sábado, 8 de mayo de 2010

No son molinos de viento

8/Mayo/2010
Suplemento Laberinto
Geney Beltrán Félix

Fernando García Ramírez publica en Letras Libres de este mes una reseña de tres libros de ensayos, entre ellos el mío, El sueño no es un refugio sino un arma [UNAM, 2009].

Si él sustentara ecuánimemente sus decires, yo asumiría discutir lo que él afirma sobre mi libro. No es así. García, quien no tiene obra ensayística ni de otro género, caricaturiza mis conclusiones y a partir de esa caricatura las reprende. Descontextualiza citas. Magnifica minucias y se desentiende de lo importante. Omite información. Llega a la descalificación ad hominem. Así, su ejercicio crítico es irresponsable y cobarde. Falto de ética.

No polemizaré con García porque con su texto no hay diálogo posible. Tampoco repetiré los argumentos que desgloso en mi libro. Pero consignaré ejemplos que demuestren que García simplifica alevosamente lo que afirmo.

En una parte, García “resume” y dictamina: “¿Y qué es lo que propone este joven furioso? El hilo negro. Dice que el escritor debe ser ‘auténtico al mentir’, debe escribir para la posteridad (los lectores que importan son ‘los que aún no están’), debe escribir para transformar el mundo (y para sustentarlo se vale de una cita de Gabriel Zaid, que es, como todos saben, un escritor revolucionario). Detesta Beltrán a los escritores experimentales, ya que el auténtico escritor debe escribir de lo que preocupa al hombre, de su verdad interior; debe escribir sobre la ‘Condición Humana’. Para Beltrán el escritor y la literatura, sobre todo, deben de. Nada de juegos, nada de experimentación, nada de frivolidades, la literatura debe ser puesta al servicio del Hombre. Así las cosas. Tanto pataleo y berrinche para venir a salir con esta novedad.”

García no anota que la cita de Zaid empieza: “Toda obra de arte cambia el mundo y cambia la vida”. Tampoco avisa que en mi libro las reflexiones sobre la posibilidad de la literatura para transformar el mundo ocupan varias páginas —no es sólo citar a Zaid y se acabó, y por lo mismo la referencia a ideas políticas es un distractor malintencionado.

Estoy en contra de la frivolidad que asedia a la expresión cultural —García prefiere una novela de liviana consistencia a libros densos y significantes: recuérdese su texto “La buena, la mala y la fea”, un hito de la mala crítica y la misoginia letrada (agosto de 2004)—, pero sobre esa repulsa de lo experimental que me adjudica, hay que decir que en ninguna página de El sueño se encontrará una cita que corrobore la burda glosa de García. No sólo la distinción entre lo experimental y lo clasicista es secundaria, puesto que planteo un tema (el conocimiento moral) por encima de técnicas, sino que García olvida hacer mención de mi libro El biógrafo de su lector, sobre Macedonio Fernández, radical donde los haya, y no advierte que en El sueño viene un texto sobre Salvador Elizondo. Nada de esto despierta la perplejidad del Alérgico-a-los-Matices García, para quien todo se reduce (¡ah qué ligereza en la conjugación de los verbos!) a detestar.

En lado alguno exijo que “la literatura debe ser puesta al servicio del Hombre”. De la p. 33, cito: “una forma del riesgo para los bisnietos de Tolstói y Conrad sería buscar dentro de sí esas historias que exploren dilemas morales”. En ese ensayo, “No narrarás”, lleno de matices y asegunes —y en el que nunca, ni en el resto del libro, utilizo la palabra “Hombre” para designar a los seres humanos—, retomo el concepto de la literatura comprometida y lo reformulo desde lo moral y desde mi experiencia y circunstancia. ¿Qué tiene que decir García? Silencio: él no analiza los argumentos con que actualizo ese tema desacreditado. Sólo omite, simplifica: miente.

Detrás de esa reprensión del “hilo negro”, García parece sugerir que un ensayista que recupere el tema del compromiso de la escritura es sólo por ello reprensible, debido a que no es “novedad” —y aquí García prescinde de la revisión que hago de un panorama literario en que predominan las presiones mercantiles, la banalidad y el esnobismo—. En todo caso, me interesa menos la novedad que la posible verdad, como diría Borges. Si García está en desacuerdo con esa insistencia, debería enunciarlo y debatirlo, no sólo exhibirlo con el tono de un maestrito regañón.

Poco antes, García me ha exhibido: “[GBF] Detesta al ‘escritor tópico’, como Mario Vargas Llosa, dedicado a redactar novelas ‘sobre un dictador dominicano o un pintor francés’”.

Vamos a la cita original (pp. 29 y 30):

“El escritor tópico —el escribidor— tiene a la escritura como un oficio y solamente un oficio. Puede, y sin infligirse, verse dedicado a la redacción de novelas sobre ferrocarrileros o sobre el imperio de Maximiliano, sobre un dictador dominicano o un pintor francés. Será la suya una decisión respetable, pero a fin de cuentas todo se reduce a una apuesta, ésa sí, voluble y limitada. Inauténtica. Esto es: perecedera.”

