Suplemento Laberinto
Hace poco gané uno de los premios nacionales de literatura. No menciono esto como cápsula de egoteca pública; descreo que el mérito de un libro sea asegurado por certámenes. Pero quiero aprovechar esta excusa para pensar en voz alta para qué tanto premio literario.
Si ganas un premio perderás amistades. Serás culpado de formar parte de un arreglo tras bambalinas.
La desconfianza, obvio, tiene bases. Cada cierto tiempo nos enteramos de irregularidades. Con un premio sospechoso basta para que todos se vuelvan criminales. Ganar un concurso literario, pues, tiene una única ventaja: el premio.
Y varias desventajas: ser señalado automáticamente de transa —sobre todo, por los perdedores— y ser acusado, en suma, de beneficiarte de un sistema cultural y político detestable. Ganar premios afecta tu reputación. Te vuelves parte de Los Malos.
Y tu libro, en lugar de resultar atractivo, será visto con asco.
¿Para qué concursar? Elemental, mi querido Pancho: los escritores trabajan, generalmente, de freelance —impartiendo talleres o en encargos de periodismo, traducción o edición— o dando clases sueltas en universidades. Y como ocurre con todo salario nacional, no alcanza. Hay que buscar ingresos extras. A diferencia de otras profesiones, la literatura requiere que tengas al menos un trabajo para auto-subsidiar el que quisieras fuese tu único oficio: ser escritor ambulante.
Los lectores no saben que, en realidad, incluso el escritor mexicano (literario) mejor pagado por las editoriales gana un dinerillo que le sirve unas semanas.
Por eso las editoriales comerciales también crean premios para subsidiar a sus autores. E intentar atraer lectores.
Los escritores mexicanos no hablamos de esto porque cuidamos la imagen. Pero la verdad es que un escritor que no quiera volverse un funcionario público o no haya nacido en familia adinerada, nunca tiene un cinco. Todos somos milusos. Todo escritor mexicano necesita dinero. Sin él no puede comprar tiempo para poder escribir libros.
Por eso hay tantos poetas. Nada más para hacer versitos tienen tiempo.
Si hubiera lectores, no necesitaríamos concursar nunca. Las ventas de ejemplares nos mantendrían.
Si como profesores ganáramos más de 70 o 120 pesos la hora en las universidades públicas, tampoco concursaríamos en 10 premios para ganar uno. Nos ahorraríamos el desprestigio de resultar ganadores.
Los muchos premios literarios mexicanos existen para tapar el fracaso de la educación pública que no puede ni crear lectores ni tampoco dar salario digno a los trabajadores culturales.
Hay, sin embargo, una última razón central que explica porqué tantos premios literarios en México: el gobierno sabe que los escritores, de ganar, se van a sentir culpables.
Y si un intelectual se siente culpable, ya te lo chingaste.
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