El Universal
Eduardo Antonio Parra es un novelista exitoso, lo confirma Juárez. El rostro de piedra, novela que ha vendido más de cinco mil ejemplares. Sin embargo, el narrador nacido en León, Guanajuato, en 1965, se sabe ante todo un cuentista de pura cepa. Frente a las dos novelas escritas hay 28 cuentos que el mundo literario ha celebrado por su habilidad para delinear personajes, temas e historias que exploran la violencia, la frontera, la nota roja, los “mojados”, los prostíbulos y la condición humana.
“Me he ejercitado mucho más en el cuento y le veo más posibilidades. No es el simple laboratorio como lo consideran muchos novelistas, para mí es el género mayor, mientras que la novela es un género complaciente para las masas”, reflexiona el narrador al publicar Sombras detrás de la ventana, libro que reúne la totalidad de sus cuentos publicados a lo largo de 15 años en Ediciones Era.
Parra no reniega de la novela, por el contrario, le gusta mucho e incluso es una gran lector de obras de gran aliento, pero reconoce en el cuento un alto grado de dificultad y un reto para el escritor.
Recuerda que cuando era becario de cuento sus colegas de novela decían: “compañeros de corto aliento” y él respondía: “Qué tal compañeros de intensidad floja”. Frente a quien ve como negativo y externa: “está novela es de un cuentista”, Parra o Parrita, como lo llaman los amigos, lo ve como algo muy positivo. “El mejor ejemplo de novela que tenemos en México es la novela de un cuentista: Pedro Páramo”, dice.
La evolución de un cuentista
Al releer la totalidad de los cuentos que ha publicado en cuatro libros, Eduardo Antonio pudo evaluar su evolución literaria como cuentista. Se dio cuenta que en los primeros relatos privilegiaba la anécdota y en los últimos cuentos, aunque sin descuidar la anécdota, extrema la construcción del personaje y que la historia sea más humana.
Otros rasgos evolutivos están en el ritmo -ya no hay tropiezos en el relato-, en la delineación de los personajes -ahora los trabaja más hacia adentro, profundiza en la psicología-, en la violencia que es un tema que le obsesiona: “Los primeros cuentos eran más crudos y en los últimos como que me doy chance de dejar un poquito de felicidad”.
Los años han llevado a Parra por una búsqueda formal; cada vez experimenta menos, se sale poco de la estructura clásica. “Nunca me salgo del todo porque soy un escritor que siempre trata de privilegiar la historia para que el personaje no se pierda. No me gustan los experimentos vacíos, no me gustan los tartamudeos, no me gustan los juegos de estructura que pierden al lector, que le exigen demasiado, pero no le dan nada en recompensa”, explica.
En busca de la palabra precisa
“Me doy cuenta que cada vez me cuesta más trabajo escribir. Los cuentos que antes hacía muy rápido ahora pueden necesitar meses porque estoy dándole y buscándole. No sé si sea miedo por la crítica o la autocrítica o a lo mejor simplemente me estoy haciendo viejo y no salen las cosas como antes”, apunta el escritor tras leer sus cuentos reunidos publicados por Era, Conaculta, el Fondo Editorial de Nuevo León y la Universidad Autónoma de Nuevo León.
El autor que sitúan en “la literatura del norte” percibió una búsqueda y un hallazgo en la palabra, se dio cuenta que ahora sus frases contienen más de lo que contenían en sus primeros cuentos. Se asume un escritor con muchas historias por desarrollar, tiene libretas llenas de ideas que podían dar hasta 150 años de cuentos y novelas.
Tiene muchas historias por contar, pero lo difícil es encontrar la primera frase o el primer párrafo, algunas no aterrizan nunca y otras de repente surgen por una frase que alguien dice y con la que halla la punta que desenreda la madeja. Otras veces encuentra en la calle al protagonista de esa historia que ronda su cabeza.
