lunes, 1 de febrero de 2010

Discutir

01-02-2010
El Uiversal
Guillermo Fadanelli

No es una mala señal decepcionarse de los ideales que uno tuvo en la juventud, ni tampoco sentirse engañado cuando la madurez nos coloca en el lugar merecido, al contrario: se gana el escepticismo que es una especie de paraíso para quienes han perseguido alguna vez verdades absolutas o alabado dogmas históricos. Y cuando nuestros dogmas no se devalúan o alteran con el tiempo es quizás porque la sabiduría nunca llamará a nuestra puerta.

Cuatro siglos atrás, Francis Bacon afirmó que los sabios antiguos carecían de autoridad frente a los contemporáneos ya que estos habían asimilado el conocimiento de aquellos y poseían una mayor sabiduría. En contra de la máxima medieval que contemplaba a los sabios de la época como “enanos sobre hombros de gigantes”, Bacon tenía una enorme confianza en sí mismo y en el conocimiento de su tiempo. Y es que los seres humanos son capaces de hacer abstracciones de esta desmesura y proclamarse ellos mismos como la vanguardia o lo más avanzado de una actividad técnica o del espíritu. Y esto no sólo ocurre cuando Pelé se declara el más grande jugador de la historia (algo que mueve a risa), sino que también ha sido común en el área académica o entre los intelectuales que buscan a una figura emblemática a quien rendirle homenaje. Y si nadie los unge, ellos mismos se declaran dioses, como fue el caso de Hegel, Fichte o Heidegger.

Una vez más he excedido el preámbulo de esta nota cuando sólo deseaba referirme al obsceno cúmulo de opiniones y discusiones a las que se nos somete en todos los ámbitos de la comunicación. Los duelos de argumentos son lamentables en cuanto regularmente no persiguen la comprensión de los hechos, sino sólo el convencimiento o la imposición a secas. O peor aún: los discutidores buscan expresarse para llenar con palabras o ruido un vacío que proviene de la absoluta ausencia de reflexión acerca del mundo que los rodea (su pensamiento nace en la boca). Pruebas de esta afirmación no las tenemos sólo en el mundo de la política (o como quiera llamársele a esa micro sociedad que pelea por el poder pasando por encima de las cualidades éticas más elementales), sino en la mecánica misma de la discusión. Quiero decir al respecto que una discusión o disputa argumental no tiene por qué hacer perdedora a una de las partes en cuestión. De una buena discusión pueden obtenerse beneficios aun cuando nuestros argumentos o conocimiento sobre las cosas sean pobres o deficientes. El escuchar atentamente y sobre todo el imaginar por qué existen personas que opinan de modo distinto a uno, son buenas posturas durante la controversia. Lo son también: investigar de dónde provienen las ideas u opiniones de los otros y comparar las palabras de nuestros interlocutores con la realidad de su propia vida. Quiero decir: sería un despropósito aceptar que si el avaro nos da buenos argumentos acerca de la generosidad debemos por lo tanto creerle. Lo mismo sucede con quienes pugnan por equidad en la sociedad y mantienen enormes riquezas a su servicio; y demás ejemplos por el estilo.

Una plaga más que se vive en esta sociedad mexicana es la costumbre de arrojar juicios a diestra y siniestra sin tener ninguna idea de lo que se está hablando. El juicio parece sustituir el ejercicio de pensar con profundidad y mesura. Como si la opinión sólo estuviera concentrada en los anatemas y en la calificación. Esta es una manera de hacer a un lado los problemas y de caminar en sentido contrario al diálogo o a la discusión esclarecedora (el hecho de que en la política estén vetadas las candidaturas independientes, por ejemplo, es una acción elemental contra la diversidad de la discusión pública).

Finalmente, quiero agregar que la discusión no tiene que ver con dos o más personas hablando en persona o vía un debate público. Cuando leo un libro o un artículo atentamente y con el oído abierto no estoy siendo sólo receptor, sino también partícipe e incluso creador al rehacer con mi propia imaginación las ideas de quien escribe. El lector que escucha cuando lee no es casi nunca pasivo y las discusiones a fondo valen la pena incluso cuando la lógica parece derrotar a una de las partes.



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