lunes, 29 de marzo de 2010

¿De qué hablas?

29/Marzo/2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

“Escucha, por cada buen libro que pueda yo sugerirte, tú escucharás toneladas de basura en los medios, en un día verás más aberraciones que las que un hombre de la Edad Media pudo haber visto durante toda su vida, serás víctima de los consejos más estúpidos por parte de las personas más necias que hayan existido jamás y quedarás tan aturdido que ni el mejor escritor del mundo podrá sacarte de tu marasmo. Así que mejor me abstengo y no te recomiendo nada. No veo caso en añadir más lodo al pantano.

“Ningún libro podrá oponerse a la avalancha de necedades que nuestra época ha preparado para ti. Y si un día te das cuenta de ello estarás tan hundido en el estiércol que tus pies no tocarán la tierra y sentirás que flotas dentro de una atmósfera tibia y evanescente. ¿Qué tal? A mí me parece un espléndido futuro, una suerte de vía rápida hacia la nada, un buen modo de existir sin sentirse culpable. Ningún filósofo vendrá a quitarte la venda de los ojos ni a mostrarte el camino, pues están ocupados en sus propios asuntos. Por lo demás, ellos escriben en publicaciones especializadas que no van a llegar a tus manos, y es mejor que así sea, pues de lo contrario no comprenderías nada y acumularías más odios contra personas que no conoces”.

Habría querido que siendo yo joven alguien se dirigiera a mí de esta manera, sin embargo es casi imposible que se nos hable con la verdad. En vez de eso tuve varios profesores en la primaria que pusieron libros en mis manos. Ellos no volvieron a saber de mí y seguramente vivieron pensando que al menos en mi caso habían hecho lo correcto. Y ahora un montón de años después creo que habría preferido una decepción temprana. Una pista que me diera señales de que los buenos libros no podrían evitar la miseria que se avecinaba ¿Pero quién iba a saberlo entonces en una improvisada escuela de gobierno? Nadie, acaso las dos niñas que besaba a escondidas y que después del beso sonreían antes de ir corriendo a esconderse de mi mirada.

Cuando Nietzsche tuvo que referirse a las categorías del conocimiento que con tanta minucia había elaborado Kant, se mofó alegando que lo único que deseaba su autor era impresionar a los lectores escribiendo lo más difícil que a nadie se le hubiera ocurrido antes respecto a la metafísica. Para Nietzsche esa clase de explicaciones eran adornos, además de una muestra de la floritura vacía que tanto gusta a los alemanes. He tenido presente este pasaje de Más allá del bien y del mal desde su lectura en mi primera y única juventud. El estilo vehemente y desordenado de Nietzsche no impidió que esas palabras se mantuvieran en pie dentro de mi cabeza. La idea de que somos empujados por una voluntad de poder que no pide nuestro consentimiento y a la que deseamos dominar por medio de explicaciones fatuas, es una idea que aún no ha podido ser refutada.

“No creas en nada de lo que te dicen, desconfía de quienes creen poseer algún tipo de conocimiento absoluto. Detrás de cada persona que cree detentar algún tipo de verdad se esconde un ser inseguro que no podría siquiera fundamentar la milésima parte de lo que dice. Actuamos sin comprender del todo las razones que nos llevan a realizar dichas acciones y no hacemos sino pensar lo que de todos modos tiene que ser pensado. Somos presa de una fuerza que nos rebasa y nos lanza al vacío. De modo que mejor siéntate y trata de no molestar a nadie con tus opiniones o tus juicios”.

Nadie se dirigió a mí de esta manera (excepto Nietzsche a quien por cierto leía con azoro e ignorancia): lo habría agradecido tanto. Hoy después de un par de meses he terminado la lectura de un libro del filósofo Thomas Nagel (Una visión desde ningún lugar), quien después de discurrir acerca del conocimiento, la mente, la realidad y el pensamiento escribe las frases siguientes: (1) “No puedo salir por completo de mí mismo”, y (2) “Al final de la senda que parece conducir a la libertad y al conocimiento se encuentran el escepticismo y la impotencia”, la primera afirmación niega que sea posible la objetividad, la segunda nos habla del dilema de un filósofo cuando quiere comprender o explicar el sentido íntimo de la libertad. En fin, nadie sabe con certeza de lo que está hablando. Y yo el primero.


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