“Las historias la pueden detonar los personajes, una frase que oigo. El ejemplo es Daniel Sada, él escuchó en una central de autobuses la frase ‘porque parece mentira la verdad nunca se sabe’ y la convirtió en historia. Incluso una historia la puede detonar una imagen o una sensación física; a veces sueñas algo, te despiertas y dices: ‘ya está’, te vas al cuaderno y escribes todo. Hay veces que a la luz del día no sirve para nada”, expresa.
Eduardo Antonio Parra nunca queda satisfecho con sus textos, a pesar de ser considerado por muchos uno de los grandes cuentistas mexicanos. Hay días que termina un texto y le dan ganas hasta de aplaudirse, pero luego, una semana después dice: “Hijo mano, qué poco ambicioso eres”. Y entonces la historia comienza de nuevo.
Obsesivo del México feroz
Parra lo sabe de cierto: “La violencia va a ser mi obsesión para toda la vida, porque por más que la rodeo y la asedio, siempre le descubro nuevos aspectos, nuevas vertientes que debo explorar y tratar de comprender”. No tiene duda de que la violencia es la misma que ha vivido México desde hace 500 años, pero ahora es mucho más nutrida.
“Creo que en mis últimos cuentos la violencia es más psicológica que física; en los primeros era muchos más cruda, quizás más periodística y en los últimos está sugerida, se queda en las intenciones, pero sigue impactando porque es una violencia muy violenta”, apunta el narrador que tuvo la beca John Simon Guggenheim.
Piensa entonces en novelistas como Ismail Kadaré, quien escribió Abril quebrado, sobre las vendetas en Albania. Hoy las vendetas son las mismas aunque el régimen político es otro. Eso confirma su certeza de que la violencia es la misma, solo que ahora es más cruenta y multitudinaria, con armas sofisticadas.
“Ahí está el chiste sobre el narcotráfico: Caín mató a Abel con una quijada de burro y ahora te matan con un cuerno de chivo, curioso, siguen usando los mismos implementos y los motivos prevalecen: la envidia, la ambición, la venganza; eso no va a cambiar. Aunque nos atiborren con ejecuciones en los periódicos, el mayor número de muertes de las que no hablan se dan por celos, por traiciones y una explosión de pasión”, dice.
Esas son las muertes que más le interesan al autor de Nostalgia de la sombra -su primera novela-, porque muestran la esencia del ser humano al desnudo y enfrentado a su propias pasiones y pulsiones: “La realidad de mucha gente es la falta de satisfacciones: tienen un buen trabajo, un sueldo fijo y una quincena segura, pero viven insatisfechos”.
La historia en el cuento
El autor, que trabaja en un libro de cuentos y en dos novelas, asegura que en Sombras detrás de la ventana se conoce la historia de la década final del siglo XX y la primera del siglo XXI en México. “Se ven las carencias, el estado psicológico, ese resentimiento que caracteriza a los mexicanos, para bien y para mal, porque el resentimiento puede enviarte hacia la venganza o llevarte a la ambición. Está reflejado un estado de ánimo o una psicología del momento histórico”, expresa.
Parra niega que halla cambiado la percepción de la frontera, la concibe como un espacio mítico con los problemas aunque digan que hay más matazones. Este año ha estado cinco veces en Ciudad Juárez, todos le decían que la gente ya no salía, pero él estaba en antros llenos de gente en la madrugada.
“Todo mundo cree que la vida se paraliza a las 11 de la noche, pero no, el juarense sigue con el estado de ánimo del desmadre; todos se acostumbran a las balaceras como aquí nos acostumbramos a las marchas, es lo mismo, es una cuestión de trafico. Allá, cuando el trafico se nutre dices: ‘están levantando a un ejecutado o hay reten. Vamos a sacarle la vuelta’. Igual aquí, sacamos la vuelta a las marchas. A todo se acostumbra uno porque la vida sigue”, dice el escritor.
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