sábado, 8 de mayo de 2010

El lector, ¿qué es eso?

8/Mayo/2010
Suplemento Laberinto
Roberto Pliego

No son buenos tiempos para la crítica literaria. Sus espacios de acción natural —revistas, páginas y suplementos culturales— han caído aplastados bajo el peso de la inmediatez editorial. Mejor la nota roja, los deportes, los

automóviles, el mundillo televisivo y los restaurantes con una estrella Michelin que esos objetos a quienes algunos apocalípticos ya declararon en fase terminal: los libros.

El enemigo verdadero, sin embargo, está en casa. Contra la crítica literaria conspiran los críticos que pontifican mientras se miran con autocomplacencia al espejo. Me refiero a esa modalidad del egoísmo que es la nota o el ensayo que no tiene al lector como destinatario, sino al

mismo crítico, el autor-amigo de toda la vida, la camarilla o una idea —digamos— estética. La crítica como servicio o guía de lectura no goza de buena reputación. Priva el onanismo,

la escritura concebida para armar un libro propio, suficiente y germinal. Y privan, sobre todo, una suerte de dictadura de los sentimientos y un desdén por lo que hay detrás, por la noción de canon.

Se supone que los críticos leen, y mucho, y que tienen algo que decir. Pero a qué destinan sus palabras. No, desde luego, a trazar una cartografía útil para el lector-viajero sino un registro de caminos que no conducen a ninguna parte. Hace diez, doce años, Carlos Fuentes lanzó uno de sus cada vez más escasos gritos de guerra: “Me desayuno a mis críticos”. Algunos críticos no se dieron por enterados pero remedaron su declaración y, desde sus trincheras, ahora declaran: “Nos desayunamos a los lectores”.

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