lunes, 16 de noviembre de 2009

Empresarios

16 de noviembre de 2009
El Universal
Guillermo Fadanelli

Si bien las sociedades pobres no deciden sino en mínimo grado sobre su destino, ¿en qué momento las sociedades económicamente más beneficiadas dejan de acumular bienes porque aceptan que tienen ya suficiente riqueza? Esta pregunta se la hacía hace 35 años E.F. Schumacher en un libro que se volvió célebre, pero que no alteró en casi nada el panorama de su época, Lo pequeño es hermoso. Es cierto, un libro apenas si puede influir en unos cuantos lectores, pero eso no es motivo para dejar de insistir en las cuestiones esenciales o en las que más afectan la vida cotidiana de las personas. La pregunta que formuló el economista alemán puede llevarse aún más lejos en cuanto se vuelve más íntima: “¿Cuánto es para mí suficiente?” O en cuanto se hace más ética: “Cuánto debo poseer para no ofender o dañar aún más a las personas más pobres?” No me parecen preguntas retóricas y en cambio sí cuestiones indispensables de poner en la mesa a la hora de tratar asuntos de economía y democracia.

Lo que más lamentamos de una buena parte de los empresarios es su visión estrecha del mundo y su ambición desmesurada. Si los negocios involucran personas entonces sería razonable conocer la circunstancia en la que estas personas viven. De lo contrario, se corre el riesgo de afectar su economía basándose en el estudio de un solo aspecto de su entorno. Tratarnos como simples consumidores no es distinto a contemplar a los seres humanos como cabezas de ganado. Y al ser cuestionados por su conducta económica, los empresarios responden que ellos son creadores de riqueza y que al invertir en México están poniendo en riesgo su dinero, crean empleos —sin importar la índole o la calidad de estos mismos— y representan el motor para el progreso de las sociedades modernas. Y, sin embargo, los empresarios no han descendido de las naves espaciales para traernos bienestar ni su dinero ha salido de una chistera, sino que están aquí desde siempre. No son, por decir lo menos, una opción novedosa en la sanidad de este país deteriorado por las crisis recurrentes y el aumento constante de las diferencias entre ricos y pobres.

Una pregunta viene a cuento: ¿Por qué quien crea riqueza debe ser necesariamente rico? Quiero creer que una cosa no va unida a la otra. Es posible crear empleos, bienes para la comunidad, empresas eficaces, desarrollo, equilibrios ecológicos y demás sin convertirse en un hombre mucho más rico que el resto de las personas con quienes vive en común. Cuál es si no la equidad el sentido más elemental de la democracia. Es entonces que nos vemos de pronto frente a una situación que no requiere precisamente de un profundo análisis económico, sino sobre todo de una posición ética frente a sociedades cada vez menos equitativas. El ascetismo, la mesura, la relación equilibrada entre el buen vivir y el consumir son prácticas necesarias y posibles en un progreso que busque hacer menos triste la vida de los más pobres. Se me dirá que el ser humano es en esencia un ser que acumula poder y que desea el mayor número de bienes posibles, pero esta clase de respuestas son meras especulaciones, argumentos a modo que no interesan pues su fundamento consiste en una tautología: “esto es como tiene que ser”.

En San Pedro Garza García encuentro justamente el más puro ejemplo de lo que es una comunidad sin futuro y poco civilizada. Las diferencias entre los habitantes de este municipio son tan considerables que cualquier mirada distante podría apostar que se trata incluso de especies humanas distintas. Si el alcalde crea grupos paramilitares con el propósito de defender los castillos feudales y proteger a quienes no han puesto límites a la ostentación, está haciendo uso de un razonamiento perfecto: somos diferentes y por lo tanto requerimos de una estrategia de justicia distinta. Y este alcalde, como representante exclusivo y miembro de esa diferencia, está en su derecho de inventar sus propios medios de justicia. Porque mientras no se dé paso a una nueva generación de empresarios y hombres de negocios más integrados a su comunidad, más discretos en sus ambiciones de poder y menos vulgares en la concepción de su entorno resulta una broma definirse como motor de prosperidad. Y me imagino que en esto último coincide el rector de la UNAM cuando en su reciente discurso invita a imaginarnos y a construir una nueva República.

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