sábado, 13 de marzo de 2010

Linchemos a Gabriel Orozco

13-03-2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Gabriel Orozco, primer artista mexicano global y odiado en México, el país del pedo atorado.

Después de su exposición de media carrera en el MoMA de Nueva York, el antiorozquismo arreció. Si hacemos caso a la crítica reciente resulta que Orozco es el gran problema del arte nacional y su retrospectiva, sepelio.

A Orozco aquí se le tilda de falso profeta, mercadadaísta, vendido a Televisa, conceptualista sin ideas, en suma, momada.

¿Qué hay detrás de este repudio? Una idea romántica del arte, en donde la obra es tomada como reflejo del ser moral del artista. Y que en México la crítica es católica: condena o canoniza.

El no-es-para-tantismo mexicano busca “desenmascarar”. En este caso, denunciar los “engaños” de Orozco.

Todo mexicano que tiene éxito en el extranjero se vuelve impuro. Como María Sabina y Frida Kahlo, una vez queridas por Los Otros fueron hechas las peores pirujas.

“Todo mexicano que tenga relaciones extranjeras es un traidor”, reza la malinchefobia.

Sentimos la necesidad de desprestigiar el éxito paisano y convencer al mundo de que, en realidad, no vale nada.

“Extranjeros, entiendan, ¡Orozco es una mierda!”

Lo que sucede en torno a Orozco poco tiene que ver con su calidad artística. Se trata de un síndrome nacional: linchar a la pinche Malinche.

El otro típico argumento anti-orozquiano es que su obra es una serie de ocurrencias —tapa de yogurt o ballena colgante—, ocultando así que sus obras son jugadas dentro de un contexto complejo.

Otro cliché indica que nada puede causar escándalo en el arte internacional y quienes lo dicen, sin embargo, se escandalizan por la desvergüenza de Orozco.

Se le acusa de farsante o mercachifle. No se critica su técnica sino su perdición moral: Orozco, el Facilote.

Junto al ninguneo compatriota, crece la antipatía foránea: ha dejado de ser un mexicano periférico para ser central.

El diario New York Times malencaró su retrospectiva porque ya no es Zorro, el underdog romantizable. He’s not what he used to be, the nice Mexican on the left corner. Deborah Sontag quisiera que Orozco fuese aún el jovenzuelo outsider brincando entre charcos, naranjas y palomas. Como artista internacional protagónico ya no le gusta tanto. Lo prefiere chamaquito.

Podríamos celebrar a un mexicano que es tan inteligente que hizo de una caja de zapatos vacía una obra emblemática de las últimas décadas, pero mejor le encontramos toda clase de peros, Nosotros, Los Buenos.

Propongo, pues, que linchemos a Gabriel Orozco.

O, al menos, le cortemos los huevos.

Así quedaremos contentos los puros Puros, los Verdaderos Mexicanos, los Ignorados, los Sin-éxito, nosotros, la visión de los vencidos invendibles, porque, como sabemos, no estar de moda es la única prueba concreta de la existencia de los mexicanos.


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