El Universal
Esta semana me parece que confirma que uno de los actores que menos ha aportado al proceso de cambio político en México son los medios de comunicación (el otro es la academia). Desde el uso faccioso de los medios públicos estatales en Hidalgo y Veracruz hasta la inexistente entrevista a un capo por parte del decano del periodismo “de avanzada”, pasando por el uso y abuso del caso Paulette.
Habrá opiniones al respecto, muy diversas, empezando por quienes, desde los mismos medios, defienden su derecho a hablar de lo que sea y como sea, con la excusa de que “es nota”. No sé si quienes estudian a los medios han caído en cuenta que este argumento es circular: nota es lo que los medios consideran que el público quiere saber, y eso es lo que ofrecen. El público no tiene otra opción que seguir lo que los medios han decidido. La nota es una profecía autocumplida.
La democracia depende de manera determinante del flujo de información, y los medios son el principal instrumento de este flujo en las democracias modernas, todavía. En consecuencia, la definición que toman acerca de la agenda noticiosa es el centro sobre el que se construye la discusión pública. Cuando esta agenda está limitada por el poder, como en los casos estatales mencionados; cuando pierde el sentido de la información en busca de oportunidad y protagonismo, como en la entrevista; o cuando la agenda se reduce al sentimentalismo y morbo, no hay información para la democracia, hay control, confusión o distracción de las masas.
Ésa era la función de los medios en el régimen autoritario, y desafortunadamente no hemos podido transformarla. Los medios sólo le han añadido a ello una vocación por la acusación desde la cual han buscado transformarse en el referente moral de la sociedad. No una postura crítica, sino acusadora; no un referente democrático, sino moral.
El resultado son encabezados agresivos, pero sin sustento; conductores que pontifican y que no escuchan a sus entrevistados, suponiendo que es deber del periodista decidir lo que puede o no decir su contraparte; notas que no pueden tener seguimiento porque el medio ni siquiera investigó lo suficiente. Es un periodismo que sigue correspondiendo a un régimen autoritario, pero en el que son los medios quienes quieren asumir el papel del centro del poder. Autoritarismo mediático, si quiere.
Por eso la relación entre los medios y el poder no ha cambiado, sigue siendo subrepticia, oscura, de negocios. Los medios estatales, en buena parte del país, siguen funcionando exactamente como lo hacían en tiempos del viejo régimen, mientras que los medios nacionales lo que han cambiado es la dirección de la relación: ahora ellos quieren imponerse al poder. Pero la relación es la misma.
Por eso la discusión pública no puede salir de los mismos temas: parroquiales, pobristas, demagógicos, sentimentales, circenses a fin de cuentas. No podemos poner a México en perspectiva, porque sólo nos vemos el ombligo; no podemos discutir a fondo los temas relevantes, porque todo siempre acaba explicado por la pobreza; no podemos hablar en serio, porque es políticamente incorrecto decir con todas sus letras que muchos medios siguen vendiéndose a los políticos, mientras otros se dedican a comprarlos, no podemos decir con toda claridad que las leyendas del viejo régimen ya no tienen cabida en la democracia, no podemos reconocer el fracaso que es México.
No queremos aceptar que lo hemos destruido entre todos por mantener creencias absurdas, por fingir respeto a manifestaciones populares que no lo merecen, por evitar la discusión franca y abierta sobre las opciones que tenemos y los costos que cada una implica. No, nos basta con erigirnos en jueces sacando frases de contexto, usando cifras que no entendemos, esgrimiendo ejemplos absurdos.
La estructura empresarial de los medios de comunicación es la misma del viejo régimen, pero no parece estar ahí el principal obstáculo. Creo que los periodistas tienen que hacer un verdadero esfuerzo por analizar su participación en la sociedad actual, aplicando esa crítica que dicen ser capaces de hacer a sus propias creencias y actitudes. Reitero, no es posible la democracia sin el flujo de información, de forma que los medios son indispensables para la construcción de ciudadanía y para el éxito de la democracia. Hasta hoy, son también parte, y no menor, del fracaso. Como lo es la academia. Somos, pues.
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