Suplemento Laberinto
Fernando Vallejo ya no sorprende. El don de la vida (Alfaguara, 2010), su nueva novela, es Vallejo vuelto viejo VHS: diatriba pregrabada para re-cagar el palo a Dios, el Papa, la mujer, los pobres y Colombia.
¿Es novela? La acción es nula. ¿Ensayo? No hay idea inesperada. Es un diálogo filosófico medieval. ¿Ateológico?
La gran novela de Vallejo es La virgen de los sicarios.
En El don de la vida el exabrupto es disco rayado. Virtud: su belleza verbal.
“La mujer afea al ballet y el ballet degrada a la mujer. La mujer en el ballet es la mosca en la sopa”. ¿Cuántas veces hemos leído esta diatriba en Vallejo? Vallejo quiere ser malo. Repite insultos para terminar creyéndolos.
Decir “vaca” a la mujer y que tiene “escasas conexiones en el disco duro” no es nada nuevo, como tampoco su defensa de la pederastia (que incluso García Márquez canta tímidamente). Vallejo se llevaría bastante bien con el padre Maciel.
Energúmenos que amenizan grandilocuencia chocha.
Si hay alguien que no ha leído a Vallejo, este libro le va a gustar (o disgustar) mucho. Si alguien ya ha leído a Vallejo antes, este libro ya lo leyó sin necesidad de leerlo. Si estuviese firmado por Monsiváis sería el libro de la década. Firmado por Vallejo es un bonito bostezo.
La obra es osada a pedazos. Llama “criada mexicana” a Elba Esther Gordillo, define a Borges como “viejo güevón que no pichó”, a Hugo Chávez como “chachalaca”, retrata al ex presidente Fox “con botas de marica y sombrerón” y como “asno cabalgando un caballo” y alega que no hay que recitar versos del “asqueroso de Octavio Paz” para “no recargar de mierda la memoria”.
¿Son suficientes estos sarcasmos para rendir los 170 pesos que cuesta el libro?
Debería decir que Vallejo ya se agotó, pero esta cita me ha puesto a pensar: “¡Si no es comida lo que quiero vomitar! Es a Colombia, a mi familia, al loco Cristo… Toda esta mentira nauseabunda que me metieron dentro y que me está envenenando las tripas”.
Al parecer, Vallejo no ha logrado vomitarlo todo.
Hay algo que Vallejo no ha conseguido decir, narrar, escupir. Y quizá su propio estilo —lanzar el Gran Anti-Juicio Final, la ya canónica misantropía exquisita de Baudelaire, Cioran o Houellebecq— es la estructura que le impide expulsarlo y alcanzar el vacío sin náusea moderna y que medio planeta padece: ¿qué país del mundo no es Colombia?
“El don de la vida” es la pregunta “¿dónde la vida?” y que Vallejo no ha respondido. Es la pregunta de Don Rimbaud.
Pero esa pregunta no puede satisfacerse enlistando lo que se detesta y apesta. Esa pregunta requiere poesía. Sin poesía visionaria, se le responde dándole vueltas, como un zopilote harto de tanta carroña.
Pero, ojo, la pregunta ya la respondió Vallejo. No Fernando sino César.
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