sábado, 15 de mayo de 2010

Sobre la crítica literaria en México

15/Mayo/2010
Suplemento Laberinto
Evodio Escalante

París, a 11 de mayo de 2010

Estimado José Luis Martínez S.:

Celebro que propicies en Laberinto una discusión pública acerca del estado de la crítica en nuestro país. El arte de la queja se sublima y alcanza su apoteosis siempre que abordamos el asunto de la crítica literaria; yo mismo no he dejado de repetir que nuestra crítica es bastante pobre, que los espacios para ejercerla se reducen, que el autoritarismo ambiente no la deja crecer y desarrollarse, y en fin, que no sabemos polemizar… Estos son los tópicos en los que casi todos hemos coincidido más de una vez, llevados a ello por estados de ánimo compartidos o por hábitos culturales que se consolidan y se convierten en tradición. No faltan los malhumorados que afirman de plano que la crítica no existe, o aquellos que piensan que se trata de una señora gorda y oportunista, que vende sus favores al mejor postor. Y sin embargo, y sin embargo… A riesgo de que se piense que bromeo o que desvarío con tal de darme el gusto de navegar contra la corriente, quisiera decir que desde una perspectiva rigurosamente histórica, y estableciendo las debidas comparaciones, la crítica literaria del pasado nunca fue tan rica y tan sólida como la que existe actualmente en nuestro país. ¿Exagero?

Mis puntos de referencia son los escritores que formaron parte de la generación del Ateneo de la Juventud y del grupo de los Contemporáneos, a los que un consenso admirativo estima no sin razón como los fundadores de nuestra modernidad cultural y como la verdadera medida de la excelencia a la que aspiramos. Selecciono un ejemplo: Xavier Villaurrutia. La lógica de la argumentación me obliga a dejar de lado por un momento sus logros en el terreno de la poesía, del teatro y de la novela. ¡Qué clarividente y qué dotado para la crítica era el joven Villaurrutia! Su precocidad y su inteligencia, que lo llevan lo mismo a desestimar los poemas del ya entonces tótem Alfonso Reyes que a elevar en una reseña objeciones de peso contra el venerable filósofo Antonio Caso… están fuera de toda duda. Y, sin embargo, visto a la distancia, qué decepción. ¿Cuántos libros de crítica escribió Villaurrutia? Textos y pretextos (1940) es el único libro de este género que alcanzó a publicar, lo cual no deja de ser una desproporción, digo, en relación con el talento que indudablemente tenía. Tratándose de una de las inteligencias más admirables que ha habido en nuestro país, extraña que su aportación haya sido tan exigua. Todavía más señalado es el caso de Jorge Cuesta. ¿Cuál es la obra crítica de esta inteligencia deslumbrante? El legado de Cuesta consiste en un prólogo (a la Antología de la poesía mexicana moderna, que concibieron y compilaron sus amigos de Contemporáneos) y en algunas decenas de artículos publicados en el periódico. No hay más. Lo que solemos llamar los “ensayos” de Cuesta, son en realidad la mayoría de ellos tacaños artículos de no más de tres o cuatro cuartillas de extensión. Si quiero mencionar a un miembro relevante del Ateneo, diré que la herencia crítico-pensante de Martín Luis Guzmán, otro de nuestros personajes míticos, se reduce a dos breves libros que al parecer nunca llegó a reeditar en vida.

En vista de lo anterior, a lo que yo invito es a un ejercicio comparativo tomando en cuenta el resultado que perdura: el libro. Desde el punto de vista de la perseverancia que se convierte en obra, y para ejemplificar sólo con algunos de los críticos en ejercicio que se mencionan en el suplemento, yo diría que José Joaquín Blanco (con al menos diez libros de crítica en su haber) es de calle más importante que Xavier Villaurrutia; Christopher Domínguez, más que Jorge Cuesta; Guillermo Sheridan, más que Jaime Torres Bodet; Armando González Torres, más que Bernardo Ortiz de Montellano; Adolfo Castañón casi tan importante como Alfonso Reyes (a Castañón le faltaría, en dado caso, escribir su versión de El deslinde); Jorge Aguilar Mora mucho más importante que Martín Luis Guzmán, y Heriberto Yépez más que Vasconcelos (notable filósofo que no escribió crítica). En cuanto a Ignacio Sánchez Prado, con el paso que lleva, es seguro que muy pronto será tan influyente como Henríquez Ureña.

No solicito adhesión inmediata a lo antes dicho. Sigamos pidiendo más y mejor crítica, sigamos solicitando las controversias que nos faltan, ¡adelante!, pero démonos un respiro para considerar lo que acaso por falta de perspectiva o de distancia histórica hemos sido incapaces de ver. Tenemos el extraño privilegio de contar con una verdadera Arcadia de la crítica, formada por escritores muy disímbolos entre sí, pero que tienen de común un nivel de profesionalismo, una apertura a lo contemporáneo y una perseverancia (una creencia en la labor crítica) a todas luces más que ejemplares. Como diría el clásico: Los muertos que vos matáis, gozan de cabal salud.

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