenza de lo contrario. En literatura nunca he sido democrático porque —de todos modos— estoy convencido de que el gusto personal no determina la calidad de un libro. Hay gente que prefiere a Los Tigres del Norte por encima de Mozart o Bach, o gente que prefiere a Carlos Cuauhtémoc Sánchez por encima de Miguel de Cervantes. Todo es legítimo en este mundo plagado de confusiones, de ahí que la admiración deba ser absolutamente sólida y a prueba de todo.
4. Para mí es importante adquirir un ritmo en la prosa. No me perdono la torpeza auditiva por más brillantes que sean las ideas. El ritmo ayuda a la concentración del lector. A veces puedo tardarme varias semanas o varios meses en encontrar un ritmo. Si a lo largo de un año no hallo lo que busco, me satisface quemar lo que he escrito. Ese procedimiento destructivo lo he realizado con inmenso placer. Se han convertido en cenizas avances significativos de novelas y cuentos. Quemar lo que no sirve me pone casi en estado de gracia para luego arremeter con fe y encontrar un equilibrio plausible entre frases largas, medianas y cortas, además de incidir con precisión en el punto de vista narrativo. En los cuentos doy preponderancia al aspecto anecdótico, mientras que en las novelas hago un minucioso análisis de personajes, sobre todo de los protagónicos, porque de ellos debo saber mucho más de lo que escribo.
5. En lo referente a estructura, como método de composición dramática, voy de atrás hacia adelante. Siempre me gusta vislumbrar un final posible, aun cuando en el proceso de escritura lo enmiende por completo. Quiero saber siempre a dónde voy, de modo que imagino lo que antecede a los hechos. La narración es un devaneo entre causas y efectos. Si tengo un final hipotético ya no me siento metido en un callejón sin salida.
6. Huyo de las vanguardias como también huyo de todo lo que huela a tradicional o canónico. Intento que mi territorio narrativo sea fértil, pero estrecho. En literatura no me interesa la libertad absoluta como tampoco la rigidez timorata. Es en esa línea delgada donde transito sin ningún miedo. De hecho, el único terror verdadero que siento es caer en la solemnidad: ese padecimiento histórico que caracteriza a la literatura mexicana. Toda suerte de impostación no es más que reflejo de un temperamento acomplejado. Tampoco caigo en el extremo de la vulgaridad ni en el énfasis de la expresión zarrapastrosa. Repito: mi territorio estético es estrecho. Me impongo esa visión para no sentirme un semidiós antipático. Nadie me aparta de la idea de que lo peor que le puede pasar a un autor es reconocerse como conservador y convencional.
7. La literatura está hecha de talento y laboriosidad. Nada más y nada menos. Eso me lo repito como si tuviera que hacer una penitencia diaria.
8. A lo mejor nada de lo que he dicho es cierto y lo más certero es ser un grillo maravilloso. También se vale.
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