Milenio
En 1974 Vladimir Nabokov declara a un periodista: “Aún no he terminado de ordeñar mi mente”. No hace falta un gran esfuerzo interpretativo para encontrar en esta frase todo un programa de trabajo por delante. En efecto, el exitoso autor de Lolita firma ese mismo año con McGraw-Hill un contrato en el que se compromete a entregar seis libros en los cuatro años siguientes. Para empezar (porque ya la tenía lista) entregará su novela ¡Mira los arlequines!, después promete un nuevo volumen de sus cuentos; una nueva novela, la reunión de piezas teatrales rusas, la edición de los cursos que ha venido impartiendo y un libro que contendría la traducción de sus poetas rusos favoritos de los siglos XIX y XX. Como se ve, todo un ambicioso programa de ordeñamiento intelectual que habrá de poner en marcha contra un estado de salud más bien precario.
La misteriosa novela que entonces prometió y que nunca terminó —El original de Laura— ha estado guardada en una caja fuerte de un banco suizo desde hace más de 30 años. Ahora vuelve a ser noticia no sólo porque las 138 tarjetas en las que la escribió serán subastadas en Nueva York por Christie’s el próximo diciembre, ni tampoco únicamente porque la obra acaba de ser publicada por la editorial Knopf en Estados Unidos (que paradójicamente rechazó en su momento publicar Lolita) y la casa Penguin en el Reino Unido, sino sobre todo por la polémica acerca de la decisión de su hijo Dmitri de publicar el manuscrito que expresamente su padre le pidió que fuera destruido.
Primero fue la esposa de Nabokov, Vera, la que faltando a la última voluntad de su esposo se rehusó a destruir el manuscrito; ahora es su hijo y albacea de su obra, Dmitri, quien ha decidido negociar la publicación de la obra por una suma superior al millón de dólares y llevar su original a subasta para obtener, según los conocedores y dado que se trata de material “extremadamente escaso en el mercado”, entre 400 y 600 mil dólares.
En conjunto, la suma que Dmitri se llevará a su cuenta ronda el millón y medio de dólares. Nada mal para quien dice hacerlo todo por amor a la literatura de su padre (Alexis Kirschbaum, director de Penguin Classics, dice que “fue una decisión muy emotiva para Dmitri, llevaba décadas pensando en ello”).
Sin embargo, lo primero que habría que discutir es si estas 138 tarjetas representan, como asegura Christie’s a sus probables clientes, “el último florecimiento del arte maduro de Vladimir Nabokov, la quintaesencia de su espíritu creativo”. Sin duda, de haber concluido esta novela, Nabokov habría demostrado una vez más la extraordinaria calidad de su escritura, resultado de un grado de exigencia consigo mismo que pocos escritores han conocido, pero es obvio que el manuscrito publicado y que pronto será subastado no representa sino un mero apunte de lo que iba a ser finalmente el trabajo.
No es, desde luego, que carezca de valor, pero es evidente cuando menos que no tiene el que le atribuyen con gran interés publicitario los subastadores y editores.
Brian Boy, uno de los biógrafos más acuciosos de Nabokov, ha descrito la ruta que él solía seguir en la preparación de sus obras:
“Siempre había sido típico del método de escritura de Nabokov imaginar primero mentalmente una novela completa, de principio a fin, antes de ponerla por escrito. Aunque hacía ya tres años que le daba vueltas a la nueva —The original of Laura—, una serie de accidentes y enfermedades le había impedido pasar a sus fichas más que uno o dos retazos de su brillante cuadro mental”.
Un año antes de morir, cuando tenía 77 años, cayó por una pendiente en Davos. No se rompió ningún hueso, pero tuvo que mantenerse en cama varios días. Meses antes había resbalado en el baño, golpeándose fuertemente la cabeza. Al finalizar 1976 dijo estar “regresando entusiasmado al abismo de mi nueva novela”, que él nombraba entonces provisionalmente A passing fashion (“Una moda pasajera”) y que rápidamente cambiaría a El original de Laura, aunque usaba una abreviatura para expresarse acerca de ella: TOOL. Quizás, como muestra de un extraño presentimiento, fue que a finales de 1974, cuando este proyecto literario ya estaba en marcha, Nabokov lo intitulara Dying is fun (“Morir es divertido”). Pero en verdad, El original de Laura es la obra inconclusa que lo acompañó sus últimos años, sin superar lo que él seguramente no consideraba más que un esbozo.
En un artículo de The Guardian, Martin Amis hace patente su oposición a que la última voluntad de Nabokov haya sido desconsiderada por su propio hijo, exhibiendo contra su deseo expreso la decadencia de su genio. Entre la memoria, los deseos póstumos y los evidentes negocios, el debate prosigue. En lo personal, me consuela suponer que el brillante escritor se hubiera, incluso en vida, desentendido del asunto. Ni que se tratara de ganar o perder una de esas codiciadas mariposas para su colección.
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