¿De dónde sale García con que yo detesto a alguien como Vargas Llosa? No hago ningún dictamen sobre sus dotes literarias. Señalo, sí, la elección de los asuntos en sus novelas, y en las de Del Paso, pero esos ejemplos se hallan en una reflexión sobre los temas morales de la novela de conocimiento. A esto me refiero cuando afirmo que García magnifica minucias y escamotea los argumentos.

Otro ejemplo: “Amparado en George Steiner, Beltrán también propone una apasionada defensa de la tradición —sin embargo, en su ensayo sobre Musil ignora olímpicamente a Juan García Ponce, el autor que más ha profundizado en nuestro idioma sobre el autor austriaco”.

Primero: mi “apasionada defensa” se encuentra en una reflexión —omitida por García— sobre el no lugar de los clásicos en la sociedad mexicana. De igual modo, la segunda parte, “Cuaderno azaroso”, reúne ensayos sobre escritores de la tradición mexicana. ¿Por qué no lo menciona? ¿Nellie Campobello, Efrén Hernández y Francisco Tario no pertenecen a la tradición, y sólo García Ponce?

Segundo: ¿yo debería citar a García Ponce sólo como una muestra de erudición y respeto a la autoridad, aunque no sea pertinente? ¿O García pretende pasarse de listo vinculando dos temas, uno tratado in extenso (la tradición en la sociedad actual), con uno nimio y cuestionable (citar o no a García Ponce), en lo que sería la objeción sofística de quien anula lo esencial confrontándolo crasamente con lo secundario?

García se “sorprende” de que yo destaque la obra de mi paisano Óscar Liera y de Nadia Villafuerte, narradora “cercana al crítico”. Pero, ¿por qué omite que El sueño incluye ensayos en que discierno aspectos notables no sólo de Nellie, Efrén y Tario, sino también de Rossi, Elizondo, Pitol…? ¿No los leyó? ¿O no le convenía sacarlo a colación porque eso le impediría declararse sorprendido, como quien insinúa que yo sólo elogio por interés extraliterario?

El crítico tiene libertad de escribir sobre los autores que más despierten su juicio. Si éstos son sus amigos, sus paisanos o sus colegas de signo zodiacal, no importa: lo que valen son los argumentos. Mientras García desliza la sospecha de que aplaudo a Liera por sinaloense y no por escritor, no sólo está mostrando su ignorancia, pues desconoce el sitio canónico de este dramaturgo en el teatro mexicano, sino que evita llamar la atención —ya no digamos sobre los argumentos de mi lectura crítica de Liera— sobre el hecho de que en mi libro viene otro texto en que presento objeciones a Balas de plata de Élmer Mendoza, también mi paisano. ¿Cómo a García esta discrepancia no le despertó el asombro? Y en cuanto al libro de Villafuerte, ¿cree García que el panorama literario se mantendrá sin cambio así que pasen cien años? ¿No sabe que un crítico puede hacer una apuesta por un autor desconocido? ¿Ignora que no soy el único que ha comentado con entusiasmo el libro de Villafuerte? No sabe García (o eso parece) que la amistad exige un ánimo sincero a toda prueba, no sólo para disentir sino también para elogiar. En mi caso —no sé en el suyo—, la amistad no nubla el criterio; lo afina, lo dirige hacia la más exigente sinceridad como una muestra de levinasiano respeto al otro. Es el ejemplo de Esther Seligson —quien la conoció sabe de qué hablo—, y yo lo sigo.

Pero esa explicación sale sobrando. El apunte de García es cobarde porque se queda en la insinuación. Si los argumentos que doy en mis apreciaciones de Liera y Villafuerte fueran endebles, él tendría que demostrarlo, y para eso García tendría que leer Camino rojo a Sabaiba y ¿Te gusta el látex, cielo?, y contrastar su criterio con el mío.

Una más. García glosa: “‘Muy adolescentemente’, [GBF] intenta proponer definiciones, buscar salidas, acomplejado como está por su ‘bastardía intelectual’”. García sugiere que todo ensayista ha de estar acomplejado, porque “proponer definiciones, buscar salidas” es en mucho su quehacer. Pero no le hagamos el favor de obviar la crítica ad hominem: aventurando un irresponsable y grosero diagnóstico psicológico, García demuestra que reseña un libro para descalificar a una persona.

Termino. Para García, yo sólo estoy embistiendo “contra... molinos de viento”. Se equivoca. Con su falta de ética en el ejercicio crítico, García demuestra que no son molinos de viento los que señalo en mi libro. La escritura sin compromiso moral y la crítica irresponsable están más que vivas. Y me refiero a su texto, claro.


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